IERTAMENTE, habría sido maravilloso que la Ley de Administración Ambiental que se aprobó ayer en el Parlamento Vasco hubiera salido adelante con más votos que los que suman los dos partidos del Gobierno. Pero nos conocemos lo suficiente para saber que estamos invocando un imposible metafísico. Para nuestra desgracia, cualquier cuestión que tenga que ver con la ecología, la sostenibilidad o el medio ambiente es una golosina para la pelea partidista y, desde luego, para el exceso demagógico. Ahí ganan indefectiblemente las formaciones que no van a tener que enfrentarse a la realidad. Es decir, las de la oposición. Y la prueba es que en el caso que nos ocupa el no unió a EH Bildu, Elkarrekin Podemos, PP-Ciudadanos y Vox... esgrimiendo argumentos idénticos para el rechazo.

Por lo demás, estoy seguro de que el texto podría haber sido mejor si se hubieran dejado las siglas en el perchero. Habrá que tener mucho cuidado con la prerrogativa del Gobierno para determinar qué proyectos de país son lo suficientemente estratégicos para protegerlos del bloqueo de las instituciones locales. Es una cuestión muy delicada. Pero nuestra poco edificante bibliografía presentada nos hace ver la necesidad de establecer una salvaguarda así. En no pocas ocasiones, iniciativas de calado se han ido al limbo por la negativa puramente partidista del ayuntamiento afectado. Y eso ha ocurrido, como hemos visto con cierta frecuencia, incluso cuando se trataba de poner en marcha infraestructuras para la generación de energías que los catecismos oficiales bendicen por su limpieza, como los parques eólicos.