la fiesta de San Ignacio representa para el nacionalismo vasco todo un símbolo que acoge varios de sus acontecimientos fundacionales. Como sabemos, el 31 de julio de 1895 funda Sabino Arana el Euzkadi Buru Batzar y el 31 de julio de 1919 sale, por vez primera, el órgano de prensa del sindicato vasco ELA-SOV, Euzko Langillia-El Obrero Vasco. Se cumple, por tanto, este año el centenario de aquel semanario que recogía la voz del primer sindicato nacionalista vasco fundado en 1911 y que, en buena medida, nos permite conocer la forma de actuar de aquella ELA en sus primeros años de vida.

El primer director del que tenemos noticias es Mario Aurre-koetxea que es sustituido en septiembre de 1920 por Manuel Robles Arangiz. El que fuera más tarde secretario general del sindicato, ejerció la dirección durante tres años, tiempo en el que se consolida la frecuencia semanal y su carácter batallador, especialmente con el sindicalismo socialista de la UGT. A raíz del matrimonio de Robles Arangiz y de sus obligaciones laborales y familiares se ve obligado a dejar la dirección del semanario.

Le sustituye Adolfo de Larrañaga. El abogado y poeta portugalujo se convierte desde el 19 de octubre de 1923 no solo en el director de El Obrero Vasco sino en el más importante de sus articulistas. Editoriales, poesías, artículos firmados, anónimos o con seudónimos, conforman un trabajo enorme para una sola persona, hasta el punto de que el historiador Ignacio Olabarri llega a afirmar que en 1925 y 1926 casi lo escribe él solo.

Aunque puede parecer exagerado, no nos cabe duda de que, no ya solo durante esos dos años, sino prácticamente hasta 1932, la pluma de Larrañaga es la principal del semanario y es la que le imprime un carácter constante a lo largo de toda su historia. Sin faltar a la verdad, podemos afirmar que El Obrero Vasco es el semanario de Adolfo Larrañaga.

Dictadura de Primo de Rivera No fue el mejor de los momentos el elegido por Larrañaga para dirigir un periódico. Desde la Capitanía General de Barcelona el 13 de septiembre de 1923 el general Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado que hace suyo el rey Alfonso XIII. La prensa vasca lo recibe de muy distinta manera. El Liberal protesta por el levantamiento. El Pueblo Vasco lo saluda sin disimulos y Euzkadi denuncia la falta de libertad para escribir sobre el nuevo régimen.

Adolfo de Larrañaga escribe un artículo en Aberri de título inequívoco: ¿El ejército contra el pueblo? Allí expresa sin rodeos su posición contra el golpe militar: Nuestro corazón protesta con toda la santa indignación contra los atropellos de la soberanía civil.

La posición de Larrañaga ante lo que se viene encima parece clara. Por ello no podemos compartir, en absoluto, la opinión de Saiz Valdivielso en su Triunfo y tragedia del periodismo vasco cuando afirma, ni más ni menos, que El Obrero Vasco fue portavoz del apoyo de Solidaridad al nuevo régimen. Para argumentar su opinión, cita únicamente un artículo titulado Separatismo antivasco y español. Y aunque es cierto que allí, en un solo punto, se muestra el apoyo al directorio, en lo que se llama su orientación regional y la unidad de las cuatro provincias vascas, también se dice que se carece hoy como es sabido de la libertad necesaria para juzgar en público todas las decisiones que el nuevo régimen en el Gobierno del Estado español ha establecido. Por ello callamos sus defectos y equivocaciones.

A las dificultades políticas se suman las económicas. Lo dice sin ambages el propio semanario. Tirada ridícula y vida lánguida. Era preciso, sin embargo, superar esa situación porque Larrañaga está convencido de que el periódico es la mayor arma de combate en la vida social moderna. El 14 de febrero de 1925 lo dice con un deje de solemnidad: El Obrero Vasco se fundó con el anhelo de unos obreros que sin presumir de intelectuales (esos rastacueros de la inteligencia pseudofilosófica y narcisos de sus ideas) hicieron que se oyera su plegaria. Gracias a su periódico pudo gritar y decir su verdad sin temor a intereses creados de capitalistas sin amor, de nacionalistas sin sentido de responsabilidad histórica.

La República Cuando se proclama la República el 14 de abril de 1931, sigue siendo director Adolfo de Larrañaga. Sin saber cómo se iban a desarrollar los acontecimientos, escribe Larrañaga un artículo titulado Nuestra posición. Allí fija de manera clara y rotunda la postura de Solidaridad. Saluda la llegada de la República porque el vasco, dice, es esencialmente republicano. Es verdad, añade, que la república también puede ser dictatorial y aun despótica, pero si ésta respeta los derechos de los vascos, éstos demostrarán su nobleza. Finaliza con dos rotundos ¡Viva la República federal española!, ¡Gora la República Vasca!

Cuestiones candentes No faltaron en las páginas del periódico las disputas con otros medios de comunicación o el análisis de cuestiones complejas que suscitaban opiniones enfrentadas. El periódico acogerá la polémica sobre la propiedad de la tierra. La cuestión social y agraria suscitaba en aquel tiempo grandes controversias e interés indudable. Ramón Belaustegigoitia escribirá en 1918 La cuestión agraria en el País Vasco. El controvertido libro será el eje sobre el que se plantea la pregunta clave: ¿De quién es la propiedad de la tierra? Larrañaga entra en liza con un artículo en el que básicamente apoya las ideas de Belaustegigoitia. La tierra, era obvio, debe ser de quien la cultiva. No todos se mostraban de acuerdo y así surgirá el debate con el colaborador de Euzkadi C. de Elgezabal.

