La clientela se está volviendo cómoda y se decanta por soluciones que hacen la vida fácil. Y, en un mundo del automóvil en el que la tecnología tiende quitar trabajo a quien conduce, esa propensión al pragmatismo queda patente en el incremento en la demanda de versiones automáticas. Ese tirón comercial creciente se explica por la aparición de una generación de sistemas que, además de trabajar con precisión y fomentar el confort, resultan ya razonablemente asequibles y austeros.

La clientela está descubriendo las ventajas del automatismo.

La reputación de este tipo de transmisión arrastra un lastre histórico que mezcla una dosis de realidad y otra de leyenda negra. Esta última aducía que era un recurso para malos conductores, incapaces de manejar un cambio manual. Parece un prejuicio absurdo e infundado, sobre todo viendo pilotar a Lewis Hamilton y a sus colegas, que no utilizan más automatismos porque la reglamentación de la Fórmula 1 no se lo permite.

A los viejos detractores de las cajas automáticas probablemente les sucede como al señor del anuncio de la tónica: las han probado poco. Tienen razón en un punto: hasta hace no demasiado eran equipamientos costosos, susceptibles de generar averías caras, y con tendencia a disparar el consumo más de la cuenta. Por suerte, la evolución tecnológica está solventando dichos pecados.

Un coche automático contemporáneo ya no cuesta un potosí, solo algo más que el homólogo manual. Sus consumos reales se aproximan relativamente a las cifras oficiales de la ficha de homologación, obtenidas en condiciones favorables. Es así, con independencia de que su volante caiga en las delicadas manos de un experto ingeniero de pruebas WLTP o en las zarpas del conductor más torpe. Todo lo contrario de lo que sucede con un modelo con caja de cambios manual, en el que la pericia en la conducción o su carencia (por no mencionar el mantenimiento del vehículo) determinan diferencias de consumo considerables.

Un repaso a los registros de homologación que facilitan los fabricantes y la página web del Minis- terio de Transición Ecológica (www.coches.idae.es) permite disipar dudas. Ford, por ejemplo, propone una versión EcoBoost del Fiesta provista de transmisión automática de siete relaciones, animada por el motor de tres cilindros 1.0 con 125 CV. Acredita un gasto medio de 5,6 litros y emite 127 g/km de CO2, según la medición oficial más realista (WLTP). Por su parte, la alternativa semejante dotada de caja manual declara 5,1 litros y 115 gramos de dióxido de carbono por kilómetro.

La misma configuración de motor de hibridación suave y caja auto de siete marchas depara en el Puma, el alter ego SUV del Fiesta, un promedio de consumo de 6,0 litros y unas emisiones de CO2 de 137 g/km. La variante semejante del modelo que implica el manejo artesanal de los cambios reclama oficialmente una media ideal de 5,6 litros y expele 127 g/km.

El constructor de origen norteamericano detecta que, en los últimos tres años, sus matriculaciones europeas de turismos y vehículos comerciales equipados con transmisión automática se han triplicado. En 2017, estas versiones generaron el 10,4% de los pedidos, frente al 31,3% registrado durante el primer mes de 2020. Los registros en el mercado español son más moderados, aunque el ritmo de progresión de estos vehículos es comparable, pasando de un 5,4% en 2017 a un 16,4% en 2019

Aunque en el pasado las cajas automáticas se relacionaban tradicionalmente con las grandes berlinas, hoy sucede lo contrario. Curiosamente, son los turismos de gama media y los industriales ligeros los que tiran de la demanda.