Tras cumplir el sueño de ver a mi familia, ya puedo morir en paz". Esta es una de las frases que más se han repetido estos días en el monte Kumgang de Corea del Norte, donde después de 60 años de separación cientos de coreanos han abrazado a sus seres queridos por última vez. Un grupo de 357 surcoreanos regresó ayer a casa tras despedirse entre abrazos y lágrimas de sus 88 parientes del Norte al concluir la segunda y última ronda del reencuentro de familias divididas por la Guerra de Corea (1950-53) iniciado el pasado jueves.
Las reuniones de seis días, en las que han participado en total unos 700 familiares de ambos lados, han dejado emotivas historias personales, como la de Nam Gung Bong-ja, de 61 años, la única surcoreana que pudo encontrarse con su padre, que a los 86 años permanecía vivo en el Norte. La mayoría de los reencuentros han sido entre hermanos, como el de Park Jong-song, de 88 años, que fue reclutado como soldado por el Ejército de Corea del Norte durante el conflicto armado, y la surcoreana Park Jong-soon, de 68. "Mi hermano, ¿cómo voy a poder seguir viviendo sin ti?", le dijo ella a él entre lágrimas mientras asía sus manos desde la ventana del autobús de vuelta, en una escena captada por medios de comunicación surcoreanos que accedieron al simbólico monte Kumgang. Y es que tanto el anciano padre y su hija como los hermanos Park probablemente no volverán a verse nunca más, ya que la frontera entre ambas Coreas es tan infranqueable como la brecha que separa al sistema comunista del Norte y el capitalista del Sur.
esperando su turno Desde 1985 se han celebrado 19 reuniones de familias divididas y esta última ha sido la primera en tres años, mientras decenas de miles de ancianos de los dos países siguen esperando su turno para reencontrarse con sus seres queridos del otro lado a los que no ven desde hace más de seis décadas. Cada año miles de los solicitantes fallecen sin cumplir su sueño de abrazar a sus allegados una vez más, la última vez, y es por este motivo que los gobiernos de ambas Coreas tienen como tarea pendiente organizar estos eventos de forma periódica.
Las reuniones de familiares, en las que se intercambiaron regalos y fotografías entre emotivas charlas divididas en citas individuales y colectivas, estuvieron sujetas a restricciones, como por ejemplo la prohibición para los surcoreanos de hablar de política o revelar información sobre el exterior. "No tocar con las manos bajo ningún concepto la insignia de los líderes" que todo norcoreano lleva en la solapa fue otra de las peculiares imposiciones del régimen de Kim Jong-un a los parientes del Sur, según reveló a Efe una fuente de Seúl que participó en la organización. El telón ha vuelto a bajar entre las dos Coreas. Un telón de acero para miles de familias.