bilbao. Todos los que conocimos al Padre Camiña estamos un poco más tristes hoy. Su inmenso corazón dejó de latir el lunes 20 de septiembre, después de pelear durante largos meses contra una enfermedad que no logró borrar de su cara la sonrisa, ni de su espíritu las ganas de ayudar a los demás.

Ángel Camiña SJ nació en Bilbao, en 1942, y estudió el Bachillerato en el colegio San Francisco Javier de Tudela. En 1959, ingresó en la Compañía de Jesús, en Villagarcía de Campos, en Valladolid. Durante cinco años, estudió y vivió en Loyola, para después trasladarse a Madrid, donde estudió Teología y se formó en Cinematografía, un tema que le apasionaba y del cual escribió largo y tendido en la revista Reseña. En 1971 es ordenado sacerdote y seis años después regresa a Bilbao, donde comienza su labor profesional en Ediciones Mensajero.

Entre los años 1982 y 1993 vive en Paraguay, donde conoce de cerca la realidad del país. En la Universidad Católica da clases de comunicación social y se encarga de la preparación de los jóvenes jesuitas. En la ciudad de Limpio, dirigió un centro de espiritualidad.

A su regreso, se reincorpora a Ediciones Mensajero, encargándose de preparar esas hojitas del Taco Calendario del Sagrado Corazón de Jesús que tantas cocinas albergan. El Padre Camiña es el culpable de que haya tanta gente en diferentes partes del mundo que den inicio a la jornada con el minuto de reflexión, cultura o humor que el calendario les propone.

Entre 2008 y 2009, ya enfermo, se convierte en vicepostulador de la causa de canonización del Hermano Beato Gárate, para conseguir que la Iglesia reconozca la santidad del que fue portero y sacristán de la Universidad de Deusto durante más de cuarenta años, beatificado por Juan Pablo II en 1985.

Su afabilidad y ternura sólo era comparable a su gran altura, tanto física como espiritual. Siempre dispuesto a conversar -alrededor de una buena mesa y en buena compañía- y a aconsejar de la manera más educada posible, acompañaba muy de cerca, desde hacía tiempo, a los paraguayos residentes en Bilbao, con quienes celebraba una misa mensual, juntaban dinero para enviar a los compatriotas más necesitados y organizaban eventos.

Siempre dispuesto a ayudar, siempre cordial, sonriente, se reía cuando le decían que se parecía, y mucho, a Antonio Ozores, y replicaba que esperaba que, por lo menos, a él se le entendiera mejor que al actor.

La calidez de su voz, su andar y su tono pausado reconfortaban el espíritu y la realidad de las personas que le rodeaban. Junto a él era fácil trabajar y estar, simplemente estar.