Bilbao - Su hija Sara tuvo con diez años una leucemia.

-Sí, Sara tiene ahora tiene 22 años y está en la universidad. Pero hoy es el día que cuando voy con ella a las revisiones tengo ahí el gusanillo porque lo vivido es muy duro. De hecho, cuando un niño cae enfermo, enferma toda la familia.

Sería un mazazo.

-Fue terrible. Además con diez años, mi hija ya sabía lo que era la muerte, y fue una de las primeras preguntas que me hizo; "papá ¿me voy a morir?" Algunas noches cuando me quedaba a dormir, ella decía; quédate, que igual no me despierto. Cuando enferman ya un poco mayores lo pasan muy mal. Si es un niño muy chiquitín es una experiencia mala pero menos traumática.

Por eso decidió que tenía que ayudar a otras familias.

-Sí, cuando tú has vivido unos años tan amargos, sabes que puedes aportar un granito de arena para que el que está inmerso en el problema en este momento lo pase mejor. Y sobre todo hay que trasladar que esta enfermedad puede superarse.

Actualmente los tratamientos han mejorado.

-Hoy en día la quimio ha mejorado mucho. Incluso la mentalidad de los oncopediatras ha cambiado. Antes lo importante era curar y ahora se piensa en calidad de vida, en que esa persona quede sin secuelas. Ahora el niño es ingresado lo menos posible y se intenta que esté en su ambiente.

La labor de Aspanovas resulta fundamental para las familias.

-Es que las familias se exponen no solo al reto de la supervivencia y a la dureza de los tratamientos, sino también a muchos problemas que afectan a todos los aspectos de su vida cotidiana, problemas económicos, educativos, psicológicos, sociales y afectivos. De ahí la importancia del trabajo de nuestra asociación.