Bilbao

La fama internacional de la Tomatina -la batalla multitudinaria a tomatazos que se celebra cada año en Buñol- no solo hace que en cada edición haya más participantes extranjeros y mayor seguimiento por medios de comunicación de otros países, sino que también propicia que surjan imitaciones. No obstante, el éxito de estas copias todavía está lejos del que alcanza la fiesta original, que ayer reunió a más de 45.000 jóvenes que se arrojaron 120 toneladas de tomate en medio del follón, el griterío y los empujones habituales.

En China, donde la Tomatina ya es tan conocida como los Sanfermines o las corridas de toros, hay varias ciudades que se han animado a organizar batallas con tomates. Sin embargo, estas iniciativas están siendo muy criticadas en los medios de comunicación del país y en internet. Estas voces críticas arremeten contra las fiestas al considerar que utilizar los tomates como munición resulta ofensivo para un país en el que todavía hay mucha población viviendo en la pobreza. La más reciente guerra de tomates en China se celebró el pasado 20 de julio en un centro comercial de Guiyang, capital de la provincia de Guizhou.

En la Tomatina auténtica, celebrada ayer en Buñol, jóvenes autóctonos, turistas españoles y extranjeros se lanzaron con saña 120 toneladas de tomates, que eran repartidos desde varios camiones y que volaron durante una hora por el pueblo hasta que un petardazo indicó el final de la batalla. Ropa vieja para poder tirar después de tan llamativa guerra y gafas de buceo sirvieron de uniforme a los miles de combatientes, aunque algunos, más prácticos, optaron por vestir solo un traje de baño que les facilitó la ducha o el baño en el río después de la refriega.

Durante una hora -entre las once y las doce de la mañana- los tomates vuelan de un sitio para otro sin enemigo ni objetivo concreto. Personas próximas o lejanas, espectadores e invitados oficiales en ventanas, periodistas y fotógrafos, cualquier diana es válida en un espacio que acaba convertido en un estanque de salsa triturada. En esta gamberrada callejera, que se organiza desde hace 66 años, es habitual que muchas personas terminen con hematomas causados por tomates lanzados sin aplastar, por lo que las autoridades piden repetidamente que se aplasten para evitar daños. Además, una veintena de personas sufrió desvanecimientos y otros problemas de salud leves, entre ellos irritación en los ojos.

Cuando el cohete pone fin a esta guerra mundial de hortalizas, da comienzo otra batalla: la que emprenden los propios vecinos y los servicios municipales de limpieza para curar las heridas que sufren aceras y fachadas.