Donostia. Uno de los cambios más importantes en estos 25 años ha sido el del perfil del paciente: del yonqui al policonsumidor. ¿Qué ha supuesto en la atención?

Nuestra labor ha sido siempre la de adaptarnos a las necesidades que se han ido planteando. Lo primordial es que nosotros no nos centramos en la sustancia, sino en lo que hay detrás de la persona. Solemos decir que el síntoma es la sustancia. Es verdad que desde hace años estamos trabajando con personas que son policonsumidoras, pero hemos sabido adaptarnos a la nueva situación. Se comenzó en los 80 con el tema de la heroína, luego vino la fase de las drogas de síntesis y la cocaína, pero hoy día el único programa que tenemos en el cual diferenciamos por la sustancia es el Programa Alcohol.

¿Se puede decir que es la única droga cuyo consumo no ha variado con el tiempo?

Eso es, siempre ha estado latente. Pusimos en marcha este programa porque palpamos entre los usuarios, sus familiares y entidades con las que trabajamos en red que existía esa necesidad. Es el único programa en el que se distingue por la sustancia, en el resto nos da igual que sean heroinómanos, cocainómanos... Lo que necesitamos trabajar no es la sustancia sino lo que hay detrás que lleva a la persona a tomar esa sustancia. Y detrás nos encontramos con muchas historias: conflictos personales, laborales, familiares, sociales, relacionales... y, en muchas ocasiones, lo que encuentras es la soledad, el abandono de uno mismo es lo común.

¿Qué papel juega la familia en el proceso de desintoxicación?

Para nosotros es muy necesario trabajar con la familia, porque al final tú no estás solo, tienes personas que te rodean. A veces esa familia no existe, como en el caso de los usuarios de la Línea Tradicional, porque suele estar harta o cansada. En cambio, con los de la Línea Intensiva, que son usuarios más jóvenes, siempre hay detrás una familia preocupada, por lo que tratamos de recuperar otra vez esa normalidad, ver qué pasa en el entorno. Otra característica que se suele dar es que cuando llega un hombre siempre tiene una figura femenina detrás: la madre, la novia, la hermana. Pero cuando ocurre al revés, que la que viene es una mujer, no suele venir tan acompañada; sobre todo se da en el Programa Alcohol.

¿Se ha incrementado el consumo de drogas en los últimos años? ¿Qué efecto está teniendo la crisis?

El consumo se ha estabilizado, aunque no sabemos lo que va a ocurrir con la crisis. Hay que tener en cuenta que Proyecto Hombre sigue siendo todavía la última alternativa, la gente llega al programa cuando ya hay una adicción o dependencia. Por lo tanto, todavía no sabemos qué nos va a traer la crisis, porque aunque se diga que ha bajado el consumo de cocaína por el coste que supone, ¿quién te dice que no consuman otro tipo de drogas como el alcohol? Los efectos de la crisis nos vendrán más tarde.

Y el consumo de alcohol, ¿ha variado a lo largo de los años?

No, se está manteniendo en el tiempo, lo que pasa es que las personas que vienen al programa son las que llevan muchos años bebiendo; por ejemplo, la mujer que consume sola a escondidas en casa.

¿Pero el resto de consumos son una cuestión de modas?

Sí, son las modas que suele haber.

En los últimos años, Proyecto Hombre viene advirtiendo del aumento de las enfermedades mentales severas asociadas a la drogodependencia. ¿Cómo se aborda esta problemática?

En ese sentido pusimos en marcha el Programa Eraiki. A diferencia de los otros programas, que tienen un principio y un final, con una duración media de 24 meses, este se inicia pero no sabemos cuándo termina. Le llamamos el programa poliki poliki, porque en cualquier momento puede surgir cualquier cosa para que se dé un retroceso. Incluso la manera de trabajar es más difícil. La familia también tiene un papel muy importante, porque, muchas veces, los esfuerzos van dirigidos a que el usuario acuda al programa, a simplemente a que se levante de la cama... Cualquier situación puede descolocarlo todo, por lo que hay que trabajar de otra manera, viendo los pequeños avances que se van haciendo, formando a las personas, y todo esto bajo la supervisión de expertos psiquiatras.

¿Ha cambiado en estos años el recelo que existe entre los drogodependientes a admitir que necesitan ayuda de instituciones como Proyecto Hombre?

Cuando a los usuarios del Programa Abierto, que aparentemente llevan una vida normal en la que solo consumen los fines de semana y siempre dicen que lo tienen controlado, el médico de cabecera, en un momento determinado, les dice que deberían ir a Proyecto Hombre, su reacción siempre es la de: Pero yo no, cómo voy a ir...; yo no soy un yonqui. Pero luego se dan cuenta, cuando llegan, que han tocado fondo, que todo se ha roto (han hundido el negocio, la relación de pareja, etcétera), hay un montón de situaciones que les hace decir que no les queda otro remedio que ir a Proyecto Hombre, y es en el programa, viendo a otras personas, cuando reconocen que también son yonquis, no de los que se inyectan, pero también dependen de una sustancia que se llama cocaína. Reconocerlo es duro y, al final, suelen decir que venir a Proyecto Hombre es lo mejor que han hecho en su vida.

¿Qué es lo que hace que este programa sea tan vital para los usuarios?

Hay personas que dicen que todo el mundo debería pasar por un proceso de este tipo, porque, en definitiva, te trabajas a ti mismo, ves cómo eres. Lo que haces es un trabajo personal, en el cual Proyecto Hombre te da las herramientas, los instrumentos, para que seas capaz de gestionar aquellas situaciones complicadas que encuentres en la vida, que te surgen en el día a día, para evitar recaer en las drogas. ¿Quién no tiene situaciones de angustia?