Para generar ocasiones de peligro hay que trasladar el balón a zonas de ataque. El Athletic no disparó en una sola ocasión entre los tres palos frente al Celta. Gorka Guruzeta primero y Raúl García después, como jugadores asignados para la punta del ataque bilbaino, no dispusieron de prácticamente ningún balón que les permitiera recibir en ventaja para gozar de una oportunidad de gol. Estuvieron desasistidos. Como oasis en un desierto. Como islotes en medio de un mar. Incapaces ya no de rematar, sino también de combinar, con la salvedad de esa dejada de Guruzeta para que Alex Berenguer estrellara la pelota en el poste de la portería defendida por Agustín Marchesín. Los delanteros parecieron meros figurantes, testigos de la desesperación de un equipo con tremendas complicaciones para elaborar juego, para mover el balón una vez rebasada la línea del centro del campo. Las imprecisiones, las precipitaciones, la falta de movilidad, la disposición estática de los jugadores, la ausencia de claridad... Todo ello nubló las ofensivas rojiblancas, inexistentes. 

La apuesta de Ernesto Valverde de repetir la alineación de Ander Herrera y de Iker Muniain como compañeros en el centro del campo, fórmula que dio réditos en los cuartos de final de la Copa frente al Valencia, no resultó efectiva en Balaídos. Flanqueados ambos por Dani García, el mediocampo del Athletic se caracterizó por eso, por la incapacidad de crear juego.

Si bien es cierto que al menos durante la primera mitad la línea del centro del campo trabajó bien en las recuperaciones de balón, robando rápido e impidiendo al Celta salir con el balón jugado desde atrás, cazando balones en zonas altas, a nivel creativo las carencias fueron muy evidentes. La jugada que permitió a Berenguer disparar contra el poste fue espléndida, genial por la velocidad y precisión de cada pase, pero fue algo puntual. No hubo clarividencia ni capacidad de triangulación.

En el descanso, Valverde reemplazó a Herrera por Oihan Sancet. Pero ya en unos pocos minutos después se pudo observar que la dinámica era bastante similar; o incluso peor. Si Herrera había permanecido bastante inactivo en la producción durante la primera mitad, en la segunda parte Muniain se diluyó por completo. El Celta creció porque el Athletic perdió capacidad de presionar, y ello sumado a la incapacidad de retener la posesión hizo que el conjunto vigués comenzara a adueñarse del partido.

Mal lo tenía que ver Valverde, porque en el minuto 66 modificó por completo su apuesta inicial para el eje del campo. Mikel Vesga y Oier Zarraga saltaron al terreno de juego en sustitución de Dani García y Muniain. En esa búsqueda de imponer orden y criterio, de tratar de lograr una reacción, justo cinco minutos después, el Athletic encajó el tanto de Iago Aspas. El encuentro había entrado en una fase de atoramiento, con muchos parones, sin continuidad, un partido atascado, sin lucidez, un cúmulo de errores e imprecisiones. El repuesto mediocampo también se perdió en ese tramo boscoso y no encontraría la senda hacia el gol en ningún momento.

En la segunda mitad, por ejemplo, Nico Williams se desgañitó pidiendo balones que no llegaban. Acabó protestando, reclamando una pelotita que le permitiera estirar sus piernas, buscar una finta, pero arrinconado y desasistido igualmente, terminó siendo cambiado.

Tan mal lo vio Valverde que acostó en la banda izquierda a Guruzeta, que a su vez desplazó a Berenguer al flanco derecho, y todo ello para dejar hueco a Raúl García como punta de lanza del ataque. Nada. 

La modificación táctica, que hizo que los seis jugadores más avanzados no terminaran donde empezaron, no impidió que el Athletic dejara el césped sin disparar una sola vez entre los tres palos. Ni el toque de corneta final propició ese impulso producto de la necesidad. El propio técnico del plantel bilbaino admitió que en la segunda parte no generaron apenas nada. El primer acto tampoco fue una oda a la producción... Hubo esfuerzo, hubo desgaste en las tareas defensivas, pero la elaboración brilló por su ausencia. Ni la vía del balón largo ni el cauce del balón corto permitió soñar con el gol. La improductividad era la tónica. Así como en muchas ocasiones anteriores faltaba ese último pase, en esta ocasión casi no se dieron situaciones de alcanzar esa situación.