SE dice, y con razón, que la Historia la escriben los vencedores; los vencidos o están muertos o corren el riesgo de estarlo si cuentan su versión. Aunque también puede ocurrir que tanto unos como otros la cuenten a su manera, y no se parezca en nada. En el caso de la batalla de Orreaga sucede que ninguna de las partes implicadas dejó escrito lo ocurrido hace doce siglos, exactamente el día 15 del mes de agosto del 778, por lo que existen opiniones de los más variopintas al respecto, incluso una teoría que sitúa la derrota franca en los pirineos gerundenses...
La primera crónica sobre el ataque aparece en los Nuevos Anales Regii, escritos tras la muerte de Carlomagno, acaecida en el año 814. Nadie, al parecer, se había atrevido a mencionar el tema en vida del emperador. "Habiendo los vascones preparado una emboscada en la cima de ellos (montes) atacaron la retaguardia poniendo en gran desorden todo el magno ejército. Y aunque los francos se mostrasen superiores a los vascones lo mismo en las armas que en el valor, no obstante, dada la dureza del lugar y el carácter desigual de la lucha, se encontraron inferiores. En este combate la mayor parte de los áulicos (cortesanos) a los que el rey había dado el mando de los cuerpos de ejército fueron muertos, la impedimenta fue saqueada y el enemigo con su conocimiento del lugar, se dispersó rápidamente". Nótese que en esta crónica solo se menciona a los vascones y no se habla de la retaguardia sino de todo el magno ejército.
Algunos años después, en el 834, Eginhardo, personaje de la corte franca y biógrafo adulador del emperador escribe su Vita Caroli Magni (Vida del gran Carlomagno) reseñando de nuevo la derrota sufrida a manos de la perfidia vascona. Poco después aparece una nueva crónica, esta vez escrita por El Astrónomo, en la que vuelve a mencionarse la victoria de los vascones, si bien esta vez los llama abominable horda de ladrones y por primera vez se habla de la retaguardia. Estos tres textos son los más antiguos, aunque podemos observar con claridad cómo va iniciándose la leyenda: los vascones pasan de ser guerreros que atacan al enemigo invasor a pérfidos y, después a horda de ladrones.
'rozaballes' Han de transcurrir doscientos años hasta que nuevamente, hacia el 1070, se mencione la batalla en la Nota Emilianense, perteneciente a las Glosas del mismo nombre redactadas en el monasterio de San Millán de la Cogolla y donde aparecen escritas las primeras palabras en euskera antiguo. Pues bien el autor o copista de dicha obra escribe: "Pero en cuanto el ejército atravesó el puerto de Sicera (Cize), fue muerto Roldán en Rozaballes por gentes de los sarracenos". Aquí se cita Roncesvalles por primera vez y también a los sarracenos. A comienzos del siglo XII aparecerá la gran obra que cambiará literalmente la historia: el Cantar de Rolando, atribuido a un fraile de nombre Turoldo. Este personaje transformará a los francos en un ejército de 20.000 soldados, cuando en realidad se calcula que no llegaban ni a la mitad, y a sus atacantes en un impresionante contingente de.... ¡400.000 sarracenos! Oye, a poco, todos los musulmanes de la Península, que serán muertos por el invencible Carlomagno al regresar para vengar la muerte de su sobrino y de los doce pares de Francia, cuando, sabido es, que salió por patas y no se detuvo hasta llegar a su palacio de Aquisgrán. Y no para ahí la historia inventada, pues a mediados del siglo XII aparece el Códice Calixtino, ese cuya copia más antigua fue robada hace unos meses en la catedral de Santiago, y en él no solamente se incide en el tema de los sarracenos sino que, además, se dice que el propio apóstol se le apareció en sueños al rey y lo incitó a liberar su tumba de los musulmanes, indicándole la dirección a seguir: un camino de estrellas. O sea, que no sólo justifica la invasión de Carlomagno, sino que incluso lo convierte en el inventor del camino peregrino.
El arzobispo Jimenez de Rada, Gonzalo de Berceo, el fraile autor del poema Fernán González, Bernardo de Valbuena y otros añaden sus granitos de arena a gusto del consumidor, o mejor dicho a modo de propaganda de los poderes laico y religioso de cada momento. Desaparecen los vascones, incluso los sarracenos y se inventan personajes como Bernardo de Carpio, castellano y español de pura cepa que vence a los doce pares, esos pueblos lozanos, para gloria de España, en general, de Castilla, en particular, y, especialmente, de Castilla la Vieja, çimiento de España.
historia no escrita ¿Y los vascos? ¿Qué contaban? Nada, porque una de nuestras carencias, por llamarlo de alguna manera, ha sido que no hemos escrito nuestra historia, sino que nos la han escrito otros. Los escritores vascos tardan la friolera de diez siglos en reaccionar y presentar sus propias versiones de la batalla. Lo hacen Campión, Cayuela, Garay de Monglave, Nicasio Landa o Hermilio de Oloroiz bajo la óptica fuerista y nacionalista vasca surgida a partir de las guerras carlistas y lo hacen en pleno romanticismo decimonónico evocando la fiereza de los antepasados vascones en defensa de sus libertades y la independencia de Basconia, como si éste fuera un estado organizado, lo que no era así. Por otra parte, los autores navarristas insisten en llamar navarros a los atacantes, no vascones, ni vascos, como si fueran algo diferente; el triunfo de la batalla es el germen del luego reino de Navarra, y punto. Y así seguimos pero, ya que ello estamos, examinemos algunos puntos mencionados en los párrafos anteriores.
