Este vodevil madrileño tan poco edificante continuará para desgracia de la sensatez. El PP cree haber encontrado en esta triste polémica ese certero ariete contra Pedro Sánchez que Pablo Casado desperdició durante la angustiosa primera oleada de la pandemia. Isabel Díaz Ayuso pone en el empeño todo lo que puede dar de sí. La presidenta se gusta en el barro dialéctico. Lleva la bronca permanente en sus genes. A su lado, el vicepresidente Aguado deambula cual títere desbordado por una agresividad que le supera sin saber dónde esconder su vergüenza. Ciudadanos es el queso del sandwich.

En Génova creen haber dado con la veta del desgaste sanchista al comprobar la temblorosa actitud del ministro Illa, incapaz de sostener el pulso con la solvencia propia del cargo y de la terrible situación. Después de una semana amenazando con la toma de control por la desastrosa gestión sanitaria de Madrid, resultó patético el confinamiento light de café amargo para todos. Por ese agujero de la debilidad se coló el avieso Miguel Ángel Rodríguez para comenzar la cruzada contra Moncloa blandiendo la bandera del agravio, creyendo que siempre vende aunque se multipliquen los muertos y contagiados. La incitación es permanente. La Comunidad quiere que PSOE y Unidas Podemos asuman las consecuencias de cerrar la capital de España. Esa responsabilidad quema y ahí está la trampa del desacato de la derecha. Sin un manual de confinamiento definido por ninguna de las dos trincheras, ahora la ignominiosa batalla seguirá en los tribunales. La desfachatez hacia el ciudadano, absolutamente ignorado y desconcertado, avanza sin límite.

En el PP fían su suerte a la bronca y el discurso aguerrido. Creen que es rentable. Quizá porque lamentan cómo Vox sigue ganando patrióticos adeptos con su discurso devastador. O, tal vez, para mitigar la enésima sacudida de la corrupción, que abre las carnes de los populares. La comisión de investigación sobre el caso Kitchen y el ventilador permanente del miserable Villarejo ahora teledirigido a Rajoy pueden seguir destrozando sus aspiraciones más inmediatas con el riesgo. A su vez, la funesta idea de situar fervientemente a Felipe VI en el debate parlamentario puede acabar en un efecto boomerang nada propicio para el jefe del Estado y para quienes le defienden. La interpelación tan partidista en favor de la defensa del rey es un craso error. Casado debería escuchar con más atención las admoniciones semanales que le dedica Pablo Iglesias como dardos envenenados. El vicepresidente le ha aconsejado esta vez que desde la derecha no hagan el trabajo a la causa republicana identificando al monarca con su ideología.

En el otro lado, Sánchez evita los charcos desde la autosuficiencia que le produce contemplar la jauría de enfrente. El presidente abrió el melón de la discordia vetando al rey y la colleja, en cambio, se la reparten entre Lesmes por indiscreto y el ministro Campo por su descuido de tres montañas. Ha contemporizado mes tras mes sin convocar la mesa del diálogo con Torra y ahora se encuentra con las manos abiertas para volver a tentar la suerte catalana en los Presupuestos con el independentismo dándose patadas bajo la mesa. Le puso el caramelo en la boca a Arrimadas y, de repente, la conversión de EH Bildu le brinda un apoyo progresista que entusiasma al PSOE. Nunca hasta ahora se habían escuchado aplausos socialistas a una intervención de la izquierda abertzale a los ojos de España. Oskar Matute le hizo un guiño a Simancas por el tamayazo y surgió la química. Tiempos de conversión.