Como si fuera un apéndice de su figura, la carpeta con la bandera catalana en el lomo y con sus propuestas para facilitar el diálogo en la convulsa época de 2017 ha acompañado a Iñigo Urkullu cada vez que ha ofrecido una entrevista sobre el proceso soberanista en Catalunya, o cuando tuvo que ir a declarar como testigo en el Tribunal Supremo por su labor para tratar de evitar el choque de trenes. Su declaración judicial y las informaciones de periódicos como DEIA han esbozado su trabajo como puente entre el entonces president Carles Puigdemont y el mandatario español Mariano Rajoy, una labor que desarrolló con el beneplácito de ambos. Su reciente apuesta por desclasificar los documentos en la Fundación Sabino Arana, el Archivo Histórico de Euskadi y el Monasterio de Poblet ha permitido acceder íntegramente a los mensajes que envió, que muestran una visión más cercana, su desazón por el desenlace y que apostó por una solución dialogada sin quiebra social.Los 600 folios en dos carpetas, consultados por este periódico, reflejan su desconcierto con las decisiones de los responsables del momento, porque no acabaron de hacer lo que habían prometido. "He sentido la confusión permanente por parte del president Puigdemont, de tener planificado lo que fuera a hacerse y, al mismo tiempo, manifestar que no quería proceder a la declaración unilateral de independencia. De la misma manera, lo he sentido en el caso de las medidas a adoptar manifestadas por parte del presidente Rajoy", se queja. Declara sentir la misma sensación con el socialista Pedro Sánchez. Los papeles permiten conocer mejor sus motivaciones para insistir con tanta vehemencia al president en la idea de convocar unas elecciones, para evitar que Rajoy fulminara el autogobierno y tumbara el Govern con el artículo 155. Aclara a Puigdemont que no pretende presionarlo y que intenta ponerse en su "pellejo", pero insiste en que "la primera obligación de un presidente, más en el caso de un nacionalista, es, en ausencia de otros logros inmediatos, defender y mantener las instituciones y el autogobierno vigente".

Al margen de que las elecciones fueran finalmente o no una vía para detener el 155, hace ver a Puigdemont que, aunque el referéndum del 1 de octubre fue una muestra de poderío para los soberanistas y un motivo de celebración, en realidad no tuvo garantías de participación en una jornada marcada por las cargas policiales del Estado ("un referéndum sin las debidas garantías no ha de ser base legal ni legítima en el proceso"). Volver a colocar las urnas en una convocatoria electoral legal y regulada podía servir para clarificar los apoyos y ensanchar los respaldos del independentismo catalán en el Parlament para avanzar con mayorías más sólidas. Traslada la importancia de convocar las elecciones desde el Govern, y no el Estado. Urkullu tampoco oculta su inquietud por la tensión social, y por el riesgo de que el 155, en caso de aplicarse en Catalunya, sentara un precedente y se aplicara también en Euskadi con cualquier pretexto. Le preocupaban igualmente las consecuencias en la estabilidad del pacto con los socialistas en el Gobierno vasco.

Aunque el enfado con Puigdemont se ha elevado a términos legendarios, sintió una "confusión permanente" no solo con el expresident por haberse desdicho de convocar las elecciones, sino también con Rajoy por las medidas drásticas que terminó adoptando y por la forma en que tensionó los momentos previos al referéndum con operaciones de registro, cuando había dicho que sus actuaciones iban a ser las "mínimas". En otra carta, insinúa que le duele su inmovilismo. "Tu respuesta fue: Mientras vosotros aguantéis ahí... Te dije que esa no era respuesta, que debías valorar si la situación no merecía un encuentro para profundizar en la reflexión", insiste. Le propuso un espacio de diálogo con líderes institucionales y políticos. Además, denuncia la actitud del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, por apropiarse de una propuesta suya: aprobar el 155 pero no aplicarlo y hacerlo decaer, una iniciativa de la que tomó nota el socialista para plasmarla en una enmienda en el Senado. El fatídico 26 de octubre, el día en que al final no se convocaron elecciones y todo saltó por los aires, Urkullu se desahoga en uno de los mensajes: "Todo esto es ridículo".

Los hechos

Su labor comenzó en junio de 2017 cuando recibió la petición de ayuda de Puigdemont y estableció un canal de interlocución con el Gobierno español. A medida que se acercaba el referéndum del 1 de octubre, la tensión crecía con el recurso a la vía policial por parte del Estado. El 21 de septiembre, Urkullu telefoneó a Rajoy para mostrar su "contrariedad" por la intervención de miembros de la Guardia Civil en la Conselleria de Hacienda. Recordó que le había garantizado "que sus pasos iban a ser muy medidos y cuidando de ser lo mínimo posible". A pesar de todo, el referéndum tuvo lugar, pero las cargas policiales provocaron una situación de desgarro y desconexión con el Estado.

Urkullu trató de evitar movimientos unilaterales tanto por parte de Catalunya como del Estado, con una propuesta de método para el pacto: diálogo, negociación, acuerdo y ratificación. Propuso la apertura de un periodo de distensión de tres meses para recuperar la comunicación política y dar una oportunidad al diálogo, un compromiso que implicaba que ninguna de las dos partes diera nuevos pasos unilaterales.

La posibilidad de que el Govern impulsara una declaración unilateral de independencia (DUI), y que Rajoy fulminara el autogobierno con el 155, era la nueva amenaza para el diálogo. Antes de la DUI del 10 de octubre, Urkullu había propuesto "dos declaraciones concordantes de ambos gobiernos": que el catalán propusiera "dejar en suspenso" la DUI para abrir un proceso de diálogo, y que el Estado valorase ese anuncio. Por ello, tras ese primer pleno del Parlament donde Puigdemont hizo una DUI pero matizó que la dejaba en suspenso, Urkullu propuso a Rajoy "una valoración prudentemente positiva". "Mantengamos la calma", le dijo. Sin embargo, el Estado detuvo a los Jordis, los líderes de la ANC y Òmnium; continuó con los trámites del 155 y se enredó en un intercambio epistolar con Puigdemont para que aclarase si había proclamado la independencia.

El día 26 de octubre, el teléfono de Urkullu echó humo para que Puigdemont convocara elecciones. "Cuanto más tardes en salir, peor. Estamos jugando al regate en corto y eso no es lo mejor para el futuro de un pueblo", "sé que está gestionándose una conversación telefónica entre el presidente y tú. ¡Hablad, por favor! Yo te he dado todas las claves de manera absolutamente sincera. Piensa en el conjunto de la sociedad, incluso en quienes, reivindicando la independencia, se suman a todas aquellas personas que quieren que esto se solucione de la manera más incluyente posible, que es comenzando por la convocatoria electoral". A Rajoy le lanza: "Todo esto es ridículo y no sirve más que para el descrédito de la política. ¡Qué necesidad de tensionar más la sociedad!".

Pero no evitó el choque. Las presiones que sufrió Puigdemont lo disuadieron de convocar elecciones, y se reafirmó en la independencia. Urkullu zanja: "Ni te cuento lo desolado que estoy yo, que habiendo hecho, desde Euskadi, lo posible a petición de todos vosotros, ahora ya tengo que empezar a soportar los carteles de Urkullu cierra las puertas a la independencia en mi pueblo. Aun así, seguiré a disposición, porque creo firmemente en lo que he hecho y en lo que he transmitido, incluso cuando me has planteado que Junqueras te pedía indicios de la no aplicación del 155".