MÁS allá de todo lo previsible que resulta un debate de Política General, el de ayer tuvo un innegable jugo e interés. Urkullu llegó con los deberes hechos y apenas encontró quién devolviera bolas desde el otro lado de la red.

El lehendakari se anotó el juego en blanco porque movió la pelota de las iniciativas de gobierno por toda la cancha y quienes jugaban al resto no llevaron la equipación adecuada. No se puede jugar al tenis con un bate de béisbol, lanzando mandobles por si se caza alguna, ni se puede acertar a la bola mirando permanente a la grada.

Lo mejor fue que, del repaso en pista, salieron todos asegurando que su disposición principal es la del acuerdo. Otra cosa sería que el terreno pintado por las iniciativas del lehendakari, que fueron las únicas expuestas, pretenda enmendarse a la totalidad con otras prioridades más ideológicas. Por ahí, nos deslizaremos hacia un atasco que no entendería la ciudadanía vasca.

No hubo un cuestionamiento del diagnóstico de Urkullu ni un desarrollo de modelos alternativos a su estrategia de soluciones. Hubo reproches desde las querencias ideológicas de cada cual y quienes le reprochan un discurso convencional se deslizaron hacia discursos sin actualizar sobre víctimas, o autodeterminación descontextualizada. Iturgaiz llegó para resituar a su partido pero no hubo en su discurso de trasposición a Euskadi del modelo socioeconómico español del PP ningún asidero al que dar visos de credibilidad a su oferta de diálogo.

La comparecencia de Gorrotxategi confiaba demasiado en agradar a una audiencia que no estaba en la Cámara, lo que la indujo a caer en una acrítico y desestructurado proselitismo de la publificación de toda actividad socioeconómica y la laminación de todo lo que no lo sea; desde la educación (pese al respaldo a la concertada en la norma estatal aprobada por Podemos) a la creación de riqueza.

Y ahí se marcaron las diferencias, con el lehendakari en la red rematando con una dotación extraordinaria para las ayudas sociales (AES), con alivios al bolsillo mediante otra deflactación del IRPF para contener el impacto de los precios y con sustento a las empresas para afrontar el coste de la energía. Los pelotazos de ayer dejaron marcas en la tierra batida del nuevo curso político y todo ejercicio sincero de búsqueda del consenso tendrá que girar en torno a ellos: energía, cohesión social, reto demográfico, cambio climático y crecimiento sostenible con empleo.

Esa sensación de que acudes al examen con una sola lección aprendida y empieza uno a bailar el boli cuando las preguntas son otras la debió experimentar Maddalen Iriarte. Le habría ayudado saber explicar por qué un modelo fiscal más progresivo que el del entorno, como el de las Haciendas forales en el IRPF, se vuelve de pronto regresivo por el hecho de deflactar el IPC. Esto es, por aliviar a todos los niveles de renta de la presión de los precios. Si la progresividad está en los tramos, seguirá estando en los tramos. Y ya, cuando Egibar recordó cómo Bildu aplicó la misma medida en Gipuzkoa en 2012, dejó en los márgenes de la improvisación la única concreción que llevaba el discurso del primer partido de la oposición.

En todo caso, a pesar de los territorios recurrentes que cada cual llevaba entre sus papeles, el Pleno se puede considerar más que positivo. De él sale un escenario de vocación de entendimiento, que es lo que precisa la ciudadanía vasca siempre, pero quizá más en el próximo curso político. Cooperar para rescatar estándares de bienestar vapuleados por la sucesión de situaciones excepcionales en esta legislatura porque es un primer objetivo razonable aunque no hayan desaparecido las causas de esa inestabilidad, que no nacen ni se desarrollan, pero sí se sienten en Euskadi.

Para ello hace falta que la mayoría del Gobierno abra al debate sus propuestas pero también que el resto de agentes políticos y sociales renuncien a la prioridad de alimentar un estado de desánimo y malestar que facilite sus pretensiones sectoriales o ideológicas.