Bilbao - José Moreno Torres, uno de los muchos gudaris que lucharon contra el franquismo, falleció ayer a los 100 años en el Hospital de Santa Marina, en Bilbao, donde estaba ingresado en los últimos días. Capturado y condenado a muerte durante la Guerra Civil española, el deustuarra ha sido uno de los últimos luchadores vascos en vida e incombustible abanderado de la causa antifranquista en los diferentes actos y homenajes que recibía él así como el colectivo de gudaris y milicianos republicanos.

José Moreno (Deusto, 10 de noviembre de 1918) recibió el último homenaje hace escasos dos meses en un acto presidido por el lehendakari, Iñigo Urkullu, en el monumento La Huella, colocado en Artxanda en recuerdo a los gudaris y luchadores caídos durante la Guerra Civil y la dictadura franquista. Su ejemplo, tenacidad y vitalidad traspasó las fronteras y en enero de este año el prestigioso diario The New York Times le dedicó un perfil que glosaba su existencia y su lucha.

De profundas convicciones abertzales y democráticas, Moreno moldeó su fortaleza titánica desde joven, impronta de una familia donde su aita hacía galipó en una fábrica inglesa de Deusto, cuando con 14 años embarcó en un mercante que transportaba carbón entre Italia e Inglaterra para ejercer de camarero segundo. Mussolini acababa de invadir Abisinia y en Italia reinaba la miseria cuando él comprobó lo que era el fascismo. Tras el golpe de Estado del 36, el deustuarra, hijo de riojano y cántabra, se convirtió en gudari del Gobierno de Euskadi que decía que seguía siendo. “La sublevación nos pilló bailando en la plaza de Aspe, durante las fiestas de San Agustín. Y entonces estalló la guerra”. La cuadrilla de dantzaris cambió la romería por la lucha desde el sindicato nacionalista Solidaridad de Obreros Vascos (SOV-STV).

Moreno, por entonces con 17 años, recordaba cómo les mandaron construir el campo de aviación de Sondika, hasta que decidió enrolarse en el Batallón San Andrés de Zapadores “para hacer las trincheras para la defensa del pueblo vasco”. En su memoria quedó grabada la ofensiva sobre Bilbao, y los bombardeos de Gernika y Durango. “¡Si nosotros no teníamos ni aviación ni nada. Y teníamos que luchar contra los italianos, contra los alemanes y contra los moros que trajo Franco!”, lamentaba.

En la retirada hacia Asturias, en el convento cántabro de Montiano, el número de bajas era tal que a José lo convirtieron en fusilero, “¡un gudari verdadero!”. Después llegaría la caída del llamado Cinturón de Hierro de Bilbao en junio del 37. Tras la rendición de Santoña pactada con los italianos, fueron trasladados a la playa cántabra: “Les entregamos las armas y se portaron bien. Pero llegaron las fuerzas españolas? Se llevaban a la gente para fusilarla y nosotros tuvimos la suerte de que nos metieran en un vagón de tren. Hacíamos las necesidades rompiendo las tablas del suelo”.

En el pueblo zaragozano le asignaron plaza en un batallón de trabajadores esclavos, a quienes pusieron a hacer carreteras, y luego vendría la prisión por la frase que se le escapó ante uno de los soldados que custodiaban el mal comer de los carreteros. “Me cago en sos y en la madre que los parió; se han vuelto todos unos fascistas”, verbalizó antes de pasar miedo por la reacción. De hecho, pensó que sería fusilado. Le esperó un juicio sumarísimo y condena por marxista-leninista. “¡Y yo ni sabía qué era eso; yo era del Partido Nacionalista Vasco!”, enfatizaba. Dos años y medio de cárcel y varias prisiones: Zaragoza, San Gregorio, Bilbao, Balmaseda y el penal militar de Huesca. Moreno recuperó la libertad con 24 años. Trató de volver a navegar pero el régimen le añadió el apellido de “rojo separatista”. Así que, después de casarse se dedicó a poner tornillos en La Naval y Astilleros. La otra mitad de su vida la dedicó a recuperar la memoria de quienes corrieron peor suerte. Cuando se le hablaba de ETA, comentaba: “Muy mal, no tenían que haber hecho eso. Pero esos están cumpliendo condena. ¿Dónde están los criminales de guerra? Porque ahí tienes a Billy el Niño”.

A finales del siglo pasado fue recompensado con La Huella, monumento en Artxanda en memoria de sus compañeros, los gudaris del 36. Asiduo remitente a las cartas al director de DEIA, guardaba como oro en paño un carné, el de militante del PNV. - DEIA