Tonya Harding, la histórica patinadora estadounidense de la década de los 90, más allá de ser recordada por ser la segunda patinadora artística capaz de completar en competición un salto de triple axel, vio cómo su trayectoria quedaba empañada por uno de los escándalos más sonados del deporte olímpico. Era 1994 y de cara a los Juegos Olímpicos de Lillehammer, Tonya tenía como principal rival a su compatriota Nancy Kerrigan. A las puertas de arrancar la competición, Kerrigan sufrió un ataque por un hombre que intentó romperle la rodilla y el entorno de Tonya, desde su exmarido Jeff Gillooly hasta su guardaespaldas, quedaron señalados, para dar paso al principio de enfrentamientos legales y el final de la carrera de Tonya.

Ahora, esta historia salta a la gran pantalla de la mano de Craig Gillespie -La hora decisiva (2016), El chico del millón de dólares (2014)-, que dirige un biopic en clave de comedia. La estructura del largometraje gira en torno a dos entrevistas independientes a Tonya Harding y Nancy Kerrigan, tomando las dos versiones totalmente contrarias entre sí que dieron las patinadoras.

El propio director revela que lo que más le atrajo fue el guion, ya que “la historia está contada con gran maestría, con equilibrio entre emoción y humor y una estructura nada convencional”. El filme, además de contar las dos versiones sobre lo sucedido en 1994, recoge el espíritu de Tonya de entonces. “Ella posee cierto coraje y una rebeldía que quería reflejar en la película, y eso suponía mover mucho la cámara, y muchos cortes y música que ayudaran a crear el caos y la euforia”, apunta Gillespie.

De cara al rodaje, la protagonista Margot Robbie se preparó durante cuatro meses, pero para algunas escenas hicieron falta dobles e incluso efectos visuales para recrear el mencionado salto de triple axel. Porque el filme además de retratar el incidente entre las patinadoras, también muestra la perseverancia y exigencia que mantuvo Tonya para alcanzar tal nivel.

“Siempre la pintaron como la villana, pero su vida es mucho más complicada y trágica que eso. Con esta película quería humanizarla, y que se pudiera empatizar con ella”, concluye el cineasta estadounidense. Pero aunque la patinadora declare al inicio del largometraje aquello de “Yo, Tonya, juro decir la verdad...”. En este caso, el espectador será el que decida si creerla, o no.