Bilbao. Una noche de otoño, de madrugada, unos golpes secos en la puerta del caserío Lejarza-Beobide de Zeanuri despertaban a la familia que dormía plácidamente. Sobresaltado, Juan Lejarza, uno de los hijos y aguacil del pueblo descendió por las escaleras de madera hasta la planta baja para saber el motivo de aquel alboroto. Juan se encontró con una sorpresa que no esperaba. Frente a él aguardaba un conocido baserritarra de Zeanuri que tras cobrar su primera jubilación se dispuso a abonar todo el dinero que le habían prestado. El casero estaba tan agradecido que no pudo esperar a que amaneciera para saldar la deuda con el aguacil del pueblo. "Mi hermano le estuvo pagando la cuota de jubilación porque el hombre, pese a tener propiedades, no disponía de dinero en metálico. Juan le dijo: Tú tranquilo, yo te pago y cuando tengas dinero ya me devolverás", relata Gonzalo Lejarza, hermano de Juan. Y así fue. Con el primer sueldo de la soñada jubilación, el baserritarra de Zeanuri le pagó al aguacil todo lo que le debía. "Recuerdo la escena como si fuera hoy: mi hermano había guardado todos los recibos y el casero, sin parar de llorar, le decía: Juan, nunca imaginé tener junto tanto dinero y esto lo tengo gracias a ti. Igual eran cien mil pesetas de las de entonces", explica.
Esta es una de las tantas anécdotas que Gonzalo Lejarza conserva de su hermano mayor, Juan. Aguacil del pueblo durante 42 años, también se encargó de repartir la correspondencia entre los habitantes de Zeanuri. Gracias a él, instalaron un telégrafo en el municipio para agilizar los cobros de recibos y el envío de notificaciones. Juan Lejarza falleció el pasado 3 de agosto y su familia le recuerda con admiración y con cariño. "Siempre estaba dispuesto a ayudar. Antaño, en los pueblos todos nos conocíamos y la gente, si debía algo, lo pagaba. Mi hermano lo sabía, confiaba en la gente. Además, vivíamos frente al matadero y controlaba quién iba a matar el ganado", indica su hermano.
Gonzalo vuelve a retroceder en el tiempo y se para en otra de las historias que protagonizó su hermano: "A un lechero del pueblo le prestó dinero para que comprara una vaca, pero el hombre falleció antes de poder devolverle el dinero", comenta. Pero el lechero dejó a su familia el recado de que le debía el dinero de una vaca al aguacil. "El sobrino vino a casa a pagar la vaca a mi hermano", añade Gonzalo. Pese a las riñas de su padre, Juan hacía oídos sordos y continuaba ayudando a los vecinos de Zeanuri con los que mantenía una excelente relación. Los primeros años se movía a pie por las diferentes barriadas y con los años adquirió una vespa. "Solía llamar a Durango para que les retrasase el pago de la contribución a algunos caseros".
Juan Lejarza era un aguacil para todo, cercano y siempre dispuesto. "Era muy querido. Estoy seguro de que se ha llevado a la tumba mil secretos", explica su hermano. Hombre de gran corazón, su familia describe Juan como una persona afable, sencilla, amigo de sus amigos y muy solidaria. "A la gente que es buena hay que ayudarle", decía.
Con 22 años, Juan Lejarza iniciaba su labor de aguacil en el Ayuntamiento de Zeanuri, bajo el régimen franquista. Siempre se mantuvo al margen de la política. Pese a tener sus ideales, Juan se codeó con autoridades y cargos políticos de todos los colores. Era de los que pensaba que detrás de las ideologías siempre hay personas.