BILBAO - Raquel acaba de ver materializado su sueño de estrenar coche. El suyo no era uno cualquiera, qué va, era una golosina con forma

de Cooper S. Un Mini, adquirido en Enekuri Motor, con todas las de la ley, adornado con todo lujo de complementos y accesorios que lo convierten en una pieza casi

exclusiva, confeccionada a su medida. Hasta ahí todo más o menos normal en la marca. Pero en estos tiempos convulsos la normalidad se

vuelve insólita. Hace dos meses, Raquel Fernández, una joven de 21 años que cursaba cuarto de Enfermería, estaba ilusionada con el flamante automóvil prometido. Pero el destino tenía otros planes más inmediatos. Al día siguiente de cerrar la compra del ansiado vehículo, el gobierno español decretó el estado alarma por la pandemia, lo que comportó el confinamiento de la población y la paralización de actividades que conocemos. Cambiaron las prioridades y el coche quedó aparcado en el limbo. Raquel no dudó en aceptar la propuesta de las autoridades sanitarias y se incorporó al personal apoyo en la UCI del Hospital de San Pedro, en su Logroño natal. Allí sigue desde entonces. Pero todo llega, y algunas cosas lo hacen con cierta justicia poética. Aprovechando el relajamiento en las restricciones a la movilidad, el martes pasado, día Mundial de la Enfermería, Raquel pudo recibir, por fin, su flamante Mini.

En las intensas ocho semanas ejerciendo la que ya es su profesión "la espera no se ha hecho larga". No obstante, sus ojos brillaban cuando

se sentó por primera vez al volante ("ahora ya me puedo quitar la mascarilla"). Deseo cumplido. Su padre Ángel, que desempeña bien el papel

de genio de la lámpara, sonreía bonachón y confesaba que en este tiempo sí "lo han pasado mal en casa, preocupados por la situación de la hija en el hospital". Él hubiese preferido para la niña un utilitario convencional en vez de este cohete con 190 CV, pero "ya sabes€". Admite que el coche "es una monada", pero no se ve conduciéndolo; "es pequeño y hace mucho ruido", argumenta con sorna.