En este contexto podría tratarse de la presentación del último libro de editorial PSE-EE-PSOE. Pero no. La foto de Oskar González recoge un instante previo al encuentro de las cabeza de lista Nora Abete y Teresa Laespada con candidatas y candidatos jóvenes y el líder de las juventudes del partido, Gabriel Arrúe. Tuvo lugar ayer en La Terminal, espacio multiusos que se sitúa en la isla de Zorrozaurre. 

Podían haber elegido una escenografía de sonrientes jovenzuelas y jovenzuelos propensos al aplauso desenfrenado y la loa facilona, sentados en asientos formados por cubos de colores, iluminados por focos dinámicos. Optaron por unos anaqueles entre rústicos e industriales cargados de libros. 

Varios tramos de enciclopedias fatigadas y un ejemplar de Los mejores remedios y recetas de La Botica de la Abuela. Novelas en abundancia. Repite en los lomos Blasco Ibáñez, realista en lo literario y republicano en lo político. También se distinguen las Rupturas de Lidia Falcón, El Asedio de Arturo Pérez Reverte y El reino imposible de Yeyo Balbás. Se podría componer un ideario y hasta un programa electoral con estos materiales. Pero sólo formaban parte del decorado. Que no es poco. El decorado de los actos de campaña, igual que el peinado, vestuario y modos de hablar de los personajes, forma parte del mensaje.

Esa biblioteca usada, integrada seguro por retales de otras previas y olvidadas, evoca aquella biblioteca infinita que fabuló el genial Jorge Luis Borges hace más de ocho décadas: una colección formada por todos los libros posibles, en todos los idiomas y con todas las erratas imaginables. Ese relato lo publicó Borges en una primera compilación titulada El jardín de los senderos que se bifurcan. Un título que bien podría describir la situación de quien vota. Posteriormente, el mismo relato formó parte de un librito que fue bautizado como Ficciones. 

Defendía el laureado autor argentino que basta con que un libro sea posible para que exista y disponga de su lugar en la inmensa biblioteca que imaginó. En las infinitas campañas electorales ocurre lo contrario: basta con que un programa político exista para que sea posible.

Vota lo que piensas reza el rótulo que preside el atril del acto. Es como si quienes lo hubieran elegido dieran por perdido el universo de las emociones y los sentimientos. O como si se supieran la segunda opción de distintos universos de votantes a los que es preciso pedir que le den un par de vueltas a lo que van a votar. No vaya a ser que voten lo que tienen claro. 

Produce inquietud la silueta fugaz del caminante a través. ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Irá al lugar que piensa? A lo mejor resulta más simple. Quizá la persona que cruza ante los libros se quedara en el encuentro político. O que sencillamente fuera a tomar uno de los ejemplares de las baldas; el Manual del buen bolsista, de Fernández Hódar, por ejemplo. O bien se dirigiera al bar de La Terminal a atizarse un vermutazo dominguero. O a la gastro zona a por unas rabas. O puede que al mercado de ropa usada, descrita en ciertos círculos como vintage, con venta al kilo, que se celebró ayer y anteayer en el mismo lugar. 

Todo esto sucedía ayer en la isla de Zorrotzaurre. “Es nuestra isla. Una isla estupenda. Podemos divertirnos muchísimo hasta que los mayores vengan por nosotros” dejó escrito William Golding en la inquietante novela El señor de las moscas. A lo mejor también se encuentra en el anaquel.