Un asunto de enorme trascendencia en la vida social se convertirá casi en una cruzada en las páginas del semanario. El alcoholismo era un grave problema especialmente entre los obreros. La vida en la taberna generaba situaciones de tensión en la familia y en el trabajo que había que atajar. A las charlas que daba, por ejemplo, Diego de Mazas en el sindicato, se añadían muchos artículos como los de Larrañaga en los que, con su inconfundible estilo, afirma sin tapujos que: La taberna es una calle peligrosa por la cual se puede ir a tres partes: al hospital, al manicomio y a la cárcel.

Euzko Langillia acogerá en sus páginas colaboraciones sobre la difícil situación de la mujer trabajadora. Si bien es cierto que en ocasiones se enfoca el papel de la mujer básicamente como madre, no lo es menos que se denuncia las condiciones laborales en sectores como el de las costureras. Véase lo que ocurre en talleres de costura. Abuso de maestras es evidente, jornales irrisorios, exigencias, servidumbre. Doblada la cabeza, inmóviles, oyendo la música de las Singer en locales faltos de ventilación y de luz? sin esperanza de mejoras.

Para dar solución a tan lamentable estado, se propugna desde el semanario la necesidad de organización y conformar agrupaciones femeninas solidarias en defensa de sus derechos laborales y contra la explotación patronal.

El mundo laboral Como no podía ser de otra forma, el grueso de cuestiones de El Obrero Vasco, un semanario sindical, se refiere a la situación laboral de los trabajadores vascos. Y entre ellas, la jornada laboral legal es acaso la que mayores inquietudes despierta. Los interminables días de trabajo de 10, 12 y hasta 14 horas, fueron combatidos por Solidaridad, como por otros sindicatos, hasta llegar a las 8 horas diarias y 48 semanales. Aunque formalmente desde 1920 ya se había legalizado esa jornada de 8 horas en la mayoría de los sectores laborales no faltan artículos en los que se exige su cumplimiento.

En enero de 1925 defiende la jornada de 8 horas frente a los que les acusan de filosocialistas, argumentando que la limitación de la jornada laboral es una reivindicación de los sociólogos que militan en el campo demócrata-cristiano. Todavía en 1930 reivindica El Obrero Vasco la jornada legal como la conquista del proletariado del mundo sobre la burguesía, conquista de la que el obrero no debe ceder jamás porque es esencial para la defensa de su bienestar moral.

También el problema de la vivienda obrera, especialmente en Bilbao, es calificado de pavoroso. Se expone la dura situación de familias necesitadas que se ven obligadas a pernoctar en los lavaderos municipales para sobrevivir. Para atajar situación de tal injusticia, propugna El Obrero Vasco la intervención decidida del Ayuntamiento y la Diputación.

La situación de los mineros se aborda en una colaboración de Larrañaga con título tan significativo como La esclavitud de los mineros. Con gran fuerza narrativa describe su presencia en Ortuella en 1925, invitado por la Agrupación de Obreros Vascos, para dar una conferencia sobre las ventajas del cooperativismo.

Lo que allí vio fue ciertamente deprimente. Trabajadores pálidos, flacos, cabizbajos, recelosos y sin esperanza. Y a lo lejos el hospital de Triano como un palacio del dolor, esperando siempre con las puertas abiertas para heridos, ancianos, suicidas.

El problema del paro, los despidos de los obreros, el retiro obrero obligatorio, la escasez de subsistencias son algunas de las cuestiones sociales que se abordan con frecuencia en el semanario.

Un espacio para la cultura La presencia de un escritor en la dirección del semanario, aportó un espacio poco común en la prensa sindical. Los poemas de Adolfo Larrañaga y un prisma lírico en muchos de sus artículos, es una peculiaridad que no conocemos en este tipo de prensa. Escribirá también sobre pintura, escultura, música, literatura o poesía.

No son escasas sus narraciones literarias que nos acercan a pueblos como Bergara, Mondragón, Olite, Ortuella o Eibar. En ellas bucea, con maestría, en el espíritu del lugar y de sus gentes. También lo hará en diarios como Aberri, Excelsior o Excelsius, en donde recoge, con igual tensión literaria, la vida de Bilbao en sus lugares más emblemáticos.

El interés por la cultura lo expondrá de manera vigorosa en su artículo La fuerza de la cultura:

Dime qué bibliotecas tienes y te diré quién eres, dime qué sitios frecuentas y te diré a dónde irás a parar, dime qué concepto tienes de tu dignidad y te diré qué esclavo eres; todo es pues un problema de cultura, y concluye: Maldita ignorancia que hace andar en las tinieblas, luz más luz, fe más fe, patria y libertad.

Vamos concluyendo. Euzko Langillia-El Obrero Vasco fue, es cierto, un semanario modesto que termina su vida en 1932 a raíz del II Congreso de Vitoria, sustituido por Lan Deya. Tres páginas de texto y una de propaganda cada semana y, en ocasiones, cada 15 días, puede parecer escaso bagaje en el mundo de la prensa vasca. Tampoco tuvo demasiados colaboradores y hubo épocas de muy pocos lectores. Pero seríamos injustos si lo analizamos solo bajo ese prisma. Si lo examinamos desde el punto de vista de los escasos medios con los que contó y de la compleja época vivida, El Obrero Vasco es un ejemplo único de entusiasmo y de voluntad por extender unos ideales sociales y nacionales en los que, pensamos, brilla con luz propia Adolfo de Larrañaga. Solo un poeta fue capaz de llevarlo a cabo. Un poeta que además conocía el valor de la prensa en la vida social moderna.