bilbao. Un viaje al más atrás, a los intensos y turbulentos días de la niñez, es el punto de partida de Si nunca llego a despertar, la última novela de Javier Yanes, un hombre que se ha ganado la vida como reportero de viajes, periodista científico, biólogo y novelista. El escritor que roba horas a la noche pasea en esta charla por las presiones de la sociedad en la que vive, a la búsqueda de un paraíso al que todo el mundo aspira. Bien en Kenia, donde él sitúa el suyo, o bien en el bar de debajo de casa. No hay que ponerle fronteras al dificultoso ejercicio de vivir.
Un biólogo dedicado a la novela... ¿Hombre de ciencias o de letras?
Es una batalla que no debiera existir. La distinción entre letras y ciencias es una aberración. Las humanidades nos hacen mejores personas, pero no se puede vivir en esta sociedad sin comprender la ciencia y la tecnología que nos rodean. Es casi imposible.
Es la eterna elección...
Y ahí está el error, en hacer que un niño elija entre una rama u otra tan temprano. Queremos convertirlos en adultos precoces y que siempre sean los primeros, que brillen más que nadie.
¿No es eso amor de padres?
Yo creo que no. El niño tiene que aburrirse. Hay que dejarle holgar y que disfrute del aburrimiento.
Muchos se quejan justo de eso mismo, de que se aburren...
¡Es que tienen que aburrirse! Y aprender a usar la imaginación para salir de ese estado.
Si no le preparo, si no le especializo para el mañana será un desgraciado...
Especialistas han existido siempre, pero ahora se ha llegado a unos extremos que...
¡Ignorantes especializados!
Algo de eso hay, sí. No recuerdo quién dijo que vivimos en una sociedad donde hay especialistas en girar a la derecha que no saben, siquiera, dónde está la izquierda.
El profesorado se queja del desinterés...
Ahí se está perdiendo otra batalla. Antes el profesor era respetado. Para el niño era un pozo de sabiduría y un referente no solo intelectual sino también moral. Hoy es solo el enemigo.
¡Mejor partir de viaje para no saber más! Además, viajar enseña...
Depende de la edad a la que empiece uno. Si se viaja de niño aprendes pronto a ver las diferencias como naturales. Por ejemplo, ves a un persona de otro color como algo lógico.
¿Y si cojo el hábito a los cuarenta?
Es más complicado, ya tienes tu hábito. Es como una de esas jaulas de hámster donde el animal gira y gira. Si ya está en la jaula, da igual dónde la pongas. Aquí o en África.
Un continente de su predilección...
Así es. Kenia es mi segunda patria, sin duda.
¿Ha encontrado ese paraíso que todo viajero busca?
Yo creo que sí. Pero ese territorio lo puede encontrar uno en un lugar remoto o en el bar de la esquina. Al final el paraíso de cada cual es un sentimiento que no se puede racionalizar.
Desmienta, si se atreve, el mito de que el reportero de viajes es un caradura...
Ja, ja, ja. Algo de eso hay, no puedo negarlo. Tengo un compañero que lo llama periodismo de hamaca, pero es una profesión tan mal pagada que una cosa compensa con otra.
Además, ya no quedan territorios insólitos.
¿Quién dice que no? Sí que quedan, sí. Pero debemos tener cuidado para no destrozarlos.