Las elecciones presidenciales norteamericanas se celebrarán en un año y, como ya es habitual, los 210 millones de votantes tan solo tendrán dos candidatos, el republicano Donald Trump y un demócrata cuya identidad todavía se desconoce.

Lo que sí parece seguro, es que la lucha será entre millonarios: Trump presume de tener unas arcas bien repletas, mientras que en el bando demócrata acaba de aparecer otro millonario mucho más rico que él: Michael Bloomberg, el ex alcalde de Nueva York que va camino de financiar su campaña con unas cuantas migajas de sus muchos miles de millones de dólares.

Bloomberg acaba de lanzarse al ruedo presidencial al que ya se había acercado en otros comicios pero decidió no competir: “Yo siempre seré un judío bajito de Nueva York”, explicó en 2016, para ilustrar los límites que su personalidad tiene para atraer a amplios sectores del electorado. Ahora ha cambiado de opinión, no porque haya dejado de ser judío ni por haberse estirado en altura, sino porque las escasas posibilidades que los otros candidatos demócratas tienen de derrotar a Trump le abren un posible camino a la Casa Blanca.

A sus 77 años, Bloomberg es incluso mayor que Trump, el hombre que llegó a la presidencia con 70, la edad más avanzada de un presidente electo en la historia del país. En la carrera presidencial está rodeado de compañeros de su quinta: el ex vicepresidente Joe Biden, quien por ahora lidera las encuestas demócratas, tiene su misma edad, al igual que Bernie Sanders, que le está pisando los talones en los sondeos de opinión. El tercer candidato de su partido, la senadora por Massachussets Elizabeth Warren, es todo un pimpollo con tan solo 70 años en estos momentos, pero, si ganara las elecciones, tomaría posesión a una edad más avanzada que la de Trump cuando este llegó a la Casa Blanca

De todo este grupo, el más pobre es Biden, cuya fortuna personal no llega al millón de dólares. Incluso Sanders, el ídolo de los jóvenes que admiran sus posiciones socialistas, le supera y se estima que tiene unos 2.5 millones gracias a los libros que compran ávidamente los jóvenes del Partido Demócrata, mientras que Warren, tan progresista como Sanders, tiene un capital modesto en comparación a Trump o Bloomberg, pero asciende a 6 millones de dólares, muy por encima de las posibilidades o incluso aspiraciones de los votantes que espera atraer.

No es que los norteamericanos busquen políticos ancianos, porque el más joven de la tropa de aspirantes demócratas, el alcalde de South Bend, en el estado de Indiana Pete Buttegieg, solo tiene 37 años, uno menos que Tulsy Galbard, comandante de la Guardia Nacional de Hawaii. Pero ninguno de estos jovencitos (la edad mínima para jurar la presidencia es 35 años) tiene ni fortuna personal ni grandes perspectivas de éxito, por mucho que Buttegieg vaya delante de todos en las encuestas en Iowa, la primera de las elecciones primarias del año próximo.

Para Trump parece que el adversario que mayor peligro le ofrecería es Bloomberg, un político mucho más moderado que sus coetáneos en esta campaña y que además le hace sombra en cuestiones económicas: no sólo porque Bloomberg no heredó su fortuna (es hijo de un contable y nieto de emigrantes judíos, mientras que el padre de Trump ya tenía una próspera constructora inmobiliaria), sino que sus haberes son probablemente diez veces mayores que los del actual presidente, un hombre cuyo patrimonio sigue siendo un misterio porque lo guarda celosamente en secreto, posiblemente porque no son tan grandes como él quiere hacer creer.

En un país en que el éxito es más admirado que envidiado, la acumulación de millones Atrae votos incluso de las personas más pobres en los lugares más remotos. Más difícil es llevar ese dinero a la campaña: los rivales de Bloomberg ya lo atacan precisamente porque es demasiado rico y, ante la desventaja que esta fortuna puede representar para ellos, ya indican que Bloomberg intentará comprar las elecciones en vez de ganarlas. Porque la gran novedad, al menos por ahora, es que Bloomberg ha anunciado que no aceptará donaciones para financiar la campaña, algo que sus rivales no se pueden permitir porque no tienen arcas LO bastante grandes COMO para pagar la publicidad en diarios y televisiones, o los salarios de los enormes equipos necesarios para una campaña efectiva.

Bloomberg cuenta además con una infraestructura que le da ventajas, porque es propietario de un imperio mediático al que ya ha dado órdenes de no investigar ningún asunto que le pudiera perjudicar, pero en cambio tienen carta blanca para embestir contra sus rivales.

Si la campaña final se dirime entre Bloomberg y Trump será una lucha entre dos personajes semejantes: ambos son de Nueva York, son multimillonarios y ambos han cambiado repetidamente de chaqueta política: a Trump se le conocen hasta 13 cambios en su mariposeo entre los dos partidos, mientras que Bloomberg fue demócrata hasta que el partido le cerró la nominación para la alcaldía de Nueva York, a la que se presentó y ganó como republicano. Al cabo de unos años se convirtió en independiente y no hace mucho que ha vuelto a su redil demócrata.

Semejantes veleidades serían muy difíciles de entender en Europa y hasta descalificarían a los candidatos, pero los Estados Unidos son un país en donde la vara de medir es el éxito, sin importar ni el cómo ni el con quién.