Día entre semana en Gasteiz. La capital verde recibe al foráneo con tráfico constante y obras. Tras la enésima rotonda, se levanta el bloque de viviendas en el que vive un matrimonio centenario. De hecho, mañana lunes, el hombre cumple 107 años de vida. La mujer, por su parte, sopló cien velas en marzo, en días de confinamiento estricto. Llevan 76 años casados y son personas autónomas. Además, tienen algo en común: sus mentes son más que prodigiosas, sabias. No pierden detalle y aportan conocimientos de alto nivel cultural, altísimo.

Mientras el ascensor accede al quinto piso, da tiempo a reflexionar por qué los medios de comunicación solo han valorizado la vida de él, la de Mateo Balbuena. ¿Por qué no la de Consuelo Lopetegui, con un bagaje histórico de dignidad ante el franquismo? Queda tanto por avanzar€

El timbre. Salen los dos a la puerta. La grabadora les escucha. Hoy, por igual. Ella se presenta como maestra, agnóstica y librepensadora. De Lasesarre, Barakaldo. Él, llegado al mundo en un pueblo de León, mantiene su dogma comunista heterodoxo intacto. De hecho, ha decidido dejar de votar. "¡No! No voto. No lo hago por dignidad humana", levanta la voz quien es suave en su locución.

Los mass media y los libros enfatizan la labor realizada por Balbuena en años anteriores a la guerra de 1936, durante el conflicto bélico y el franquismo. A su impensable edad continúa impartiendo conferencias de pie sobre economía anticapitalista. Durante el servicio militar, él ya trató de ser "al menos, cabo" -aporta- y tras el golpe militar se encargó de constituir tres batallones del Ejército de Euzkadi bien diferentes: el Leandro Carro del PC -en el que fue teniente y compartió filas con un abuelo del lehendakari Ibarretxe-, el Bakunin de CNT y el Araba, del PNV. ¡Su biografía pone los pelos de punta! También fue teniente de Carabineros en el Ejército Republicano. Sin embargo, Mateo no quiere hablar más del pasado, de su pasado. Está en los libros, la hemeroteca. Le preocupa el presente y mucho. "Nacemos con la cosa de subsistir. Somos 8.000 millones de personas en el mundo, todas diferentes. No es normal, por lo tanto, que haya solo un sistema para todos, el capitalismo. Es mentira que produzca libertad e igualdad", analiza quien fue finalista del Premio Planeta en 1964.

El reloj de pared de la sala sigue sumando minutos. Consuelo, a pesar de su falta de visión, hace punto ya de forma inconsciente. No pierde comba a la entrevista. Ella es el tercer oído de Balbuena, con alto grado de sordera. Se respetan el turno de forma ejemplar. Ella sí accede, risueña, hospitalaria, a aportar su pasado. Nació en 1920. Exiliada en Francia, con 17 años, gozó de una suerte histórica. "Nos llevaron a visitar la Exposición Internacional de París de 1937".

¿Vio el 'Guernica' recién pintado en el pabellón español?

-Eso le iba a decir. Me hizo muchísima ilusión. Había oído hablar en casa, en Lezama de Álava, del bombardeo de Gernika. Los soldados republicanos nos lo contaban.

Y va más allá: "Para no llorar de la emoción que me produjo, dije: el autor ha tenido que subirse a una escalera para pintarlo por sus grandes dimensiones. Yo no había oído hablar de Picasso entonces". A aquella joven le emocionó ver "la bombilla" del mural porque le recordaba al caserío de unos familiares en el que estuvo refugiada. "No nos dejaban bajar a la cuadra y se veía un cordón colgado y cuando vi el Guernica me acordaba de ello y también al ver la vaca, cómo salimos de casa con la vaca€".

