ÉRASE una jornada del año 1880 en la antigua República de Abando, que se había integrado parcialmente en la villa de Bilbao hacía diez escasos años, cuando nuestro protagonista, nacido en 1862, contaba con ocho años. Ahora, con dieciocho, se preparaba para un viaje largo en ferrocarril hacia Galicia, la nación de Breogán, acompañado con algunos padres jesuitas, al examen de ingreso en Arquitectura. Dicho viaje tuvo especial impacto, no solo en nuestro protagonista, sino en su hermano, tres años menor, y, a través de él, en el futuro de toda la nación vasca, que en las postrimerías del siglo de las lágrimas, el amanecer empezó a verse en el horizonte, aunque aún muy lejanamente. Se llamaba Luis Arana Goiri, de los Arana de los astilleros, de los Arana carlistas, y ese viaje cambiaría para siempre la historia de nuestro país.

Luis viajaba en tren para empezar sus estudios en Arquitectura. Porque Luis fue arquitecto, aunque su faceta política haya dominado sobre el resto, lo mismo que sobre el lehendakari Agirre ha dominado su faceta de lehendakari sobre la de alcalde, futbolista o empresario. Su familia había vivido los rigores de la guerra, de la última carlistada. Su padre estuvo en el exilio, pero sin salir de tierra vasca, al otro lado del Bidasoa, entre 1873 y 1876. Historias vividas en primera persona, y siendo él muy joven. ¿Es probable que estuviera pensando en eso cuando montó en el tren para ese largo viaje a recorrer toda la cornisa cantábrica de una punta a otra? Nadie lo sabe con certeza. Lo que es cierto es que en algún momento del viaje un santanderino, viéndole una insignia fuerista le dijo lo siguiente: “Pues mira, eso es lo que no entiendo bien. Si los vizcainos sois españoles y vuestra patria es España, no sé cómo queréis gozar de unos fueros que los demás españoles no tienen y eludir obligaciones que a todos los españoles deben comprender por igual ante la patria común. Gozando de los fueros no servís en el Ejército español, ni contribuís con dinero al tesoro de la patria. No sois buenos españoles...”. Y Luis se quedó pensativo, y reflexionó en profundidad sobre aquellas palabras?

¿Cómo podemos comprender el significado profundo del mensaje que le lanzaba el santanderino? Empecemos por el mismo santanderino. Y es que la entonces ya provincia de Santander era una realidad tras siglos de desencuentros y oportunidades perdidas. Era, pues, una realidad nueva y novedosa, producto de una unión, hasta cierto punto, heterogénea. Hasta hacía pocas décadas no había gozado de una unidad política, casi a finales del siglo XVIII, y con base a la provincia de los nueve valles. Esa realidad fue producto del pleito del mismo nombre, a caballo entre los siglos XIV y XV, con base en la histórica Asturias de Santillana, y reunida so el árbol en la Junta General de Puente San Miguel. Obviamente no tiene nada que ver con nuestras instituciones vascas, pero, conviene recordar que es a razón de estas instituciones cuando entre medias del siglo XVIII y XIX se busca constituir una provincia cántabra, a la que se quería incorporar a Santander (que en su día fue parte del Reino de Navarra, con limes en el castillo de Cueto). Ésta impuso tres condiciones para ser parte: que la provincia se llamara como ella, que fuera la capital, y que se incorporara el bastón de Laredo (demarcación territorial comarcal y sede del corregidor regional). Esta última es la más curiosa, porque dicho bastón había tenido en su historia reciente unos fuertes lazos, en algunos casos de pertenencia, al Señorío de Bizkaia (que siguió existiendo hasta las leyes abolitorias de 1876).

Ariete contra la foralidad Aun logrando la provincia, dicha diputación (pues con la distribución, en principio provisional, pero luego definitiva, de Javier de Burgos de 1833 se generaliza a todo el territorio conceptos como provincia y diputación) de Santander fue utilizada como ariete contra la foralidad, contra la Diputación de Bizkaia, en boletines oficiales, e incluso en pancartas y panfletos. Curiosamente, acompañada por la Diputación de Barcelona. Es, por tanto, que ese santanderino estaba predispuesto, por su entorno y educación, a embestir contra el fuero, como si fuera el enemigo, el enemigo de España.

¿A qué España hacía referencia el santanderino? A la España liberal, que venció a la España carlista. Antes del 25 de octubre de 1839 ambos bandos eran fueristas, pero defendían el fuero a su manera. Sirva el ejemplo de la propiedad de las minas, que era del pueblo vizcaino, según el fuero. Era posible exportar producto terminado, manufacturado, que era muy útil en la carga de la lana de Castilla, pero estaba prohibido exportar el mineral puro. Cosas como ésta pudieran molestar a cierta forma de ver la empresa. Las aduanas se encontraban en el Ebro. Y se disponía de una plantilla impositiva distinta de la del Estado. El cambio significativo viene ese día de octubre de 1839 en el que los fueros se confirman sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía, es decir la constitución se superponía a los fueros. En el caso de Navarra se les impidió reunir a sus Cortes para debatir sobre la reforma y actualización del fuero. En el caso vizcaino así fue, y es por ello que hay una especie de limbo foral entre 1839 y 1876 en el que el Señorío de Bizkaia sigue existiendo y ejerciendo competencias tan importantes como la educación (pagaba profesores décadas antes del movimiento español de Giner de los Ríos, la Institución Libre de Enseñanza). El problema estaba en cómo se renovaba el fuero.

