L Gobierno británico ha presentado sus presupuestos 2021. Los fondos para la cooperación al desarrollo bajarán, desde el 0.7% de la Renta Nacional Bruta en que los dejara Cameron, hasta el 0,5%. La medida se justifica por la brutal crisis pero se asegura que la intención es recuperar el porcentaje previo tan pronto como se pueda.

El hecho es que, tras Luxemburgo, Noruega y Suecia, que aportan aproximadamente un 1%, el Reino Unido era el único país del mundo, junto a Dinamarca, que llegaba al famoso 0,7%. Con un 0,6% se colocan Alemania y Holanda. Superando el 0,4% tenemos a Francia, Finlandia, Bélgica y Suiza.

Tras anunciarse el recorte, la ministra de cooperación internacional, baronesa Elizabeth Sugg, ha dimitido. La baronesa explica en su carta de renuncia que la cifra del 0,7% debe valer tanto en tiempos buenos como malos y que la cooperación se hace especialmente necesaria en un contexto de crisis global. Pero la carta de la baronesa permite mayores reflexiones.

Este año hemos comprobado que vivimos en un mundo de riesgos globales compartidos. Sabemos que la situación de la salud en cualquier parte del mundo nos puede terminar afectando. Sabemos que no podemos afrontar solos los desafíos del cambio climático. Sabemos que la pobreza en el mundo no nos es ajena y nos llega. Sabemos que los retos de las migraciones no podrán ser resueltos con vallas más altas. Sabemos que a todos nos conviene que el acceso a las vacunas sea universal. Sabemos que los retos globales deben ser trabajados en los espacios del multilateralismo. Sabemos que la frontera no funciona como respuesta para la mayor parte de las preguntas que tenemos. Debemos colegir por tanto que invertir en un mundo más justo y mejor gobernado es no sólo algo que se fundamenta en principios morales, sino una medida política necesaria y urgente. Estamos en el momento, si usted me permite expresarlo de una manera chocante, en que el egoísmo si quiere ser inteligente debe ser solidario.

La cooperación internacional no es únicamente un ejercicio de justicia o generosidad, sino un elemento necesario de nuestra política internacional, de nuestra posición en el mundo, de nuestra visión global. Cuando la diferencia entre el nosotros y el ellos se difumina en espacios, economías y riesgos globales, por medio de la cooperación debemos construir alianzas para un mundo más seguro, sano y justo para todos. Con exigencias por todas las partes. Con responsabilidades cruzadas. El Parlamento Europeo ha aprobado esta semana un Informe sobre la Efectividad de la Ayuda que busca alianzas sólidas y no meras relaciones donante-receptor, alianzas en que colaboremos en políticas con visiones compartidas de los retos de salud, igualdad, educación, sostenibilidad, comercio o migraciones.

No es momento de reducir los fondos de cooperación, sino de gastarlos con intención política más atinada. No sirve una cooperación ni paternalista, ni victimizadora, ni patológicamente ideologizada, ni entrampada en las políticas de la identidad. Tampoco una cooperación tecnocrática y burocratizada. Sino una cooperación con intención de participar en los retos globales y de crecer en alianzas mutuamente enriquecedoras entre diferentes.

Los Presupuestos Generales del Estado recogen en España un aumento de estas partidas, pasando de un 0,21% a un 0,25%. La ministra Arancha González Laya anuncia el desafío de emprender "una reforma (profunda y de calado) del sistema de cooperación española y una renovación de su marco legal" para hacerla más ágil y eficiente. Dice la ministra que es "una cuestión ética, pero también una inversión. Es ayudarnos a nosotros mismos".

Y estas reflexiones podrían servir, supongo, para todos los niveles de nuestra gobernanza.