SE cumplen estos días ochenta años desde la constitución del primer Gobierno vasco en 1936 y la investidura de José Antonio Aguirre como primer lehendakari. El aniversario nos ofrece, por tanto, una excelente oportunidad para reflexionar sobre la herencia ideológica de Aguirre y en qué medida constituye una referencia para el nacionalismo vasco del siglo XXI.
Debemos sin embargo, tomar en consideración dos premisas previas para hacerlo. Una primera tiene que ver con el hecho de que ha transcurrido ya más de medio siglo desde su fallecimiento en 1960. Transcurrido tanto tiempo y en sociedades y circunstancias muy distintas, la herencia ideológica no debe examinarse tanto en función de lo que el personaje histórico nos dejó, a modo acaso de un testamento político que Aguirre nunca elaboró, sorprendido por una muerte inesperada todavía joven, (56 años), sino que debe buscarse en aquello que los abertzales de hoy, hemos rescatado principalmente de su figura, lo que pensamos hoy que ya pensaba el primer lehendakari, lo que decimos hoy que el ya dijo y lo que hacemos o dejamos de hacer que ya hacía, o que nunca quiso hacer, en las circunstancias que le tocaron vivir.
Algunos historiadores se han referido a una presunta doctrina Aguirre, elaborada por él o bajo su guía e inspiración, en relación con la visión europea del nacionalismo vasco y le han atribuido una mayor o menor vigencia en la actualidad, pero creemos que olvidan que si la entendemos como un planteamiento teórico completo, coherente y detallado, más allá de la defensa apasionada de una serie de principios y valores, como una verdadera doctrina a respetar por los seguidores, no existió nunca, y que, de haberlo hecho, constituiría una enorme injusticia histórica juzgarla en función de su aplicabilidad directa medio siglo después a contextos y sociedades muy distintos.
La segunda consideración tiene que ver con que cuando nos encontramos ante personas de una trayectoria histórica de una cierta amplitud, desarrollada en circunstancias muy diversas, es necesario obrar con una elevada prudencia, porque quizá puedan encontrarse posicionamientos diversos y hasta contradictorios que dificulten conocer realmente en qué medida podía más la real creencia o intención o se imponían directamente las circunstancias. Aguirre es todavía hoy el lehendakari con mayor tiempo de desempeño del cargo (24 años) y representa treinta años de liderazgo nacionalista (desde que obtuvo la alcaldía de Getxo en 1931) durante aconteceres tan diversos como el ascenso del nazismo y el fascismo, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, la dictadura de Franco y la Guerra Fría y los albores de la Unión Europea.
No es idéntica la perspectiva del exiliado y la del gobernante, la del que padece una dictadura y la del que puede pronunciarse con la libertad que proporcionan la democracia y el Estado de Derecho, la del que asiste al nacimiento de una nueva criatura (la UE) y la del que ya adolescente o mayor de edad comprueba los quebraderos de cabeza que puede llegar a dar, la de quien carece la posibilidad de conocer la opinión de la sociedad que dirige y la de quien cuenta con una amplia panoplia de instrumentos para conocerla y esto debe tenerse en cuenta tanto para entender a Aguirre (o a cualquier otro personaje histórico) como para entender nuestra relación actual con el.
Tolerancia y respeto Podríamos concluir entonces que el legado de Aguirre, más que en un posicionamiento coyuntural sobre esto o aquello, debe observarse en una defensa apasionada de la libertad, la democracia y la personalidad del pueblo vasco, a partir de una declarada posición creyente y humanista defendida con tolerancia y respeto al discrepante. Como en el caso de todo personaje realmente histórico, más en un modo de actuar que en una actuación determinada, más en una personalidad que en cualquier manifestación concreta de la misma.
Desarrollemos estas consideraciones ya que aun con todas las precauciones antedichas cabe, sin embargo, encontrar muy presentes entre nosotros algunos rasgos de su pensamiento. José Antonio Aguirre fue durante toda su vida un nacionalista vasco que defendió, en las circunstancias más dramáticas, el derecho del pueblo vasco a decidir libremente su propio futuro. Pudo ser presidente del Gobierno de la República Española en el exilio, porque tuvo la oferta encima de la mesa, y acaso lo hubiese sido de haberlo deseado, y de no haberlo concebido como incompatible con su dignidad de lehendakari, nunca tuvo reparo en luchar para que España fuese un estado realmente democrático, del mismo modo que intentó influir en pro de una Europa verdaderamente unida, porque entendió que en ambos ámbitos se jugaba el futuro del pueblo vasco, pero defendió siempre sin titubeos, que cualquier adhesión vasca pasaba por el respeto a su libertad de decisión. Hoy como entonces muchos lo hemos convertido en una verdadera línea roja.
