ES raro un santurtziarra que no haya oído hablar de Francisco Fernández, Fran para los amigos, porque en su pueblo y en las localidades limítrofes es el gurú de los zapatos. Junto con su mujer, Olga Lucía Pulido, se encarga de mantener a flote un negocio que lleva casi 70 años en el municipio. ¡Nada, anteayer! Aprendió de su padre y lleva al frente de su tienda más de treinta años sin perder sus orígenes. Además es de esos profesionales para los que el boca a boca es su mejor campaña de publicidad. “En el año 53 empezó mi padre en un portal de Las Viñas. Después se fue a París y en 1969 regresó y montó ya el negocio en esta calle”. Un crack en lo suyo, da siempre lo mejor. “Nuestros clientes saben que somos garantía de calidad, de buenos acabados, de buenos precios y mejores materiales”, explica.

Este artesano de Santurtzi reivindica un oficio prácticamente en vías de extinción ya que la reparación profesional del calzado y artículos de piel está en retroceso. Por eso es obligado reinventarse y Fran Fernández está especializado en reparación de calzado deportivo “porque aquí hay mucha afición al senderismo, el treeking, la montaña, mucho corredor, y hay que trabajar otro tipo de calzado”. Así las cosas, necesita reciclarse, otro tipo de maquinaria, hormas y colas especiales que peguen cada material, desde la fibra de carbono a la fibra de vidrio, la poliuretánica, o el PVC... “muchos materiales que antes no existían”. “Lo que está de moda es el cambio de pisos de buenas firmas en las que se cambia todo el bloque. Te quedas con la piel del zapato y le pones un piso entero con colas adecuadas. Y eso te dura años”. Pero Fran es un todoterreno y trabaja también el calzado de toda la vida. “Pongo tapas, pilis, media suelas... lo que se ha hecho siempre”.

Él huele la calidad a distancia. “Desde que se ha introducido el producto chino, se ve solo a cuatro personas con buen calzado. Porque no es lo mismo comprar un cubrepiés que un zapato, y hay piezas que no merece la pena reparar porque sale más caro que lo que han pagado por ellos”, asegura sin temor a señalar que “hay muy poco profesional que sepa reparar bien”.

Fran fomenta, casi sin saberlo, un consumo sostenible porque reparar es reciclar. “Merece la pena arreglar un buen calzado. Si vemos que es malo, asesoramos al cliente porque igual la reparación va a quedarse nueva y el zapato se va a romper por otro lado”. Así que su calzado es eterno. “Intentamos que el cliente no compre aunque ya sé que eso no es muy popular porque perjudicamos a las tiendas”, confiesa. Aunque ha atravesado malas épocas, nunca ha pensado en bajar la persiana. “¿Cerrar? No, eso no. Pero de doce meses, trabajamos fuerte cuatro. Los demás son kili-kolo. En noviembre se paraliza porque la gente está esperando a comprar para navidades. Diciembre y enero son malísimos porque hay muchos gastos. En Semana Santa también estás de bajón, septiembre es malo por los gastos de la vuelta al cole...”, recita con una cantinela aprendida a base de décadas de experiencia. “Se arregla mucho más el zapato de invierno. En verano hay mucha tira, gomita, y son pegados o cosidos”, dice mientras ejerce un trabajo que le obliga a mancharse las manos, a usar productos tóxicos y mascarilla por los tintes y los disolventes. Y eso que no hay más secreto, afirma, que la inquietud, el gusto por el oficio y hacer bien las cosas.