Bilbao. No ha sido el primer tifón al que ha tenido que enfrentarse, pero puede que Haiyan sí que haya sido el último, ya que en Navidades tiene planeado regresar a su casa en Plentzia. Antes, Maite Unceta, una joven de 28 años afincada desde octubre de 2011 en la isla de Cebú, pondrá a prueba su esperanza, su entusiasmo y su voluntad viajando hasta otra isla, Bantayan, una de esas zonas barridas por el tifón y que no aparecen en las noticias. Los habitantes de ese otrora paradisíaco pequeño trozo de tierra de Filipinas han estado incomunicados por gigantescas olas "y no sabemos si han recibido alguna ayuda todavía", justificaba Unceta su decisión de desplazarse junto a varios amigos hacia ese edén disfrazado ahora de túnel del terror.

En marzo estuvo allí pasando unos días de relax; ahora no será lo mismo. "He visto muchos vídeos e imágenes, pero supongo que el estar allí será otra historia. Recuerdo Bantayan como una isla preciosa llena de niños jugando y curiosos por ver extranjeros. Va a ser difícil verla ahora en este estado...", expresaba a DEIA. Pese a todo, y aunque nunca se ha visto en una situación de estas características, no pierde la ilusión por arrancar hacia esa zona cero sabedora, además, de que el tiempo corre en contra de esos niños y de sus familias. "Vamos tres días y nos centraremos en la localidad costera de Madridejos, que es la más alejada del puerto y donde pensamos que necesitarán más la ayuda", concretaba.

Irá acompañada de una amiga y su cuadrilla, acostumbrados a colaborar en este tipo de catástrofes naturales, como el terremoto registrado en Bohol de 7.2 el mes pasado. Entonces organizaron un concierto en Cebú para recaudar fondos que luego ellos mismos llevaron hasta el lugar afectado. "Ahora la magnitud es mucho mayor, así que necesitan todas las manos posibles", reconocía esta joven licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas. "Es el mayor desastre que ha azotado al pueblo filipino. La vida de millones de familias no volverá a ser la misma desde el paso de Yolanda [nombre con el que el tifón es conocido allí]; es tremendo. Toda ayuda es poca", insistía mientras ultimaba los preparativos.

En sus palabras no hay espacio para las dudas, los nervios o el miedo a lo que pueda encontrarse y entiende este peregrinaje que pronto empezará hacia Bantayan como algo obligado; una experiencia vital para la que no existen excusas. "Creo que cualquiera que estuviese aquí intentaría ayudar con lo que sea. He visto muchas tragedias desde el sofá de mi casa y ahí sí que no tienes otra que compadecerte de los pobres que las sufren y en algún caso ofrecer tu donación. Pero estando en el mismo país... Lo difícil es quedarte quieto sin hacer nada. No tienes más que apuntarte a algún grupo de los muchos que se están organizando para ayudar a las víctimas", expresaba.

Recompensa En su firme decisión, que ha contado con el respaldo de sus hermanos, han pesado muchas pequeñas historias que, desde hace una semana, revolotean inquietas en sus pensamientos; como la de una compañera de trabajo que, desesperada por no tener noticias de los suyos, el domingo tomó un barco para Leyte. "No tuvo otra forma de llegar a su pueblo más que andando. Lo que se hace en 45 minutos en coche le tomó unas seis horas andando entre escombros, pero con la mejor de las recompensas: su casa resistió y encontró a sus padres y sus hermanos todos sanos y salvos", revelaba emocionada.

Al igual que su compañera, Maite y su cuadrilla de amigos están decididos a llegar a Bantayan, a cuatro horas de autobús y media hora más de barco, al norte de Cebú. "No sabemos el tiempo que nos tomará llegar por el estado de las carreteras y sobre todo porque nos han informado que en los últimos kilómetros hay mucha gente parando cualquier transporte que pase pidiendo comida", indicaba al tiempo que confirmaba que Cebú, donde cada día aterrizan un número mayor de aviones cargados de ayuda humanitaria, se ha convertido en la base de operaciones para muchas organizaciones internacionales.

En esa isla vive también otro vasco, Ángel Ibarlucea, un expelotari que hace ya muchos años abandonó su Elgoibar natal para dedicarse profesionalmente a este deporte en la principal cancha filipina, la de Manila. Aquello fue en la década de los años sesenta del siglo pasado. Estuvo ligado, de una forma u otra a los frontones hasta los ochenta y después abrió junto a su mujer un restaurante en Cebú: el Arano, su segundo apellido y nombre con el que fue conocido entre los aficionados. Precisamente hace un par de semanas Maite estuvo cenando allí. "No sé nada de él desde entonces pero estoy segura de que está perfectamente", explicaba.

La joven de Plentzia, que había dejado su trabajo en la editorial Author Solutions con la intención de explorar el continente asiático hasta Navidad, ha dejado en stand-by su sueño para completar otro viaje y poder hacer realidad los de otras personas. En cualquier caso, para Olentzero espera estar en su hogar, junto a su familia, ya que el año pasado vivió esas señaladas fechas en las playas de Cebú. "Fueron diferentes, pero eché mucho de menos a mis padres", confesaba Maite enternecida.