Infiniti acorta distancias con el gran público estrenando un Q50 equiparable a las berlinas Premium menos solemnes y costosas. La filial de lujo de Nissan se hace sitio en la categoría esgrimiendo argumentos tan infalibles como el diseño, la calidad y el precio. El nuevo sedán, que propone una motorización diésel (170 CV) y otra híbrida (368 CV), aplica una tarifa tan afinada como su silueta al arrancar con una versión básica que reclama 34.900 euros.

La irrupción del Q50 en el mercado sienta las bases para que Infiniti comience a solventar sus dos grandes inconvenientes: el anonimato y el alejamiento del consumidor. Infiniti todavía es una incógnita para buena parte del público, incluso para quienes integran su clientela potencial. Hasta ahora su exquisita y escueta gama de productos no contribuía precisamente a subsanar ese desconocimiento a causa de una tarifa selectiva, tan acorde a los méritos de sus automóviles como inasumible para la mayoría.

Eso era antes. El Q50 pone punto y aparte a la política comercial de la firma japonesa, que gracias a él entra de lleno en la batalla de la clase media-alta. El coqueto sedán de silueta sinuosa y facciones expresivas comparece resuelto a cuestionar la hegemonía a los gallos del corral. Este último pretendiente viene a competir abiertamente en el primer peldaño de la categoría de las berlinas de prestigio, estamento donde imperan el Audi A4, el BMW Serie 3 o el Volvo S60.

Se distingue de los tres por su diseño, algo más efusivo y deportivo. También por su mayor tamaño, que no habitabilidad: el candidato de Infiniti ocupa 4,79 metros de longitud, 1,82 de anchura y 1,44 de altura, por lo que casi podría compararse con modelos del escalón superior (A6, Serie 5 y S80); sus 2,85 de batalla propician habilitar una cabina tan amplia y confortable como la de cualquiera de sus rivales, así como un hueco de carga semejante (500 litros).

La tarifa es bastante comedida, al menos la de la variante inicial, aunque tampoco establece grandes diferencias. El Q50 arranca por debajo de algún antagonista con características parecidas, si bien adolece de un repertorio motriz más limitado que los demás.

Su gran baza es la versión equipada con el poderoso y austero propulsor gasóleo 2.2d. Este turbodiésel de cuatro cilindros suministrado por Mercedes-Benz remite su potencia (170 CV) a las ruedas traseras sirviéndose de una caja de cambios manual de seis marchas o de otra automática de siete. En el mejor de los casos certifica un promedio ideal de consumo de 4,4 litros a los cien y unas emisiones de CO2 de 114 g/km. Cuando se exprime todo su potencial, dicha mecánica consigue lanzar el vehículo de 0 a 100 en 8,7 segundos y marcar una punta de 231 km/h.

La única alternativa a ese motor que presenta el catálogo Q50 es la del sistema Hybrid, compartido con la berlina M. Combina una unidad V6 de gasolina con 3,2 litros de capacidad que rinde 302 CV y otra eléctrica que aporta 67. La asociación depara un rendimiento conjunto de 368 CV, potencia que lo impulsa hasta 100 km/h en apenas 5,1 segundos; la velocidad queda autolimitada a 250 km/h. Infiniti acopla esta variante híbrida a tracción trasera e integral. Eso sí, la solución de propulsión mixta coloca a estas interpretaciones del modelo en un nivel superior ya que dispara su tarifa hasta la franja de 53.900 a 61.120 euros, dependiendo del acabado y del tipo de tracción.

En consecuencia, las posibilidades de éxito del Q50 pasan por la aceptación que obtenga la más asequible versión diésel. Depende, en concreto, del triunfo de su singular estampa, agresivamente elegante y bastante menos convencional que la del resto. O lo que es lo mismo, por cómo valore el público su condición de outsider de la moda (hay quien adora dar la nota y quien elude correr ese riesgo). Y, por supuesto, a la hora de enjuiciar los méritos de este coche ante a sus contrincantes habrá que tomar en consideración el bagaje tecnológico con el que uno y otros comparecen en el mercado.