Bilbao -Donny Reyes nació en Choloma, al noreste de Honduras. Entre finales del XIX y mediados del XX, Choloma se llamó Paraíso. Pero no lo era para Donny. “Dejé la escuela en primaria y me puse a trabajar en el taller de zapatería de mi papá. Eso fue mi niñez y adolescencia. Con 15 años me sentía diferente, me hacían sentir diferente, en medio de una gran influencia religiosa y el señalamiento, todo era angustia. Me hacían sentir muy mal. A los 16 años salí huyendo hacia Estados Unidos, buscando desaparecer. No quería hacer pasar vergüenza a la familia”, evoca Reyes.

“Salí caminando hacia el norte. Para Guatemala. Con el equivalente a ocho euros en el bolsillo. Pasé a México. Y después a California. Me quedaba a dormir en iglesias o estaciones de tren. Formamos un grupo de compañeros de viaje, la mayoría salvadoreños. Opté por Estados Unidos por aquello del sueño americano, es lo que nos venden: lo mejor para vivir y realizarse. Luego me di cuenta de que no era cierto y de que tampoco era mi lugar. Percibía que el tiempo pasaba sin sentido ni propósito”, relata.

A los 19 años decidió regresar. Cruzó a México en el auto de un señor que regresaba a casa, Y en México pidió a las autoridades que lo repatriaran. “Volví con más sueños que los que me habían llevado a los Estados Unidos. Pero la casa de mis padres tampoco era mi lugar. Vivían mis ocho hermanos, alguna tía, mis sobrinos. No encajaba allí. Y partí a la capital, a Tegucigalpa. Me busqué a mi mismo”.

Trabajó en cualquier lugar: mercados, restaurantes... Un día, un amigo le invitó a un grupo de personas gay que se llamaba Prisma. “Hablábamos de nuestras cosas, del VIH, de la prevención, había cursos. Me hice voluntario de Prisma”. Todos tenían mucho en común: el dolor, el rechazo, la desesperanza, también los impulsos suicidas. Y con el paso del tiempo, participó en la fundación de Casa Arco Iris, un lugar de apoyo, consuelo y formación para personas LGTBI. “Por fin encontré mi sitio. Y también los amores. En Tegucigalpa”, asegura Donny Reyes. - J. Gamboa