DURANTE tres meses, la pareja compuesta por Maitane Regil y Andrés Corral ha llevado a cabo una aventura con mayúsculas, recorriendo la península por la costa, con Bilbao como punto de partida y regreso. Más de 4.000 kilómetros desafiando el frío, la lluvia e inclemencias de todo tipo. Y sin entrenar. A pelo. "Hemos ido a la aventura total", exclama Regil. Porque, por si estos condicionantes no fueran pocos, se echaron a la carretera apenas ocho meses después de conocerse. Por eso Regil dice sin cortarse: "Pedalear ha sido lo más fácil. Lo más duro ha sido la convivencia porque al final la ruta es exigente y terminas cansado, de mal humor y acabas pagándolo con la persona con la que viajas". Pero si han resistido esta prueba de fuego, aguantan ya cualquier cosa. "Yo decía si de esta no nos separamos, nos unimos un montón. Antes de empezar no lo conocía mucho, pero ahora sí, ahora de pe a pa", afirma Regil, de 35 años, sobre Andrés Corral, de 46. Aunque la pareja de bilbainos reconoce altibajos, han vivido una experiencia genial. "Y eso que, por ejemplo, antes de llegar a Santiago me caí cuando solo quedaban 30 kilómetros y tuvimos que estar parados unos días", narra Maitane.

Limitados también por las pocas horas de luz, cada jornada recorrían entre 40 y 60 kilómetros. Además cuando empezaron su odisea caían chuzos de punta. "En el norte nos llovió mucho. Hizo lluvia, frío, viento de todo... luego mejoró un poco", aseguran, explicando que rodaron en bicis híbridas que valen para montaña y carretera. "Yo planteé este viaje para dar un cambio de rumbo a mi vida, y Andrés se animó y se apuntó", asegura Regil. Cargados con cerca de 40 kilos en las alforjas de las ruedas delantera y trasera, casi casi transportaban la casa entera. "Pero con el tiempo tan malo, por ejemplo, la tienda de campaña la hemos usado poco, y como estábamos en temporada baja nos ha salido bastante barato el alojamiento. Eso sí, con algún contratiempo. Un día en un hotel de Asturias, lavamos la ropa a mano, la pusimos a secar en los radiadores y cuál no fue nuestra sorpresa al despertar y descubrir que habían apagado la calefacción toda la noche. ¡Menos mal que ese día salió el sol, y montamos un tenderete con unas cuerditas!", recuerdan.

El recorrido discurrió mayoritariamente por carretera, aunque por el Mediterráneo "hay mucho bidegorri y luego también nos hemos metido sin querer por caminos de piedra y las hemos pasado canutas". "En Málaga anduvimos un poco mal porque debíamos ir por autovías. Un día decidimos coger una alternativa, así que subimos a la sierra, teniendo que empujar las bicis durante varios kilómetros, por una pendiente de aúpa".

Y aunque la convivencia haya tenido sus más y sus menos, la sangre no llegó al río. No fue tan bien, sin embargo, la relación con las coches. "En Portugal lo hemos pasado fatal porque no saben conducir", relatan sin pelos en la lengua. Guardan muy buen recuerdo, eso sí, de la Nochevieja en Benicassim y de esos días de turismo en Denia y Oporto aunque en la localidad portuguesa Maitane estaba algo enferma y las defensas bajas le jugaron una mala pasada.

Con la carretera prácticamente vacía de cicloturistas, se toparon con algún buen samaritano. "Una vez cruzamos la frontera desde Portugal empezamos a tener pinchazos. Por ejemplo, un día a unos 15 kilómetros de salir de Huelva, Andrés pinchó y rompió tres radios de la rueda trasera. Sin embargo, tuvimos la suerte de que pasó un ciclista que se ofreció a que cuando volviera a casa regresaría con el coche para llevar nuestras alforjas y así nosotros podríamos volver rodando, ya que sin ese peso, la rueda podría aguantar. La verdad es que estaremos siempre agradecidos a Víctor", exclaman. Después de esta apasionante experiencia no quieren aparcar la bici, y están pensando en abordar las Islas Canarias y repetir el Camino de Santiago, pero ya sin fecha.