bilbao. "Hola me llamo Asier y soy tartamudo. Mis padres dicen que desde los 4 años o así. No lo sé, me recuerdo siempre tartamudeando. Lo que pretendo con este mensaje es enfrentarme al problema después de 30 años, ya que siempre lo he esquivado". Esta confesión en un foro de internet sirvió a Asier, un guipuzcoano de 34 años, para salir de su ostracismo.
Lo compara a un homosexual que sale del armario.
Sí, es como salir del armario porque enfrentarse a ello no es fácil. Para mí fue liberación. Yo descubrí que era tartamudo a los 28 años. Hasta entonces me negaba a admitirlo. Disimulaba, me engañaba y miraba para otro lado. Hasta que descubrí internet, no hablaba con nadie de mi problema.
¿Cómo disimuló en el colegio?
Sinceramente, no lo sé. Pero puedo contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que se han reído de mí. Aunque quizá haya sido muchas veces objeto de burla y yo no me he enterado o lo he intentado borrar de mi memoria. Nunca lo he vivido como un trauma. Soy una persona emprendedora, he estudiado una carrera de Ingenierías y nunca he querido sentirme minusvalorado.
¿Ha usado muchos trucos para camuflarlo?
¡Buaf! Como por un tubo. Además, a cualquier tartamudo se le nota cuando quiere evitar ciertas palabras. El mayor truco consiste en que, cuando notas que vas a bloquearte, intentar tranquilizarte y no tener miedo porque ese es nuestro mayor enemigo. La tartamudez es un miedo psicológico que se transforma en algo que hace que se nos cierre el paso del aire y no seamos capaces de arrancar con esa palabra. A mí se me dan especialmente mal las que empiezan por s, por p y por f.
Usted transmite una visión positiva pero hay gente que incluso ha pensado en el suicidio.
En los foros hay mensajes de auténtico pavor. Y yo les he dicho: Parad, por favor, que no es tan grave. Que somos como un cojo o como un manco pero no somos menos que nadie. La perfección no existe y a nosotros nos ha tocado atascarnos al hablar. Somos tartamudos, no estúpidos.
Habrá ocasiones en las que lo haya pasado mal.
Todavía me acuerdo cuando hice el examen PL1 de euskera. En el euskaltegi la profesora tenía una fe ciega en mí, tú puedes, me decía. Pero cuando llegué al examen fue espantoso. Nunca había tartamudeado tanto. Sudaba, me temblaban las piernas... pero al final aprobé. Aquel fue el peor día de mi vida.