Brigadas Internacionales Al tocar diana/At break of dawn. Songs from a Franco prisonAbraham Lincoln

En el disco, el veterano brigadista, nacido en 1912 en el Lower East Side de Nueva York en una familia judía de origen lituano, rememora sus vivencias como prisionero de guerra del ejército franquista y canta un puñado de canciones en castellano, inglés, ruso, hebreo y yiddish, la lengua de las comunidades judías askenazis de Europa Central y del Este. Son las canciones que Max y sus compañeros cantaban durante su cautiverio en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, situado en el antiguo monasterio cisterciense del mismo nombre, a apenas diez kilómetros de Burgos.

Resulta asombrosa la variedad estilística de las canciones interpretadas por Max Parker con su bien timbrada voz, a capela o con un austero acompañamiento instrumental de guitarra, concertina y piano, pero más asombroso aún resulta encontrar en su repertorio varias canciones populares muy cercanas a nosotros: un par de bilbainadas, Un inglés vino a Bilbao y un popurríde Las campanas de la aurora y Un inglés vino a BilbaoLas campanas de la auroraLa taberna de Paloca; dos habaneras, Tú que brillas en elcielo y El pescador; una jota de Raimundo Lanas; Quisiera volverme hiedra, y la conocidísima Asturias, patria querida, canción de la que Max Parker dice en el cuaderno de notas que acompaña al disco que también era “cantada por los prisioneros vascos” con los que compartió cautiverio en el penal de Cardeña.

En esta extraordinaria grabación, Max Parker desgrana sus recuerdos y evoca tanto las penurias sufridas en Cardeña más de cuarenta años atrás como los momentos felices que deparaba a los prisioneros la interpretación de estas canciones. En el disco encontramos también varios cantos de trinchera de la Guerra Civil: Jarama valley, The Connolly column y Si me quieres escribir; una ranchera norteña, Ya no me vengas; un fandanguillo, Desde Cádiz, o una adaptación del tango Tomo y obligo, popularizado por Carlos Gardel en 1931 y titulado aquí Al tocar diana.

El monasterio de Cardeña había sido habilitado como campo de concentración por el ejército franquista a finales de 1936 con el fin de internar allí a los gudaris y combatientes republicanos hechos prisioneros en el Frente Norte. Según los informes oficiales, tenía capacidad para 1.200 prisioneros, aunque, al igual que el resto de los presidios y campos de concentración franquistas, dicha capacidad fue muy pronto superada, sobre todo a partir de la primavera de 1937, cuando comenzó a desmoronarse el norte republicano y los franquistas comenzaron a hacer miles de prisioneros vascos, santanderinos y asturianos, que fueron hacinados en este y otros campos y presidios de Burgos, como los situados en Lerma, Aranda de Duero y Miranda de Ebro.

Durante esta primera etapa, el campo fue utilizado principalmente para formar batallones de trabajadores que, una vez completados, eran transferidos a otros lugares en los que se requería el concurso de esta mano de obra esclava.

Para extranjeros

La situación cambió a primeros de abril de 1938, cuando el Cuartel General de Franco designó al campo de Cardeña como el lugar donde debían concentrarse todos los presos de nacionalidad extranjera hechos prisioneros por los nacionales, quedando Cardeña oficialmente desde ese momento como único campo para extranjeros de la Península.

Este cambio en la situación del campo se produce prácticamente a la par que la captura de Max Parker por las tropas franquistas en las inmediaciones de Gandesa, donde se había atrincherado la XV Brigada Internacional, y que fue tomada por los nacionales el 3 de abril de 1938.

Max Parker había llegado un año antes a España, en marzo de 1937, movido por su compromiso antifascista después de haberse fogueado en su ciudad natal en la lucha contra el Bund nazi y los seguidores de Mussolini, que crecían como setas venenosas en los barrios alemanes e italianos de Nueva York. Tras recibir entrenamiento durante tres semanas en Figueres y otros dos meses en la albaceteña Madrigueras, fue destinado como chófer de un camión en el segundo escuadrón del Regimiento de Transportes de la XV Brigada Internacional.

Como el propio brigadista indica en las notas del disco, los chóferes solían ser elegidos entre los voluntarios americanos, dado que estos estaban más familiarizados que los de otras nacionalidades en la conducción de vehículos. A bordo de su camión ruso, Parker transportó durante nueve meses suministros y soldados en algunos de los frentes más peligrosos de la Guerra Civil: Brunete, Belchite, Teruel y Gandesa, en cuyas proximidades fue hecho prisionero.

Durante seis días con sus correspondientes noches, sin apenas dormir, Parker había transportado tropas con su camión de un lugar a otro del desorganizado y fluctuante frente de Gandesa con el fin de reforzar las líneas republicanas, que se veían impotentes para frenar la ofensiva lanzada por el ejército franquista a primeros de marzo a lo largo del frente de Aragón en dirección al Mediterráneo para cortar en dos el territorio republicano.

El desconcierto en las líneas republicanas era tal que, en la noche del sexto día, y por una indicación errónea del oficial al mando de las tropas que transportaba, Parker cruzó inadvertidamente con su camión las líneas enemigas y fue hecho prisionero. El brigadista neoyorquino contó que pudo salvar la vida gracias a que el italiano que lo detuvo había vivido una temporada en Nueva York y simpatizó con él tras entablar una breve conversación en inglés. Peor suerte corrieron varios de los soldados republicanos que transportaba, que fueron ejecutados por orden del español que acompañaba al captor del brigadista neoyorquino. Probablemente, aunque Parker no lo indica, el italiano que intercedió por él debía ser un mando de la División Flechas, anteriormente Brigada Flechas Negras, que en 1937 había combatido contra el ejército vasco en diversos frentes de Bizkaia.