La posición española afirmaba que eran ellos quienes decían cuál era la ley, y los vascos debían adaptar sus leyes a lo que desde Madrid dictaran. Y los vascos decían que las modificaciones que hubiera que hacer se harían dentro del fuero y de sus instituciones. Es por ello que, a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX atacaron las instituciones para buscar la imposibilidad de la renovación natural del fuero dentro de ellas. Y aquello acabó en la guerra, y en una progresiva laminación de la foralidad sin base legal o legítima alguna. Esa España que parió el nacionalismo español, de reciente creación, en el siglo XIX, que creó la idea de reconquista, que asumió como propia la forma de hacer Estado de la Francia revolucionaria y jacobina, y que hizo suya la máxima Cuando la fuerza hace Estado, la fuerza es el derecho. Una España que, negando los usos y costumbres americanos, expulsó de la españolidad y de su hispanidad, hasta forzar no otro camino que el de la independencia a todo territorio español del hemisferio occidental.

El joven Luis no era del todo consciente de todo esto, ni de las motivaciones del santanderino, ni de la historia de su tierra, ni de su educación, pero sí de la realidad de su tierra vasca. Por eso, sin duda, le chocaría esa dicotomía entre o ser español o ser foral, porque, en su tradición ser foral era la forma de los vascos de acercarse a la españolidad, de ser españoles, pero a su manera. Esta idea de unidad, uniformidad, unicidad, laminación de las diferencias, de no reconocer sistemas distintos dentro del mismo Estado, de pensar en la foralidad como antiespañola (cuando hasta 1812 lo más antiespañol era ir contra la foralidad), sin duda, debió retumbar dentro de él, dentro de Luis Arana. Dicen que en aquel viaje iba con ellos un padre jesuita que conocía las enseñanzas del padre Larramendi, uno de los teóricos de la realidad palpitante de nuestro pueblo vasco, pero esto no está probado.

‘Jaungoikoa eta foruak’ Arístides Artiñano sí pudo haber sido una realidad educativa presente. O la carta de Juan Tellitu Antuñano a la Diputación de Bizkaia de 1877, seguramente de conocimiento de la familia Arana. Escrita el 23 de marzo de 1877, después de la ley abolitoria foral de 1876, el padre de la provincia Juan de Tellitu escribió a la Diputación alertando de las consecuencias de la citada amenaza efectiva a los fueros. En una línea sorprendentemente coincidente con lo que sería el aranismo. Por otro lado, los Arana conocieron en Barcelona, donde este residía, a Aristides Artiñano, que tenía conocimiento en 1894 del germen separatista que estaba brotando en las provincias vascas. Escribió una obra llamada La causa del pueblo vascongado, subtitulada como Jaungoikoa eta Foruak. Asímismo, el conocimiento más o menos profundo de casi cinco siglos de primacía del eje vizcaino en la institucionalización de la realidad política vasca (entre el siglo XIV y el XIX). Una realidad confederal (Holanda es una provincia de los Países Bajos, Bizkaia era una parte del Señorío de Bizkaia) que había sido inducida al derribo por los antiforales jacobinos españoles, los mal llamados liberales, era algo que habían palpado Luis y su familia. A ese choque reaccionaría Luis. Primero con silencio, luego con incredulidad y finalmente con una prolongada reflexión sobre el significado último de las palabras del santanderino.

Aquel viaje en tren era importante para la vida de un muchacho, pues era la vía que le abría las puertas a un posible futuro profesional, pero, como se puede comprobar, la política estaba a flor de piel en un siglo convulso, con cambios muy importantes, sobre todo en los anteriores escasos años, el país tornaba, a peor, en situaciones inesperadas y no deseadas, y todo ello confluyó en la conversación entre el abandotarra Luis y el santanderino. Dos historias, dos épocas, dos trenes, con destino a partes distintas. El de Luis, ya de camino a Galicia, estaba en marcha, también, hacia un horizonte desconocido. O, por lo menos, no intuido, ni por el santanderino, ni por el propio Luis.

Luis Arana sería arquitecto y regresó de aquel viaje lleno de incógnitas, que fueron reposando en el interior de su mente hasta que? un día de 1882, el domingo de resurrección, le tomó del brazo a su hermano, y, llevándole al jardín de la casa de los Arana (hoy Sabin Etxea, construida, aquella, en 1857) le descubrió su patria, en principio vizcaina, al hoy maestro Sabino Arana. Sin aquella conversación en aquel tren con aquel santanderino tal vez hubiera sido de otra manera el futuro de este país. A partir de ese día, dos cosas quedaron como legado: una, la herramienta política para hacer ese futuro posible, el Partido Nacionalista Vasco, y dos, la conmemoración anual para no olvidar la realidad de nuestra nación, el Aberri Eguna, el domingo de Resurrección. Porque, como resumiría después Sabino, Euzkadi es la única patria de los vascos.