Isaura Piñeiro empezó a trabajar como empacadora en el puerto de Ondarroa cuando tenía 15 años. Eran tiempos de abundancia, con una flota de altura que contaba entonces con 150 barcos y que no solo daba trabajo a cientos de arrantzales sino también a muchas mujeres en tierra. "Un domingo te podías encontrar en el puerto a 700 mujeres", rememoraba ayer minutos antes de participar en una audiencia organizada por la Comisión de Pesca y la Comisión de la Mujer del Parlamento Europeo.

Tres décadas después y con un sector en declive -quedan treinta buques y una veintena de mujeres asociadas en Ondarroa- su balance es más bien amargo. "Hemos conseguido mejoras pero todavía nos queda mucho camino por recorrer para mejorar nuestras condiciones sociolaborales y nuestro reconocimiento como parte del sector pesquero [?] Queremos ser visibles", reivindicó. Ayer fue la encargada de ponerle voz en Bruselas a los problemas y preocupaciones del centenar de mujeres que trabajan en el sector pesquero.

En su caso, como empacadora, responsable de pesar cajas de decenas de kilos, cambiarles el hielo, clasificarlas y ordenarlas para que todo esté preparado al amanecer, a tiempo para la subasta de pescado. Llueva, hiele o nieve, sin saber cuándo va a entrar un barco, si van a tener que preparar una, dos o doce cajas, o si van a tener trabajo para dos horas o para toda la noche. "Si un barco está en parada o averiado no te paga nadie pero nosotras somos autónomas y tenemos que pagar nuestras cotizaciones. No vamos a la mar como los marineros, pero nos merecemos algo más", explicó.

Los desafíos Su oficio, como el de rederas o neskatilas, se enfrenta al mismo desafío: inseguridad, intrusismo y, sobre todo, invisibilidad y poco reconocimiento. "Es un oficio poco agradecido en materia de seguridad, salud y confort laboral, mal remunerado, sin horario concreto, sin una carga de trabajo definida y escasamente considerado", destacó. De las rederas, responsables de reparar y confeccionar las redes que utiliza la flota de cerco, Isaura destacó los avances logrados en los últimos tiempos, como la creación del certificado profesional o locales en los que desarrollar su labor, pero insistió en que la batalla está lejos de estar ganada. "En muchos casos trabajan a la intemperie, sin horarios, el trabajo se concentra en unos pocos meses al año y las perspectivas de futuro son desesperanzadoras", alertó.

Similar fotografía la de las neskatilas de Bermeo, responsables de descargar barcos, llevar la pesca a la venta y venderla o preparar los buques con lo necesario para salir a faenar. "Como consecuencia de la desaparición de la flota de bajura los barcos se están desguazando y por tanto se están quedando sin trabajo", explicó, acompañada de Maite Burgoa y Ainhoa Vasco, presidenta de la asociación de rederas y de vicepresidenta de las neskatilas.

Las tres urgieron a eurodiputados y sector a trabajar por un mismo objetivo: que se reconozca su profesión, que se les apliquen los coeficientes reductores en el régimen especial del mar para reducir la edad mínima de cara a la pensión de jubilación, que se reconozcan sus dolencias como enfermedades laborales, que se combata el intrusismo y que cuando haya paradas biológicas o cierre de pesquerías tengan acceso también a las ayudas a las que sí tienen derecho los arrantzales.

Algunos cambios, tal y como destacó la eurodiputada jeltzale Izaskun Bilbao, se han logrado en el marco de la nueva reforma pesquera "pero tampoco podemos decir que se nos ha hecho un caso terrible porque muchas enmiendas han caído", admitió. Ayer, varios fueron los eurodiputados y responsables comunitarios que alentaron a estas mujeres a seguir luchando. "Hay que alentar a los estados miembros a que presten más atención", urgió la directora de pesca de la Comisión Europea, Lowri Evans.