Josep Ramoneda (Cervera, Lérida, 1949) es uno de los pensadores de referencia en el Estado español que se prodiga en los medios de comunicación. Antes de nada lanza un aviso a navegantes: "esto no es una guerra, es una pandemia" provocada por un virus que no se ha sabido captar pese a tanta tecnología.

¿Son acertadas las comparaciones entre esta crisis y una guerra?

—Me parecen un disparate. Los políticos deberían tener mucho cuidado con esta imagen, incluido el propio Pedro Sánchez. Una guerra presupone algo fundamental: un agresor y otro que se defiende o dos agresores. Hablar del coronavirus como si fuera una guerra es humanizar el enemigo y el coronavirus es un fenómeno de la naturaleza, que nos ha sorprendido porque en la autocomplacencia de las élites mundiales parecía que éramos todopoderosos. Pues resulta que no, tanta tecnología, tanta capacidad de aceleración, tanta movilidad€ y resulta que no se ha sido capaz de captar un ataque de un simple virus. La utilización del término guerra abre la vía a las posiciones autoritarias y este es el gran peligro de los tiempos que vienen.

¿Esas pulsiones autoritarias pueden consolidarse incluso después de superar esta crisis?

—Hay muchas incógnitas y depende de factores diversos, empezando por algo tan imprevisible como la reacción humana. Pero lo que sí me parece una certeza es que hay un peligro de que el día después sea autoritario.

¿Por qué lo dice?

—Todos sabemos que en el planeta hay un modelo autoritario que ahora ha cogido prestigio: el modelo de China. Se ha instalado el discurso de que los chinos lo han hecho bien, a lo que habría mucho que decir. Hay una radicalización de la extrema derecha que está esperando una oportunidad, pero además se han eliminado libertades fundamentales.

¿Están en peligro la democracia y las libertades?

—Estas cosas se saben cuándo empiezan pero nunca cuándo terminan y esta inercia llegará. ¿Nos parecerá esto normal? ¿Aceptaremos tener un DNI vírico o tener geolocalización telefónica para que nos puedan controlar y pedir el confinamiento? Esto plantea un dilema fundamental: salud y libertad. La salud es muy importante, pero la salud sin libertad es un problema y por tanto me parece una prioridad encontrar un equilibrio entre ambas. Una sociedad totalitaria es aquella en la que no hay espacio para la intimidad y la privacidad. ¿Esto significa que vamos camino del modelo chino, de que todos tendremos un documento de buena conducta conseguido a través del control electrónico de la ciudadanía? Cuidado con estas cosas, que el miedo puede conducir a cometer grandes disparates.

Se pone como ejemplo el modelo chino pero ¿estamos dispuestos a vivir como los chinos?

—Parece normal que se pida un DNI vírico y la geolocalización de las personas. Por ahí se empieza. Hay que confiar en que la ciudadanía reaccione. Hemos tomado conciencia de nuestra vulnerabilidad. Aprovechemos la coyuntura que viene de una crisis económica gigantesca, en sus consecuencias sociales, ecológicas€ y veamos si somos capaces de imponer unos comportamientos que rompan esta aceleración en la que estamos instalados desde hace un par de décadas en las que parece que no hay límite y todo es posible.

La crisis económica de 2008 tuvo efectos desastrosos pero no cambió el modelo. ¿Esta lo va a cambiar?

—Aquella crisis no solo no sirvió para cambiar el modelo sino que lo aceleró. No sé si esto va a cambiar el modelo, habrá que ver la reacción de la ciudadanía, si se impone la atonía por el miedo o pasa a la acción. También habrá que ver qué ocurre con la lógica de la globalización. De pronto las relaciones del mundo se volverán a fragmentar, como ha sucedido con la reaparición de los estados-nación, que muchos los daban por desahuciados, pero a la hora de la verdad han sido los estados-nación los que han trasmitido la sensación de seguridad a los ciudadanos.