Como el mismo escribió en una carta a Manuel Intxausti en 1941, “yo soy quien fui y seguiré siendo el mismo, pase lo que pase. Las ideas no pueden cambiar como el viento o al socaire de la situación de cada momento”. Podemos concluir como lo han hecho otros que “fue un político que defendió con verdadera pasión unos principios en los que creía con su mente y con su corazón”. Aguirre nunca concibió un pueblo vasco-isla, encerrado en su singularidad. Quiso un pueblo vasco, y su expresión nacionalista abiertos al mundo y homologables con lo que les sucedía a los demás. Por eso pensó también una España y una Europa e intentó que se pareciesen a lo que deseaba. Con Aguirre y su generación comienza verdaderamente, frente a las anteriores iniciativas aisladas e inconexas, y aunque fuese también por imperiosa necesidad, la actividad internacional del nacionalismo vasco.
José Antonio Aguirre fue un hombre de acuerdo y de consenso. Diputado de una coalición con carlistas y monárquicos en 1931, llegó a gobernar junto a socialistas, republicanos, comunistas y los otros nacionalistas de ANV, todas las expresiones del antifranquismo, si dejamos a un lado al, en Euskadi muy minoritario, anarquismo. Dentro del propio PNV ejerció de puente para facilitar la fusión entre las gentes de Comunión y Aberri. Su carisma y simpatía personal y su carácter práctico le permitieron en muchas ocasiones templar gaitas entre posturas enfrentadas. Irujo lo llegó a llamar la “segunda naturaleza presidencial”. Pero defensor acérrimo de la necesidad del pueblo vasco de presentarse exteriormente como tal, unido y representado por sus instituciones legítimas, no estuvo dispuesto a sacrificar la operatividad de las mismas porque no hubiese consenso pleno sobre las iniciativas que consideraba que correspondía desarrollar.
Aguirre no tuvo reparo en cambiar de posición cuando entendió que era eso lo más beneficioso para la causa vasca. Pese a no tener reproche relevante que formular a la actuación de los comunistas en su Gobierno, los expulsó de él cuando su presencia empezó a suponer un obstáculo (en época de la Guerra Fría) para que Europa, y sobre todo Estados Unidos, prestasen a los vascos el apoyo que necesitaban. Si a instancias entre otros del propio Aguirre, el PNV decidió en las reuniones de Meudon exigir a los socialistas y republicanos proclamar la “obediencia vasca” (la no sumisión a las órdenes dictadas desde Madrid) como condición para colaborar con ellos, la evidente derrota de quienes estaban dispuestos a ello le llevó a recular y suscribir el Pacto de Baiona de 1945 que consagraba tal fracaso.
Optimista Todos sus contemporáneos se refieren al optimismo como uno de los rasgos más destacados de su personalidad. Si hay quienes ya entonces lo consideraban exagerado y le criticaban el ver la botella medio llena aunque contase tan solo con algunas pocas gotas de líquido (y de ahí los inevitables desengaños) no cabe duda de que quienes quieren cambiar la sociedad en la que viven lo necesitan para no caer en el desaliento. Si al modo de las famosas palabras de Bertold Bretch se quiere “luchar toda la vida”, y la pelea del pequeño pueblo vasco para no ser subsumido en lo español y lo francés no tiene visos de terminar con éxito en muy breve plazo, ese optimismo de quien diseña futuros vascos desde el exilio solitario y abandonado es una lección permanente. Solo la fuerza que de él deriva le permite a uno superar reveses del tipo de los que sufrió el primer lehendakari. Algunos historiadores lo han calificado como “idealista apasionado” y han sostenido que “su ejemplo de hacer política sigue vigente en el siglo XXI” .
Aguirre estuvo dispuesto a sacrificarlo todo por la causa en la que creía. Es uno de tantos ejemplos que reviven cuando se rememora la famosa frase de Lauaxeta: “Dana eman behar jako maite dan askatasunari”. No ya una holgada posición económica y la gerencia de una próspera empresa familiar, (Chocolates Bilbainos) no ya una expectativa profesional prometedora como abogado siguiendo la trayectoria de su padre, sino que en el Juramento de Begoña pronunciado horas antes del de lehendakari, puso su propia vida en manos de las autoridades legítimas del Partido Nacionalista Vasco, el Euzkadi Buru Batzar, que dispondría de ella “en la medida, en el momento o en las circunstancias” que señalase. ¡Y en aquellas tremendas circunstancias, con el ejército franquista entrando ya en Bizkaia, ni jurar aquello era una broma, ni se le escapaba a nadie la posibilidad de encontrarse rápidamente en la tesitura!
Hay un rasgo esencial de la personalidad de Aguirre que la generalidad de los nacionalistas vascos no hemos aceptado como herencia, la confesión explícita y habitual de una creencia religiosa como fundamento del propio ideal político. Los tiempos han cambiado, la constricción al ámbito privado de la expresión religiosa, eje prioritario del proyecto laico de sociedad, se ha impuesto en gran medida, aunque no haya conseguido eliminar completamente las manifestaciones religiosas del ámbito público, y ello hace que pocos nos sintamos llamados a imitar en esto a nuestro primer lehendakari. Y sin embargo y afortunadamente, todavía hoy creencias religiosas y sus ansias de sociedad distinta están detrás de la fuerza y energía de algunos de nuestros liderazgos. Como en el caso de José Antonio Aguirre.