Post 1. Si escribo esto en mi muro del Facebook no es para que le deis al me gusta. No lo hagáis. Ni para que lo multipliquéis en vuestros perfiles. No es un coña. No se trata de una estrategia de marketing. A nadie se le ocurriría montar una campaña con esto. Es horrible. Supongo que, una vez que las redes difundan estas letras, restarán diez o quince minutos para rescatarme. Mi dirección aparece en el apartado Biografía. Ahí estoy. Pero venid armados. Con escopetas. O herramientas de asa larga.

Utilizo mi tableta porque el teléfono quedó al otro lado del apartamento. Ya hace un par de días que la bestia lo devoró. Casi no pesa, pero la escucho deslizarse sobre el parqué. Y percibo, al otro lado de la puerta, los chispazos de la electricidad estática con la que se carga cuando corre sobre el linóleo del pasillo.

Post 2

¿Qué son esos emoticonos de risa? ¿Esos me sorprende y me entristece? Necesito ayuda. En el mundo real. En esa dirección de la bio. ¿Tendré que publicar una foto de la bestia en Instagram? Se lo está comiendo todo. Ha tragado mi ropa, el calzado, incluidas las mohosas botas de fútbol, las alfombras, el felpudo. Acaba de empezar con la lamparilla de estudio y las lámparas de pie. Es insaciable. ¿No hay nadie ahí? Estoy atrincherado en el saloncito de mi casa. Me he parapetado tras una mesa plegable y tres macetas. Me defenderé hasta el final con la fregona, a pesar de que el cubo y los detergentes ya se los merendó la bestia. ¡¡¡Que venga alguien, por favooooor!!!

Post 3

Esa respuesta con el gif del bebé que se queda dormido sobre su propio plato de puré? No lo entiendo. ¿Os parece que estoy de broma? Cuando acabe conmigo irá a por vosotros, atajo de miserables. ¿Suponéis que estas cuatro paredes detendrán a la bestia? Os equivocáis. Ah, o pensáis? Pensáis que estoy loco. Lo entiendo. Yo también dudé al principio. Intenté rechazar lo que veían mis ojos. Ya es tarde. La bestia es la dueña de todo lo que me rodea. Vendrá a por mí. En cuestión de minutos. Resistiré lo justo. Llevo un par de días, a lo mejor más, arrinconado aquí. Sin comer. Con el agua racionada. Sin poder levantar las persianas porque la luz enfurece a ese ser del demonio.

Alguien está escribiendo una respuesta a este post. Déjalo y ven echarme una mano. O llama a la policía. Mejor, al ejército. ¡SOS!

Respuesta a respuesta de xarginho en post 3

De verdad, para plantar un vaya flipada, tío LOL xD, no pongas nada, capullo.

Post 4

Vale. En los segundos que restan hasta que irrumpa aquí, os lo contaré. Al principio no le presté atención. Percibí un movimiento extraño junto al cabecero de mi cama. En el suelo. Una especie de pequeña sombra corriendo pegada al rodapié. Del tamaño de una nuez. O más pequeña. Fue con el rabillo del ojo. Un instante. Desapareció bajo la cama.

Durante semanas no me preocupé. La universidad, la Play, algún partido, el currelo a media jornada en el bingo, cervezas, una amiga especial -No voy a etiquetarla, es un asunto privado- y todo eso. Un martes se me enredaron entre los pies unos calzoncillos tirados y caí junto a la cama. La pelusa, enorme, estaba allí, asentada junto a la pata contraria de mi jergón. Lo había tragado todo, incluido un tanga de encaje rojo que asomaba a su izquierda. El bajo de la cama se mostraba impoluto, brillante. La pelusa había arramblado con todo.

En lugar de invadirme la inquietud, me dio la risa. Pensé en algún fenómeno raro de energía electromagnética o qué sé yo. Ese fin de semana, sorprendí a la pelusa atravesando la habitación. Tendría el tamaño de un balón de fútbol. Refulgía el parqué. Se entreveían dentro calcetines, unas pinzas, pañuelos de papel, un billete de cinco euros y preservativos usados. Ahí fue cuando me puse a recordar dónde podría estar la escoba. Me costó varios intentos en distintos armarios. Por fin, volví. Me asusté al darme cuenta que la pelusa actuaba como si estuviera animada por vida propia. Aceleraba, esquivaba mis escobazos. No se trataba del viento que aún se cuela bajo las puertas. La jodida pelusa era la Messi de las pelusas. Qué reflejos. Qué arrancada, qué quiebros.

Lo dejé por imposible, saqué unas birras del frigo y decidí comprar un chisme de esos en los que las pelusas se quedan adheridas. En el chino. Después, cambié de idea y opté por pillar una Roomba de segunda mano en la tienda de trastos usados. Era tarde. Se tragó la pobre Roomba. Y había ganado las dimensiones de una pelota de pilates. Ya devoraba pantalones y prendas de lana. Comenzó a perseguirme. Un horror. No permitía que saliera de casa. Ya os he dicho que se chupó mi móvil. No deja que me acerque al PC. Hoy, en un descuido, me he hecho con la tableta.

Ya viene. Ni un paso atrás, fregona en mano. Es el fin. Acaba de derribar la puerta de la salita. Cierro Facebook. Podéis seguir el resto en un directo de Instagram.

Hasta luego, Maricarmen.