L viernes por la tarde asistimos en la Universidad de Nevada a un acto de protesta por los hechos ocurridos en Atlanta (Georgia), Estados Unidos. Un acto en conmemoración de las víctimas.

La masacre comenzó alrededor de las 5 de la tarde, cuando Robert A. Long, de 21 años, disparó contra cinco personas en el salón de masajes Youngs Asian de Acworth (Georgia). Dos de las víctimas murieron al instante y otras dos horas más tarde, en un hospital. Posteriormente, Long cubrió una distancia de 56 kilómetros en menos de 45 minutos hasta llegar al Gold Spa de Piedmont road, al norte de Atlanta (Georgia) donde cometió un segundo homicidio. Concretamente, la policía respondió a una llamada de emergencia a las 5.47 pm, y al llegar al lugar encontraron a tres mujeres muertas por arma de fuego. Cuando aún estaban en Gold Spa, los agentes recibieron varias llamadas alertando sobre disparos en Aromatherapy Spa, a tan sólo dos minutos andando, en la misma calle de Atlanta. Allí encontraron el cuerpo de otra víctima. Ocho personas habían perdido la vida el martes por la noche: Seis de ellas mujeres de origen asiático.

Long fue arrestado poco después a unos 240 km al suroeste de Atlanta. Según la Policía, la motivación del asesino seguía sin estar clara ya que, "durante el interrogatorio no dio indicios de que sus acciones tuvieran una motivación racial evidente", anunció Frank Reynolds, miembro del cuerpo de Policía Local. Al margen de lo que declarase el detenido, parece difícil no ver un "indicio" en el hecho de que Long planeara y ejecutara metódicamente una masacre disparando a quemarropa a seis mujeres de origen asiático.

La cuestión de fondo es que no se trata de un caso aislado. Si bien la historia de los prejuicios, discriminación y formas de violencia contra la población de origen asiático en los Estados Unidos se remonta a mediados del siglo XIX, se ha registrado un peligroso aumento de los incidentes de odio tras los comentarios imperturbablemente xenófobos de Trump sobre el "Chinavirus" o "Kung Flu".

Sembrar el odio es muy fácil. De hecho, los primeros indicadores del aumento de delitos de odio contra ciudadanos de origen asiático se produjeron entre marzo y abril de 2020, poco después del estallido de la pandemia. Lo propio hizo Trump desde el altavoz que le proporcionaba la Casa Blanca con sus comentarios sobre los inmigrantes de origen hispano, cuando decidió referirse a ellos repetidamente como "violadores" y "criminales". Estas declaraciones públicas, amplificadas por Twitter, provocaron la proliferación de expresiones de odio racial y un mayor aclimatamiento de prejuicios profundamente arraigados en la sociedad. Es el llamado "efecto Trump", parte del emponzoñamiento social generado por este tipo específico de virus político.

No obstante, tal como ha afirmado Sung Yeon Choimorrow, directora del Foro Nacional de Mujeres Asiáticas y del Pacífico de América (NAPAWF) para The Guardian, "seis mujeres asiático-americanas han tenido que morir en un día para que la población preste atención a este hecho".

Desde 1990 existe una ley federal que urge a que se registren los "delitos de odio" (hate crimes). A pesar de ello, dado que las fuerzas de orden público no están obligadas a registrar los casos, los datos son solo parciales. A consecuencia de esto, si bien según una encuesta sobre víctimas del Departamento de Justicia entre 2017 y 2018 se registraron 230.000 delitos de odio, solo se procesaron como tales 50 de los casos. En virtud de las últimas estadísticas del FBI para 2019, se identificaron un total de 4.930 víctimas de agresiones motivadas por odio racial. De éstas, el 48,5% eran de origen afroamericano, 14,1% de origen hispano y, 4,4% de origen asiático. Está claro que el odio hacia las minorías afroamericana e hispana goza de más raigambre y de mayor tradición en la república, pero los incidentes contra la población asiática se han incrementado de manera muy preocupante.

Según ABC News, entre 2019 y 2020 la tasa general de delitos de odio disminuyó en los Estados Unidos, pero los incidentes contra los asiáticos aumentaron casi un 150% en 2020. En Nueva York se ha pasado de tres incidentes violentos a 28 en un año. Entre febrero y diciembre de 2019, la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de Nueva York informó sobre 30 incidentes de discriminación y acoso contra ciudadanos de origen asiático. Durante el mismo período de once meses en 2020, ese número aumentó a 205: Se ha registrado un aumento del 833% de los casos de odio racial en la Gran Manzana.

Los datos de otras ciudades muestran un aumento similar: 15 casos en Los Ángeles, 14 casos en Boston, 12 en Seattle, 10 en San José (California), 9 en San Francisco, 6 en Filadelfia€ La situación es especialmente crítica en California debido a una mayor proporción de población de origen asiático. El Centro para el Estudio del Odio y el Extremismo de la Universidad de California San Bernardino ha publicado un estudio según el cual los delitos de odio disminuyeron en un 7% mientras que los actos violentos dirigidos contra miembros del colectivo asiático-americano aumentaron en casi un 150%. Pocos días antes de la masacre de Atlanta, el grupo Stop AAPI Hate publicó un informe en el que se detallan 3.795 incidentes de acoso verbal, agresión física, discriminación en el lugar de trabajo y otras formas de violencia ocurridos en 2020. Según NAPAWF, casi el 50% de las mujeres estadounidenses de origen chino entrevistadas y el 64% de las mujeres estadounidenses de origen coreano habían experimentado insultos en público.

En su primera semana en el despacho oval, Biden firmó una orden ejecutiva diseñada para combatir el odio racial sistémico y condenó la "retórica inflamatoria y xenófoba" sin hacer mención a Trump explícitamente, aunque en este caso es obvio que la catalización del odio y de los prejuicios raciales tiene nombre y apellido. La orden también instruyó al fiscal general de los Estados Unidos, Merrick Garland, para que "amplíe la recopilación de datos y la información pública sobre incidentes de odio".

El jueves 18 de marzo, el presidente ordenó que la bandera ondeara a media asta en la Casa Blanca y en todas las instalaciones federales de la república en recuerdo de las víctimas de Atlanta y, por extensión, de todas aquellas que han padecido en virtud de prejuicios raciales.

Pero, desconocedor de todo esto, uno de los funcionarios del departamento de Policía de Georgia declaró que el sospechoso del tiroteo en el spa había tenido un "mal día". "Estaba bastante harto y al límite. Ayer fue un día realmente malo para él y esto es lo que hizo", explicó llanamente el 17 de marzo el director de comunicaciones de la oficina del sheriff del condado de Cherokee, Jay Baker, durante una rueda de prensa.

Poco después se ha sabido que el capitán Baker promocionó una camiseta con lenguaje racista sobre China y covid-19 a través de Facebook en 2020, y las imágenes han saltado a los medios. En cualquier caso, y más allá de sus convicciones políticas o ideológicas, incluso más allá de que pertenezca al departamento de Policía de Georgia -y por tanto sea heredero de un pútrido pasado de violencia racial-, ¿qué tipo de persona olvida que las ocho víctimas de aquella masacre no solo tuvieron el peor sino el último día de sus vidas?