EMPIEZA a ser evidente que en China hay un nuevo brote pandémico de covid incontrolado. Las imágenes de salas hospitalarias atiborradas, el número de contagios y de víctimas mortales en continuo crecimiento han sustituido a las presuntas excelencias de la política hiperrestrictiva de covid cero del régimen.

Han pasado poco más de tres semanas desde que se anunció el final de la política de covid cero, que tras tres años de implantación había provocado un inusual movimiento de protesta. Tampoco parece que la suspensión de los confinamientos masivos haya dado lugar a una explosión de actividad colectiva y relaciones sociales. De hecho, el temor al contagio no cesó y la población no pasó de la restricción con la misma relajación que, por ejemplo, hemos pasado en Europa. Empiezan a sonar voces que denuncian que la estrategia de cierre de ciudades del régimen chino solo sirvió para extender el virus entre colectivos confinados y que su incidencia aflora hoy donde antes, sencillamente, estaba silenciada.

La realidad es que hay demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Por qué se satura el sistema de salud chino en tres semanas? ¿Es más ineficiente o insuficiente de lo admitido? ¿La inmunización de las vacunas propias es incompleta o se ha suspendido demasiado pronto? Y la pregunta que más nos preocupa a todos: ¿la nueva mutación del coronavirus es más agresiva, más contagiosa o más resistente a la vacuna que las anteriores?

El conspiracionismo tiene alimento con lo que ocurre estos días en China. Desde la teoría del ataque a la economía mundial con una legión de transmisores de la enfermedad que se mueven con libertad, a la que sostiene que el régimen ha dejado a su ciudadanía sola ante el virus para que saboree el precio de la libertad que exigía. Mejor que señalar fantasmas, convendría que pongamos a remojar las barbas propias.