Ella fue una de las llamadas niñas de la guerra que desde Santander viajó junto a su madre al exilio francés en el barco Molton. Vivieron en diferentes municipios. En el primero, escoltadas por senegaleses, tuvieron que pasar una cuarentena. De allí, cruzaron a Catalunya y contactaron con el Gobierno vasco. "Dijeron a ver quién sabía escribir a máquina y dije que yo, pero mirando al teclado. Me mandaron crear una lista de los refugiados". Con los ya franquistas merodeando volvieron a Francia. Y quisieron retornar a Euskadi por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

"Nos aconsejaron que no volviéramos a casa, que nos detendrían. Y fuimos a donde unos amigos a Madrid, a un chalet", rememora suspirando ante la mirada atenta de Mateo.

¿Cuándo se conocieron ustedes?

-Eso son interioridades que no importan€

Mateo sonríe y espera, indomable, a aportar sus reflexiones económicas que abogan por redactar un urgente nuevo manifiesto a consensuar entre intelectuales. Es su "obsesión". Sin embargo, se anima. "Nos conocimos en un baile en Amurrio, antes de la guerra". Consuelo niega con la cabeza: "¡Venía ya de antes!". Él ha leído bien sus labios: "¿A que no recuerdas que entré montando a caballo al interior de un bar porque estabas tú?".

En 1944, se casaron en una ermita que ya no existe. "Ella se encargó, por nuestra forma de pensar, de que no fuéramos a confesarnos ni a comulgar", dice Mateo. Echando la vista más atrás, la baracaldesa recuerda otro curioso suceso de cuando tenía 16 años, cuando iba a estallar la guerra. "Mi madre era de los liberales y a mi bisabuela los carlistas le pusieron una multa por renegar en euskera, mejor dicho en vascuence, porque el euskera se unificó más adelante", teoriza. "Mi madre montó a su caballo y se presentó aquí en Vitoria, ella viuda con tres hijos, a que le quitaran la multa a su abuela. Y lo consiguió".

Mateo Balbuena Iglesias nació el 21 de septiembre de 1913 en Villamartín de Don Sancho, León. Fue teniente del Batallón Leandro Carro (PC) y de Carabineros en el Ejército Republicano. Años antes de residir en Gasteiz, lo hizo en un caserío de San Martín de Lezama que perteneció a la famosa familia de músicos Arriaga.

Mateo es el mayor de diez hermanos. Por ello, le enviaron a servir al comercio de unos amigos. "¿Por qué he tenido que abandonar mi casa?", se preguntaba. Una frase le caló: "Lo que ocurre en Rusia es muy importante". Comenzó a leer de todo y a frecuentar el Ateneo Obrero de Gijón.

En 1932 ingresó en las Juventudes Comunistas y le nombraron secretario de Agitación y Propaganda. Participó en la huelga del 34 en Oviedo y se trasladó a Cruces. Allí participó en la fusión de las Juventudes Socialistas Unificadas de Euskadi y fue secretario local. El 17 de julio de 1936 convocó reunión urgente de la JSU para requisar armas en Olabeaga, Lutxana€ "El 22 julio, una docena de milicianos salimos de Bilbao a San Sebastián a rendir a los rebeldes en el Hotel María Cristina. El 24 participamos en el acoso a los cuarteles de Loiola".

Amenazada Orduña, se movilizó un centenar de milicianos en seis camiones, y ya encuadrado en el batallón Leandro Carro, le nombran teniente. "Nos abandonan o traicionan los altos oficiales, pero mi sección se mantuvo dispuesta a resistir". Tras evacuar Bilbao, es herido en la mano izquierda y le retiran a Santander y a Gijón. Al perderse Gijón, abandona el hospital y en un pesquero llega a El Havre (Francia). Pero retorna al Estado por Figueres. Le nombran instructor de la 65º Brigada. Ante la derrota republicana arenga a su tropa para huir a Francia y seguir la lucha.

Tras 28 días de travesía vestido de civil es apresado en Broto (Huesca), juzgado en Jaca y encarcelado. Queda libre. Logra empleo en una mina ubicada "sobre Bilbao" por las mañanas y por las tardes imparte clase. Retomó la lucha clandestina con el EPK-PCE y en 1942 fue detenido y encarcelado en Larrinaga. "Franqui nos quitó todo y nos dedicamos a vivir de ahorros, de la huerta y a escribir, liberados del capitalismo".