El sector de la distribución de vehículos, que implica directamente y de forma subsidiaria a más de cuatro mil PYMES, ha llegado a generar 154.000 empleos y a facturar más de 30.000 millones de euros anuales.

Cuando escucha la palabra automóvil, ¿qué idea le viene a la cabeza?

-Libertad.

¿Cuál es el principal desafío que encara hoy el automóvil?

-Su transformación tecnológica, y que esta transformación no aleje el precio de la capacidad de compra del español medio.

La recesión económica vació de público los concesionarios, que luego estuvieron cerrados por la pandemia; ahora que hay clientes con ganas y recursos para comprar, la falta de semiconductores impide producir coches con los que atender esa demanda. ¿Cómo es posible que un sector industrial de este calibre se sitúe al borde de la paralización porque carece de unos componentes que cuestan unos pocos céntimos? ¿Es un caso de imprevisión o estamos ante las consecuencias de un nuevo episodio de la batalla geoeconómica entre China y EE.UU.?

-Se sabía que esto podía empezar a pasar, pero quizá no esperábamos que el impacto fuera tan profundo ni tan duradero en el tiempo. El problema de esta crisis es que los actores afectados poco podemos hacer porque, de alguna manera, se escapa de nuestro ámbito de actuación al ser un problema global, sistémico. En el medio y largo plazo, tendrá que ser la UE, de la mano de sus miembros, quien haga lo necesario para paliar la dependencia de terceros países en el suministro de componentes. España debería aspirar a jugar un papel relevante y ser capaz de traer esta actividad e inversiones. Que pueda ser consecuencia de esa batalla entre China y EE.UU. no es descartable, tenemos que desglobalizar la fabricación de componentes estratégicos para nuestro país, y el automóvil lo es.

¿Hasta cuándo se padecerán los efectos de esta carencia?

-Bien, la incertidumbre es enorme, pero para el segundo semestre del año que viene podrían ir regularizándose los stocks. Lo que parece claro es que 2022 volverá a ser un año de muchas turbulencias y de gran dureza para el sector, que va a completar tres ejercicios sumido en una grave crisis comercial.

¿Cómo cree que va a afectar a un sector tan tocado, y a la economía de un país como España, exportador de coches, que obtiene la décima parte de su PIB de la automoción?

-De alguna manera, esta crisis va a acelerar, todavía más, los procesos que ya había acelerado la pandemia. La producción de vehículos quizá no vuelva a ser la misma, dando como resultado vehículos más estandarizados, para entendernos, y donde el poder de elección del cliente será cada vez menor. Habrá que ver cómo afecta a nuestra relación con los clientes. Respecto a la economía… quiero pensar que será meramente coyuntural y que se irá recuperando poco a poco nuestra actividad comercial y también la actividad industrial, aunque costará. La automoción no dejará de ser una palanca económica y de empleo esencial para nuestro país donde, como siempre digo, debe mirarse el resto de sectores.

A pesar del decisivo peso específico que tiene en la economía, en la española y en la europea, el automóvil parece haber perdido la batalla de la imagen. Se acaba de celebrar la cumbre del clima y ha vuelto a ser señalado culpable. ¿Diría que está pagando un coste reputacional inmerecido?

-Pero, al final, el vehículo es el principal garante de la libertad de movimiento, el principal garante de la actividad económica… Pocos sectores están haciendo un esfuerzo tan grande en inversiones y en investigación y desarrollo para avanzar lo antes posible hacia la descarbonización de la movilidad. Pocos sectores están tan comprometidos. Veo mucha demagogia en todo este debate, artificial en muchos casos. Y también una gran ideologización, que está haciendo este proceso poco lógico, y poco conectado con el ciudadano. Que políticos que acuden a la cumbre en jet privado sean los que receten al ciudadano de a pie que deje el coche en casa o circule en patinete es, cuando menos, sorprendente.

