La pregunta del momento es: ¿Qué hará Putin en un futuro inmediato: invadirá o no Ucrania? Y la pregunta siguiente es: ¿Qué harán la OTAN y Estados Unidos si se produce tal agresión?

Para la primera pregunta no hay respuesta por ahora porque en Occidente nadie sabe cómo calibra Rusia los riesgos de una invasión de Ucrania. En cambio, sí hay una respuesta casi segura para la segunda cuestión: no harán nada.

En realidad, el problema ruso-ucraniano es el de un trío infernal. Trío, porque los protagonistas son Rusia, Ucrania y Estados Unidos (con sus aliados). Infernal, porque se ha llegado a la situación actual a causa de la conducta de los tres protagonistas en un pasado reciente.

Kiev es probablemente el mayor responsable de la presente crisis. Todos los políticos ucranianos saben que la vía rápida para el desarrollo del país pasa por una vinculación estrecha a la Unión Europea (UE). Y todos saben también que esto es un sueño quimérico mientras en Moscú gobierne un hombre como Putin, que tiene una nostalgia nacionalista megalómana como primerísima meta política. El núcleo básico de tal programa es una entidad política -y aún mejor, si es también territorial- formada por Rusia, Bielorrusia y Ucrania.

Ante esta constelación, los ucranianos optaron por la revolución del Maidan, rompiendo a la brava la entente político-económica con Rusia a pesar de no tener de la UE ninguna garantía de ayudas de entidad. Dicho a la pata la llana: se lanzaron al agua sin flotador.

La respuesta de Putin al desafío ucraniano fue la clásica del Moscú de todos los tiempos (Horda dorada, zares, comunistas, y demócratas a la rusa): desestabilizar la política ucraniana, fomentar el separatismo de los territorios rusófonos del este de Ucrania hasta el alzamiento armado y, aprovechar esa coyuntura para quedarse con la península de Crimea sin mejor argumento que el de que no había nadie que se lo impidiese.

La intervención rusa en Ucrania fue hasta cierto punto oportunista, pero en mayor medida fue un paso lógico. Putin aspira a recuperar gran parte de los territorios de la Rusia zarista y el protagonismo internacional de la Rusia soviética. Para lo uno y para lo otro necesita una base territorial que incluya Bielorrusia y Ucrania; y aún más, necesita un occidente alérgico a las confrontaciones militares y remolón a la hora de aplicar sanciones económicas de calibre.

Y la ocupación de Crimea fue una prueba de fuego que le confirmó que, en estos momentos, las potencias occidentales no están para envites de envergadura.

Visto desde Washington o Bruselas, el problema ucraniano ha sido hasta ahora demasiado lejano para embarcarse en una confrontación a fondo. Con Crimea y media Ucrania en manos rusas, el equilibrio de fuerzas Este-Oeste no variaba mucho. En cambio, una guerra comercial con Rusia sería muy cara y aún más inoportuna si se tiene en cuenta la coyuntura económica mundial. Y políticamente, una eventual guerra con Rusia -aparte de los riesgos que genera un acontecimiento así- tampoco tenía el apoyo de las masas. En la Casa Blanca y en Bruselas coincidían de que a la pregunta de ¿quién quiere morir por Crimea? todos los europeos y estadounidenses respondería al unísono: “¡Nadie!”

Además, militarmente un conflicto con Rusia en Ucrania tiene mucho de misión imposible. El poderío militar ruso de hoy no es el de la URSS de los 70, pero no le va muy a la zaga. Occidente es militarmente superior, pero sin una ventaja abrumadora. Con el agravante de que los ejércitos de Putin -como los de Hitler en los años 30- están en condiciones de entrar en acción ya, mientras que los de los occidentales necesitan muchos meses para una movilización pareja.

Las reticencias militares del Pentágono se deben también a que el eventual escenario bélico de Ucrania está a miles de kilómetros de las principales bases militares de los EE.UU. y la OTAN. Y si los regimientos se pueden poner al día en unas cuantas semanas, la complicada y costosa logística de unos ejércitos dotados masivamente de armamento pesado y armas sofisticadas de alta tecnología requiere muchos meses.

Planteado así el problema ruso-ucraniano, parece inevitable la invasión de Ucrania. Pero quizá Putin y sus consejeros recuerden que en el decenio de los 30 también la movilización armada de Hitler era tan superior a la británica y francesa que occidente prefería sacrificar los Sudetes y Silesia al III Reich antes que enviar al frente a sus ciudadanos.

Lo prefirió… hasta 1939 y a un precio sin precedentes en la Historia.