Cantidad y calidad. Estos dos manidos conceptos jamás retrataron tan bien un paisaje. La imagen corresponde al convulso y concurrido mercado de los automóviles compactos. La abundancia de propuestas y la entidad de las mismas -no envidian el diseño, las dotaciones y la tecnología de los grandes- complica al público la elección; a cambio, el margen de error es casi nulo.

La categoría apunta leves síntomas de recuperación. Del millón de coches vendidos hasta el último día de septiembre (998.472, según los datos registrados por ANIACAM), estos modelos representan casi un 19% y suman 188.049 unidades. La cifra queda lejos de los registros de hace una década, justo antes de que los fabricantes descubrieran el filón del diseño SUV que fascina al público. Los utilitarios polivalentes de hechura contenida llevan todo ese tiempo perdiendo partidarios, aunque ahora la tendencia podría revertirse con los nuevos lanzamientos. Esa caída de popularidad no es un fenómeno aislado, puesto que afecta a todos los formatos alejados de la estética crossover. En cualquier caso, el declive de los compactos no es comparable al que experimentan otras carrocerías (familiar y monovolumen, por ejemplo). De hecho, el estreno de potentes candidatos comienza a reactivar este año la demanda de carrocerías escuetas.

Prácticamente todos los constructores participan en esta división del mercado con propuestas en torno a los cuatro metros. La mayoría exhibe siluetas de tipo hatchback, término inglés que alude a la carrocería de hechura comprimida, con voladizo posterior corto y zaga rematada por un portón vertical. En los últimos tiempos proliferan los diseños que buscan transmitir sensación de deportividad confiriendo a la popa un cierto aire cupé. Para ello estilizan la figura y llegan a escamotear los tiradores de las puertas traseras. Los envases de tres puertas tienden a desaparecer por falta de demanda.

Los turismos compactos son productos absolutamente transversales, que congregan un público de lo más heterogéneo. Aunque tradicionalmente se han considerado patrimonio de gente joven, en realidad son un recurso idóneo para cualquier persona y destino. Es obvio que siempre han sido elegidos por quienes buscan vehículos acordes a unas necesidades de transporte y a unas posibilidades financieras no excesivas, de ahí que estén en el punto de mira de los menos entrados en años.

Pero no solo atraen a esta clientela. Su versatilidad los convierte también en predilectos de las empresas de alquiler, que absorben cada año buena parte de la producción. Asimismo, los automóviles compactos suelen desempeñar un rol importante como segundo vehículo de muchos hogares.

Y, cada vez más, suscitan el interés de veteranos propietarios de grandes berlinas que, para sustituirlas, tratan de dar con modelos más prácticos, manejables y asequibles. Así que los coches de proporciones escuetas son a veces la solución idónea para familias en las que los hijos han volado de casa - los teóricos del marketing hablan de síndrome de nido vacío-, por lo que ya no es necesario mantener un coche grande. Al fin y al cabo, la nueva generación de compactos puede desempeñar buena parte de los cometidos de sus mayores y ofrece un empaque y unas posibilidades de equipamiento equiparables a las habituales en las gamas superiores.

Los compradores de estos automóviles de eslora contenida se decantan mayoritariamente por motores de gasolina. Esta tendencia no obedece solo a la injustificada pérdida de prestigio del diésel; es consecuencia del escaso kilometraje medio que suelen recorrer, lo que no propicia la proliferación de versiones a gasóleo. Así que dos de cada tres clientes prefieren un propulsor a gasolina. Otra particularidad de este segmento es su creciente electrificación. Aumenta la oferta y también la demanda: las matriculaciones de versiones con impulsión total o parcialmente eléctrica progresan un 52% en lo que va de año y acumulan ya 2.309 ejemplares.

Lo que apenas varía a pesar de los vaivenes de la moda es el método de compra. La clientela habitual de turismos compactos recurre asiduamente a la vía de la financiación. Es el método elegido en cuatro de cada cinco operaciones. No es extraño, puesto que en los últimos tiempos esta opción va incentivada por importantes descuentos adicionales de los fabricantes, con lo que se atenúa el sobrecoste inherente a toda financiación. Los modelos de esta categoría acostumbran a abrir su tarifa cerca de los 13.000 euros. Sin embargo, lo habitual es que ese comedido precio visual de partida se vea finalmente incrementado ya que la clientela suele solicitar motores y puestas en escena superiores.