La sostenibilidad, la descarbonización y la transición energética, marcan las pautas de desarrollo de los nuevos automóviles. Gobiernos, fabricantes y compañías con intereses en el ámbito de la energía apuestan decididamente por un porvenir electrificado, que se apresuran a construir. Urgen a dar el salto al coche eléctrico. Pero el gran público parece no considerar necesario este recurso, que comporta un sobreprecio que no puede o no quiere pagar y, sobre todo, que aún depara muchas menos satisfacciones que inconvenientes. ¿Discrepa del diagnóstico?

-En absoluto. Lo venimos diciendo: compartimos el objetivo, pero no compartimos los pasos que se están dando para conseguirlo. Y la clave es el ciudadano, el conductor, que todavía no ve en el coche eléctrico una alternativa, porque le crea inseguridad y porque lo ve alejado de sus necesidades. De alguna manera, se está forzando su llegada, una llegada que no se va a producir si es impuesta y sin que haya un periodo de transición en el que los vehículos de combustión tienen que jugar un papel, dando paso también a los microhíbridos e híbridos enchufables para llegar, con el tiempo, a una generalización de los 100% eléctricos. Los plazos que marca la UE no se cumplirán en nuestro país. Debemos exigir una velocidad diferente para nuestro desarrollo porque la compra de vehículos eléctricos esta directamente correlacionada con el PIB y, desgraciadamente, estamos a la cola de Europa.

Quien ahora se plantea adquirir un automóvil nuevo se enfrenta a la duda de qué tecnología elegir. Con los motores de explosión sentenciados por la Unión Europea y socialmente denostados, la clientela potencial queda prácticamente abocada a la electrificación, un callejón cuya salida aún no se ve clara. ¿Qué aconsejaría comprar hoy?

-La ventaja que tiene actualmente el comprador es que nunca en la historia había podido optar por tantas tecnologías diferentes para resolver su movilidad. Y la respuesta depende de para qué se use el coche, dónde se use y cuántos kilómetros se hagan al año. En función de esos tres puntos, aconsejamos la mejor opción para el cliente, pero siempre respetando su libertad de elección. En un país donde el vehículo más vendido es un utilitario de 14.000 € no se puede forzar una transición a martillazos porque acabaría siendo injusta.

Teniendo en cuenta que son tecnologías incipientes y por ello en fase de rápido desarrollo, quedan expuestas al riesgo de quedar desfasadas de manera prematura. ¿Eso no supone un factor disuasorio en un país donde la edad media del parque supera los 13 años, y en el que solamente el 5% de los propietarios renueva el vehículo antes de que cumpla cuatro?

-Bueno, esto liga efectivamente con la incertidumbre que siente el comprador… y en el trasfondo está el mayor problema que tenemos, que es la antigüedad del parque. Pareciera que en esta transición hacia el eléctrico nos olvidáramos de que hay 26 millones de vehículos circulando, la mayor parte antiguos, y que 16 millones duermen en la calle, lo que imposibilita su recarga. El reto es crear un mercado dinámico y saneado en el que el ciudadano cambie su vehículo cada cuatro o cinco años, como ocurre en países de nuestro en torno… con una mayor renta per cápita, claro.

Y ya metidos en harina eléctrica, le propongo que nos saltemos la corrección política. ¿Es sensato que un particular se compre un coche a pilas pagando bastante más que por uno normal equiparable, que esa decisión no le llevará muy lejos y le condenará a vivir pendiente de un cable, todo ello a cambio de unos costes de utilización que nadie garantiza que sigan siendo inferiores?

-Las cifras nos dicen que pocos particulares lo ven sensato hoy. Sin embargo, sí que nos están mostrando un camino alternativo, como son los híbridos enchufables, que seguramente sea el mejor modo para llegar al eléctrico. Esta opción está cada vez más presente, lo que se está viendo acompañado por una gran oferta de modelos que montan esta tecnología. Dar tiempo al desarrollo tecnológico es lo adecuado, hoy el vehículo eléctrico es una buena alternativa para algunos clientes, pero no para la gran mayoría, que necesita la comodidad del eléctrico pero también la posibilidad de viajes largos que le otorga el motor de combustión.