IENE uno que restregarse los ojos y (si tal cosa pudiera hacerse) los oídos. Un abucheo al presidente del Gobierno español en el desfile mi-li-tar de la His-pa-ni-dad se convierte en supernotición del carajo. Que no digo que no dé la cosa para un titular y una pieza de aliño. Pero, oigan, que ayer la prensa de la diestra y la de la siniestra, que con frecuencia son tal para cual, andaba de lo más pilongas por los exabruptos que la carcunda reunida en la Castellana le dirigió al encantado de conocerse inquilino de Moncloa. Para los tirios del ultramonte, el concierto de pitos es la prueba irrebatible de la falta de respaldo popular del aludido. "No le sirvió de nada ocultarse tras el rey", se regodeaba un medio de orden. Inmediatamente después añadía que bien merecido se lo tiene por encamarse con separatistas y por trazar un plan para castigar a Madrid, o sea, a Madriz con el desmontaje de ciertos armatostes institucionales.

Tan cómicos y cansinos como los del otro lado de la línea imaginaria que porfiaban como intolerables y "profundamente antidemocráticos" los silbidos y las menciones a la parentela de Sánchez. Siento no haberme quedado con el nombre del parlanchín de la cadena Ser que pontificó que los cuatro descontentos que dieron la nota en la parada de militronchos pertenecían a la misma ganadería que los asaltantes del Congreso de Estados Unidos o que los fascistas que el otro día intentaron tomar la sede de uno de los principales sindicatos de Italia. Todo, como si no fuera en el sueldo de cualquier mandarín que una parte de sus administrados le pusieran a caldo de perejil.