Tras pasar la noche encerrado en un establo, fue reagrupado con otros brigadistas prisioneros, la mayoría británicos e irlandeses, entre los que se encontraba el dirigente del IRA Frank Ryan, cuya graduación de capitán le hacía candidato a la pena de muerte. En las horas siguientes los brigadistas, unos 150, fueron trasladados a la prisión militar de Zaragoza, donde -como se esperaba- un Consejo de Guerra sumarísimo condenó a muerte a Ryan, aunque las presiones del gobierno de Irlanda lograron que la pena fuera conmutada. Parker, que había aprendido algo de castellano y ejercía de traductor oficioso de los brigadistas prisioneros tuvo durante este tiempo trato directo con Ryan y lo describió como un hombre “inteligente, equilibrado, incorruptible y fuerte”.

Al cabo de unos días, Parker, Ryan y el resto de los brigadistas prisioneros en Zaragoza fueron trasladados de nuevo. En esta ocasión al lugar de su cautiverio definitivo, el campo de concentración de Cardeña, de donde fue conducido a Donostia en febrero de 1939 como paso previo a su repatriación a Estados Unidos.

Un vasco oculto

¿Quiénes fueron los gudaris anónimos y cantarines a los que, probablemente, hay que atribuir la enseñanza de las canciones que Max aprendió durante su cautiverio? Carl Geiser, comisario político del batallón Lincoln y compañero de cautiverio de Parker en Cardeña, publicó en 1986 Prisoners of the good fight, libro en el que relata su experiencia en la Guerra Civil, como combatiente primero y como prisionero después. El libro de Geiser constituye, junto con el testimonio del propio Parker, una de las principales fuentes de conocimiento de lo que sucedía intramuros del campo de Cardeña durante el periodo en que funcionó como centro de detención de extranjeros.

Su primer recuerdo amable de Cardeña tiene que ver precisamente con un prisionero vasco del que tampoco sabremos su nombre. Relata Geiser que a su llegada a Cardeña, él y el resto de los brigadistas que formaban parte de su expedición fueron introducidos para pasar la noche en una especie de altillo con el suelo cubierto de paja por todo colchón. Cuando trataban de acomodarse para dormir, escucharon unos tímidos golpecitos procedentes del suelo de madera de la estancia. Intrigados, retiraron la paja que lo cubría y, para su asombro, alguien desde el piso inferior levantó varias tablas del piso y asomó su cabeza, tocada con una boina. Tras decirles, puño en alto, “¡Salud, internacionales!”, se identificó como vasco, se interesó por su estado de salud y de ánimo y les ofreció su ayuda. La sorpresa de los brigadistas fue mayúscula y tuvieron que insistir al inesperado visitante para que regresara al piso inferior, no fuera a ser descubierto.

En su libro, Geiser dice que los vascos prisioneros en Cardeña en el año que estuvo preso antes de su repatriación a Estados Unidos pertenecían a los batallones Rebelión de la Sal, Saseta y Salsamendi, pero ese dato, por sí solo, no indica que los brigadistas -656, según Geiser- no mantuvieran contactos con otros prisioneros vascos -o asturianos, o santanderinos- pertenecientes a otras unidades militares republicanas.

La canción que da título al valioso documento sonoro que dejó Max Parker es, como se ha dicho, una adaptación del popular tango Tomo y obligo. Fue hecha por los brigadistas cubanos prisioneros en Cardeña y describe con crudo humor algunas de las escenas de la vida cotidiana en el campo. Su letra, transcrita con las mismas incorrecciones fonéticas que aparecen en la interpretación de Max Parker, puede ser un buen colofón para este acercamiento a una página de la historia que no debería ser olvidada nunca:

Al tocar diana, por la mañana, lo dice a gente todos a formar,

entrar en fila, salir al patio, y la bandera después saludar.

Al sopa de ajo, al primer plato, para el almuerzo nos suelen llamar

con desagrado muy bien marcado. Soy prisionero tienes que aguantar.

Hoy nos daban los dos chuscos, que es cosa que no varía

el modo en que envenenaban la comida en el penal.

Las lentejas y judías te las dan todos los días

bajo una lluvia de palos que no te dejan comer

Todas las tardes nos dan sermones. ‘Hermanos míos’ nos suelen llamar

Unos señores que con sotana debajo llevan traje militar.

Si tienes piojos, no te preocupes; en todas partes nos van a encontrar.

Tiene paciencia, mi camarada. Soy prisionero tienes que aguantar.

Periodista de larga trayectoria vinculada a la radio y a la prensa escrita. Trabajó en Herri Irratia y como corresponsal en Euskadi de diferentes publicaciones de la oposición antifranquista. Fue corresponsal en París de ‘Diario 16’ y ‘Cambio 16’. De regreso a Euskadi, se incorporó como director de Informativos al equipo fundacional de Radio Euskadi, donde también ha sido jefe de programas y editor y presentador de diferentes programas y espacios informativos, culturales y de entretenimiento como ‘Euskal grafiti’ o ‘El altavoz de la memoria’. También ha sido columnista de los diarios ‘Egin’ y ‘Gara’. Durante años ha investigado la memoria sonora de la Segunda República, la Guerra Civil y la resistencia antifranquista, sobre la cual tiene un archivo personal único de gran valor documental. También es autor del libro ‘1936. Memoria de un conflicto’, escrito junto a Javier Domínguez y editado por EITB.