El miedo va a presidir durante un tiempo nuestras conductas.

—El miedo es históricamente la clave de la servidumbre voluntaria. Es el sentimiento más extendido en la humanidad y el factor más eficaz que los poderes tienen para tener bajo control a la ciudadanía. Pero hay que ser capaces de pensar y repensar las cosas y de recuperar la idea de una ciudadanía cargada de complejidad. Es verdad que somos un cuerpo pero tenemos muchas potencialidades, entre otras cosas la capacidad de crear sentido y de encontrar modos de vida que han permitido que la humanidad perdure, incluso con situaciones de bienestar notables.

Nos creíamos invulnerables con tanto desarrollo tecnológico.

—Una generación como la mía hemos sido muy privilegiados, y también las posteriores. En la Europa occidental hemos sido la primera generación de los antibióticos y las vacunas. Hemos conseguido una sensación de bienestar sanitario creciente que nos ha hecho pensar que las pesadillas que teníamos de niño sobre las grandes epidemias como el sarampión, la poleo, la lepra€ estaban superadas. En el imaginario de mis hijos no entra una epidemia, era algo lejano. Esto es un shock, el descubrimiento de que no está tan controlado como parecía.

¿Europa está a la altura de las circunstancias?

—Europa ha llevado al límite la exhibición de su propia impotencia. Puede salir muy tocada de esta crisis. Siempre ha sido una ficción, nunca ha superado el estado de tratado intergubernamental, por tanto mandan los estados y entre ellos los estados más fuertes, y dentro de ellos manda el más fuerte, Alemania. Esto hace que la idea de una Europa como proyecto común no deje de ser una fantasía. No hay posibilidad de encontrar un punto de acuerdo, de operar como una unidad comprometida con la suerte de cada uno de sus miembros.

Estamos ante un problema global pero no hay respuesta global. La ONU ni está ni se les espera.

—Lo veo difícil en un escenario de confrontación, con una gobernanza mundial muy compleja, con una China como potencia en ascenso, en buena parte gracias a los regalos de Occidente. El gran disparate de Europa ha sido renunciar al capitalismo industrial y entregar la industria a China. Ahora lo estamos pagando. Es escandaloso que el 90% de los antibióticos que consumimos procedan de China en un momento en que dependemos de ellos para cubrir nuestras necesidades de material sanitario básico. Hay que empezar a pensar en la reindustrialización de Europa. La democracia ha funcionado cuando ha funcionado el equilibrio entre estado-nación, capitalismo industrial e instituciones democráticas.

O sea, no hay posibilidad de una gobernanza global incluso en situaciones críticas como esta.

—Hay sobre la mesa algunas propuestas que parecían imposibles. Ante el espanto que le ha producido el ascenso de la epidemia en su país, Trump ha hecho propuestas contra el mercado; la renta básica que parecía un tabú está ahora en boca de algunos sectores empresariales€ Quizá sea verdad que se puede tomar conciencia de que hay sectores en la sociedad que no pueden estar en manos del mercado y que necesitan una protección importante, especialmente la sanidad, pero también la educación y otros ámbitos.

¿Aprenderemos algo de esta crisis o en poco tiempo nos olvidaremos y volveremos a las andadas?

—Pronto veremos algo peligroso: que en otoño ya se vaya imponiendo la idea de que ha sido una crisis pasajera y volvamos a las dinámicas de siempre. Esto vale también para la política. Nadie quiere romper la unidad pero ni los que lideran la política la gestionan con capacidad de implicación a los otros partidos políticos y sectores sociales y económicos. Y los que están en la oposición parece que están esperando al día después para volver a las guerras de siempre. Sería otra oportunidad perdida.

"Es escandaloso que el 90% de los antibióticos que consumimos vengan de China. Ahora lo estamos pagando"

"Tanta tecnología, tanta capacidad de aceleración... y resulta que no se ha podido captar un ataque de un virus"