Desde junio hasta la fecha deberíamos haber disfrutado de una temporada de relativa paz pero algo hicimos mal en verano. La cosa se nos fue de las manos. De modo que el 20 de agosto se tuvieron que endurecer las medidas de control y prevención para permitir que el retorno al trabajo y especialmente a las aulas no fuera caótico. No hemos podido relajarnos desde entonces pero ha merecido la pena: tan solo una semana después de tomadas aquellas medidas de finales de agosto las cifras comenzaron a bajar poco a poco, pero de modo constante, durante 50 días.

Pero ya la situación ya no aguanta y aquellas medidas ya no son suficientes. De pronto hemos subido desde cifras por debajo de los 500 casos identificados por día a los más de 800 de los últimos días. No es algo extraño y que solo nos pasa a nosotros, no somos marcianos. Lo vemos en Madrid, en León o en Navarra. Lo vemos en Londres, París o Bruselas. Parece que la segunda ola, esa que se esperaba para otoño, ha llegado puntual, como un clavo, a su cita.

Las medidas que veníamos aplicando ya no sirven. No me interesa ahora echar la vista atrás y pensar en quienes, sabiendo lo que nos traíamos entre manos, han organizado celebraciones de primera comunión, o en quienes se han reunido para celebrar las no fiestas, o en quienes presumen de su libertad de quitarse la mascarilla o son incapaces de mantener la nariz dentro de ella. Todo eso ya está hecho.

El Gobierno vasco ha anunciado las nuevas medidas y no solo no son agradables sino que afectan gravemente los intereses de muchas personas: las reuniones se limitan a seis personas; los aforos en locales y eventos se reducen al 50%; la hostelería adelanta el cierre; se suspenden algunas actividades deportivas. Detrás de cada medida hay puestos de trabajo y el futuro de muchas familias.

Se puede discutir si las mejores medidas son exactamente éstas o sería mejor articularlas de otra forma. Se puede discutir si faltan algunas medidas o sobran otras. Pero lo que no cabe discutir es que un gobierno legítimamente elegido para dirigir esta situación (por cierto, ¿las elecciones deberíamos haberlas hecho agotando los plazos, es decir, esta misma semana?) ha decidido con arreglo a sus competencias adoptar de forma transparente estas medidas y a nosotros, ciudadanos responsables comprometidos con el futuro de nuestro país, nos toca respetarlas hasta el extremo. Entre todos podemos aumentar o minimizar las posibilidades de que la cosa se nos vaya de nuevo de las manos y haya en dos semanas que tomar medidas más duras que afecten a la salud, el bienestar, el empleo y la economía de más personas.

No es momento de héroes de cartón piedra, de valientes con mando a distancia, de expertos sin estudios, de listos en redes sociales o de resistentes de opereta. Tampoco, creo yo, de huelga en la sanidad. Es momento de apretar los dientes y, en plena borrasca, remar juntos para acercar el bote a puerto. Todo depende en buena parte de lo que usted y yo, y su vecino y su prima y siga usted así contando hasta llegar a los dos millones largos de personas que habitamos nuestra comunidad, hagamos por comportarnos responsablemente y cumplir con la parte, mucha o poca, que nos toca. Mucho ánimo.