Bilbao - Cambio histórico en la Iglesia española. El adiós de Rouco Varela (Villalba, Lugo, 1936) pone punto y final a veinte años en los que el cardenal ha gozado de poder absoluto para nombrar y cesar obispos, imponer tesis políticas y ser el azote de la iglesia vasca. Rouco Varela forzó el aterrizaje en noviembre de 2009 de José Ignacio Munilla en la diócesis de Donostia y posteriormente colocó a Mario Iceta la mitra de la diócesis bilbaina. Ambos formaban parte de la nueva hornada de prelados con los que el expresidente de la Conferencia Episcopal pretendía pilotar el giro a la derecha de la iglesia vasca.
Sin embargo, ayer se conocía que el Papa ha aceptado su jubilación y lo ha relevado por Carlos Osoro, (Cantabria 1945). Con 78 años, el cardenal Rouco pasa a ser emérito y deja su puesto al delfín de Bergoglio en España, Carlos Osoro, un hombre dialogante, alejado de los extremismos.
El mandato del Camarlengo Rouco ha dejado por el camino gran número de damnificados, sobre todo en Euskadi. Con el tándem Munilla-Iceta quiso reconducir a la jerarquía eclesial por una senda menos progresista y alejada de la hoja de ruta nacionalista. El ruido de sotanas se hizo ensordecedor y el clero levantó la voz porque esta actuación suponía una transgresión del orden, mayoritariamente aceptado, que emana del Concilio Vaticano II, al dilapidar los cauces de participación en la elección del obispo. Rouco impuso dos con perfiles netamente conservadores formados en seminarios de fuera del País Vasco.
línea oficial El cardenal-arzobispo de Madrid no quiso correr el riesgo de que otras voces moderadas volvieran a desautorizar la línea oficial como habían hecho, por ejemplo, José María Setién o Juan María Uriarte. De hecho, se negó a reconocer a una Iglesia vasca poco identificada con el discurso menos ortodoxo de la Curia en materia social, más ligada a los movimientos ciudadanos y partidaria de incentivar los cauces de diálogo y entendimiento entre las distintas sensibilidades de Euskadi.
Antes de retirarse, el ya expresidente del gobierno de los obispos quiso terminar de dibujar el cambio del mapa episcopal para dejar la iglesia atada y bien atada promocionando para los puntos claves del Episcopado español a gente de su absoluta confianza. Y es que su mandato ha funcionado como una perfecta patriarquía, al ser el hombre de confianza de dos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Durante el funeral de Adolfo Suárez, el pasado mes de marzo, hizo su último ejercicio de mando, obviando la Iglesia misericordiosa y retomando sus temas favoritos: la destrucción de la nación española, el laicismo, el materialismo y la desprotección que padecen el matrimonio y la familia cristianas. Famoso por sus declaraciones conflictivas, Rouco ha creado una Iglesia beligerante contra la secularización y el laicismo, defendiendo con vehemencia el rechazo al matrimonio homosexual.
marcha forzada Pero el cardenal está encajando mal su relevo y, también, que Francisco no haya hecho caso a su candidato para sustituirle, el obispo auxiliar de Madrid Fidel Herráez, con el que podría seguir maniobrando como “arzobispo en la sombra”. El ya administrador apostólico de Madrid había presionado a Roma para que le sucediera Herráez, y para que el nombramiento de su sucesor se anunciase en septiembre. Sin embargo, el Papa no ha transigido ni en el nombre de su sucesor ni en la fecha de la publicación de su pase a la reserva.
Su sustituto para seguir la hoja de ruta del Papa Francisco es Carlos Osoro, un religioso a pie de calle, un hombre de la cuerda del actual obispo de Roma. El nuevo arzobispo de Madrid ha confesado que sintió miedo al recibir la noticia de su nombramiento. Ha agradecido al Papa Francisco la fe que ha depositado en él y ha asegurado que aportará a la sede matritense lo que el papa les ha pedido que aporten a la Iglesia, “entrega y anuncio del Señor con la vida, no solo con palabras”. Osoro ha asegurado que se considera “un obispo más” que intentará hacer en Madrid “lo mismo que ha hecho en Valencia” y que su vida “es para todos, no solo para los creyentes”.
Humilde y conciliador, asegura que este cambio “no es un entrenamiento para la presidencia de la conferencia episcopal” y que no se ve como cardenal, porque no “tengo capacidades para ser más cosas”, agrega.