EN la Unión Europea había una pequeña esperanza, no en vano hicieron el lunes un último esfuerzo, pero a nadie se le escapaba lo difícil que era torcer el brazo a los euroescépticos que han convertido en rehén de su radicalismo a la primera ministra británica. Ese mismo lunes, mientras se negociaba un acuerdo de última hora, el Parlamento aprobaba una batería de medidas para protegerse de la temida salida a la brava. Nadie se fiaba y ese acuerdo era más moral que político.

Nadie puede decir que la Unión Europea no lo intentó hasta el último minuto. Michel Barnier pedía ayer que todo el mundo se preparara para lo que viene. “Hemos hecho todo lo posible para ayudar a May a aprobar el acuerdo. Ahora el asunto está en manos de los británicos. A nosotros lo que nos queda es prepararnos para afrontar una salida sin acuerdo”

Fue con nocturnidad, la mayoría de las reuniones sobre el Brexit se han realizado a la luz de la luna, aunque no ha trascendido si con alevosía. Era a eso de las nueve cuando May cruzaba el hall del Europarlamento rodeada de asesores camino de una sala cercana al hemiciclo donde estaban esperando el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y el negociador europeo, Michel Barnier. La primera ministra británica caminaba rápido, aunque no mostraba excesiva preocupación en su rostro. Iba con paso firme a echar el resto, a presionar más todavía y a convencer como ella nunca lo había hecho antes. Al otro lado de la mesa, Barnier había allanado el camino de May anunciando hace unos días que podrían ofrecer algún pequeño movimiento al Reino Unido. Del choque de estos buenos deseos nació un nuevo acuerdo, o mejor dicho, hicieron un nuevo traje al viejo acuerdo. Con él se trataba de tapar con un fino velo el agujero irlandés.

Unión aduanera Juncker lo explicaba horas más tarde: “Como a los británicos lo que les preocupaba es que con el acuerdo pudieran estar atados de por vida a la unión aduanera, hemos dado carácter jurídico a las negociaciones encaminadas a salir de dicha unión”.

Por este enorme edificio hablan hasta los pasillos y ayer hablaban del Brexit. Decían que esta sí, que había sido la última oportunidad y que si no era aceptada, no habría ni prórroga ni nada. Juncker apuntaba que “si es para atar cuestiones técnicas sí, pero para otra cosa no habrá ninguna prórroga”. Desde el lado opuesto del hemiciclo, desde la izquierda unitaria la alemana Gabriele Zimmer coincidía al apuntar que “ya no puede haber más, ni prórrogas ni condiciones”. Y es que ya no hay tiempo. Se acabó. “No se pueden dejar incertidumbres para las elecciones de mayo”, apuntaba Zimmer.

Si la ciudadanía empieza a dar ya síntomas de cansancio con el tema del Brexit, los escaños del Parlamento Europeo también sienten el hartazgo. Incluso se podía oír a más de uno frases de alivio de que esto acabe ya de una vez.

Quedan 17 días y ya solo los que creen en los milagros esperan algo distinto de una abrupta salida británica de la Unión Europea. Y ese milagro se llama segundo referéndum.

La Unión Europea ha soldado su postura, “ni una coma” señalaba un eurodiputado holandés. Ya no se mueve ni una coma.

Pero ese no es un milagro cualquiera, es un milagro con fecha de caducidad. Caduca antes de las elecciones europeas.