Que la batalla de Orreaga tuvo que causar una gran impresión está claro, no en vano se trató de la derrota de la entonces mayor potencia europea y Carlomagno, quien todavía no era emperador, empezaba a adquirir una fama casi mítica. Resultaba impensable que unos montañeses sin equipamiento bélico ni organización militar hubieran sido capaces de derrotar al gran ejército franco, pero así fue. El hecho de que fueran sólo vascones los vencedores de Orreaga ha traído, y trae, a mal traer a algunos y aunque no se les niega la presencia, se añade la probable, posible, quizás colaboración musulmana, aduciendo que los Banu Qasi del Ebro estaban emparentados con los Arista, supuestos primeros reyes de Navarra. Para empezar, se desconoce el nombre del jefe vascón que dirigió el ataque pero, si tenemos en cuenta el gobierno de tipo asambleario que ha existido en nuestros territorios, lo más probable es que se tratase de varios jefes, cada uno al mando de su propio grupo de hombres. Lo que es seguro es que no fue, como se dice, Enneko Aritza, nacido en el 781, por lo que entonces tendría tres años, sino, en todo caso, su padre también llamado Enneko, cuya viuda Oneka casó con el Banu Qasi Musá ibn Fortún de Tudela y tuvo varios hijos, hermanastros de Enneko Ennekonez Aritza. Por lo tanto, en el momento de la batalla, no había parentesco entre ambas familias, aunque sí podría haber habido algún tipo de alianza en contra del enemigo común. De todos modos, si hubiera habido musulmanes en Orreaga, los cronistas musulmanes lo habrían mencionado en sus crónicas porque estos, al contrario que los vascones, sí escribían.
¿Los Pares en la retaguardia? Otro tema, cuanto menos curioso, es el empeño de hablar de que los vascones sólo derrotaron a la retaguardia, como si se quisiera restar mérito al hecho y obviar que dicha mención aparece por primera vez doscientos años más tarde. Pero, incluso si así fuera, surge entonces otra duda: ¿qué hacían los doce pares en el retaguardia? Recordemos el primer texto conocido: En este combate la mayor parte de los áulicos (cortesanos) a los que el rey había dado el mando de los cuerpos de ejército fueron muertos. Lo lógico es que los mejores generales del ejército franco, o al menos parte, fueran a la cabeza, junto al rey, o repartidos a lo largo de la caravana. Pues no, al parecer, iban todos juntitos en la retaguardia, algo realmente inverosímil. Entre ellos destaca Rolando, el sobrino amado que, en su agonía, hace sonar el olifante para avisar a su tío, el cual acude en su auxilio aunque llega tarde. Difícil lo iban a tener Carlomagno y sus soldados para volver sobre sus pasos, por el estrecho camino, repleto de cadáveres, armas y caballos, pero los amanuenses francos tenían que ensalzar a su señor. De hecho no se encontró el cadáver de Rolando. Este personaje da mucho juego. De él es la espada Durandarte, cual Excalibur mágica; de él las piedras de Urroz, Errazu, Zalba, Aralar y otros; de él la leyenda que narra su victoria contra el gigante Ferragut, pero la realidad es muy distinta.
De vuelta de Zaragoza, donde no había podido entrar en su ambición de conquistar todas las tierras al norte del Ebro, Carlomagno arrasó pueblos y comarcas asesinando gentes y robando lo que encontró a su paso hasta llegar a Pamplona y destruir sus murallas. Después siguió el camino habitual para atravesar los Pirineos, pero cualquiera que conozca el lugar sabe que el ascenso hacia Ibañeta es estrecho y tortuoso. El ejército franco se vería obligado a avanzar en fila india, como mucho de dos o de tres en tres, momento elegido por los vascones para atacar, arrojando rocas desde las alturas y aprovechando el desconcierto para lanzar después sus venablos y pasar a continuación al cuerpo a cuerpo. La guerra de guerrillas, atacar y desaparecer, fue y es la forma habitual de lucha de los pueblos de cualquier lugar y procedencia ante los grandes ejércitos y, en este caso, aprovechando la orografía del lugar, la única posible para vencer a unas huestes profesionales, más numerosas y mejor armadas. Por supuesto que los vencedores se llevaron el botín de oro y joyas robadas por los francos en su retirada, no iban a dejarlo allí.
Si fue una gran batalla o simple escaramuza nadie lo sabe. Lo único cierto es que el todopoderoso Carlomagno sufrió una derrota, que todavía se recuerda, en algún punto del pirineo navarro a manos de los vascones. Todo lo demás son simples hipótesis, con intención o sin ella.