Le conocí en varias misas dominicales que ofrecía a las chicas internas en el colegio y convento de las Madres Mercedarias de Ibarra, en el pueblo de donde escribo. Ángel Goioaga Rekalde era de Otxandio. En Ibarra estuvo 27 años celebrando misa a las chicas y a las monjas, los domingos y fiestas de guardar. Llegó por medio de Mercedes Guldrís Pereira, monja Mercedaria de Madrid, que estuvo algún tiempo en Orozko, y le pidió el favor de que acudiera a realizar las celebraciones. Él lo aceptó. Ha ofrecido unas misas muy bonitas y adaptadas a las chicas, que estaban muy contentas con él. Doy fe de ello. Eran emocionantes.

También celebraba varios días a la semana eucaristía en Begoña, en euskera, a las nueve de la mañana, que se retransmitía por radio. Le acompañaban como lectoras de la misa María Jesús Uriarte, Marian Elorrieta, Mari Carmen Gabika, Inma Gallastegi y María Carmen Pradera. Esta última feligresa begoñesa recuerda cómo le despidió haciendo la señal de la cruz cuando entró en el quirófano.

El 28 de julio falleció en Bilbao. Tenía 82 años. Su hermana Vicenta murió 20 días antes. Él no supo nada. Ayer 4 de septiembre se celebró el funeral por ambos en Otxandio. Se habrán encontrado en el cielo.

Zorione, hija de la hermana de Ángel, ha sido mi informante, así como la madre sor Begoña, Isabel Sautua Ayesta, madre superiora del Convento de Orozko. Ella me presentó a Gotzon queriendo que le conociera, me lo llevaba diciendo bastante tiempo, hasta que un domingo dejé de ir a Gorbeia y acudí a la eucaristía en Ibarra con mi hija Udiarraga, buena amiga de las residentes del colegio de educación especial.

Ordenado sacerdote en 1964 en la capital bizkaina, su primera parroquia fue Zeberio. Luego Astrabudua, y después Arbuio. Según cita un artículo publicado en el boletín de la Diócesis de Bilbao, el compañero de curso de Gotzon Andoni Gerrikaetxebarria dice de él que era un párroco tan natural y sencillo como cercano y cariñoso, además de un buen compañero, un ejemplo.

En el seminario de Derio, donde yo también estudié, vivió una ‘teología de renovación’. Era el Concilio Vaticano II. Fueron años de una vivencia eclesial especialmente interesante en la fe cristiana y la adaptación a una nueva realidad social.

Un ejemplo fue el cultivo de la música. Gotzon destacó y llegó a desempeñar cargos de responsabilidad en esta materia incluso en el Gobierno vasco.

El padre Ángel Goioaga, como tantos y tantas religiosas que dedican su vida a la fe cristiana, a su promulgación, fallecen y casi no nos acordamos de ellos. Mientras cuando muere un futbolista (por ejemplo), en fin, cualquier otra persona que yo creo poco haya aportado a la sociedad, más que ganar y perder partidos, tenemos portadas y abrimos telediarios con la noticia.

Las monjas de Ibarra se van de Orozko tras cinco siglos de estancia ayudando a las más desfavorecidas. Tampoco será noticia. Si alguien alegraba durante casi 30 años a estas 64 chicas que viven en el convento Mercedario, ese era Ángel.

Como cita el presbítero trinitario Álvarez, compañero de Gotzon, “era un hombre con grandes sentimientos de bondad, de gran corazón”. Me quedo con esto. Agur Gotzon. Descansa en la paz del señor. Gracias por todo lo que les diste a mis amigas las chicas de Ibarra.