lOS sistemas de transferencia de conocimiento siempre han traído grandes avances sociales. Sabemos que la imprenta permitió pasar de la Edad Media a la Moderna. La escritura es anterior: permitió pasar de la Prehistoria a la Edad Antigua. Lo supe en un viaje reciente a China, donde nos enseñaron cómo en tiempos del emperador Huangdi (2695-2598 a.C.) se inventó la escritura. Desde entonces, hasta hoy, en China es considerado todo un arte. Es probable que su complejo alfabeto de pictogramas haga que esto sea así. Pero también es cierto que se trata de una cultura que aprecia mucho la capacidad de meditar que aporta la escritura. Un momento de tranquilidad necesario para construir ideas.

Quizás por ello desde pequeño me haya gustado escribir a mano. Tomo notas manuscritas en mi agenda a diario. En los aviones, escribo notas, reflexiones o hago esquemas de ideas. Es un entorno que me inspira y abre mi lado más creativo. Posiblemente no tener interrupciones ayude. La lógica que luego suelo desarrollar en los algoritmos, siempre la pienso primero en la agenda. La tengo repleta de modelos de datos, esquemas lógicos y resultados esperables.

Siempre he creído que escribir a mano me ayudaba. Especialmente, porque me ayuda a resumir, pensar, analizar y decidir qué representar. Hace unos años, me encontré con un estudio que confirmó mis sospechas. En 2012, Karin Harman James, investigadora del Departamento de Ciencias Cerebrales y Psicológicas de la Universidad de Indiana, publicó los resultados de una investigación que desvelaba que los niños que escribían a mano mostraban una mayor actividad en su cerebro. Cuando digo a mano, me refiero a dibujar en un papel sin ayuda visual alguna. Concretamente, destacaban tres áreas del cerebro que se activan cuando los adultos leemos y escribimos. Así, supimos que escribir a mano permite construir redes más complejas en nuestro cerebro que cuando lo hacemos en el teclado de un ordenador.

Sin embargo, en una sociedad digitalizada, cada vez redactamos menos. Las listas de la compra cada vez dejan más paso a los móviles. Por no hablar de los apuntes; me pongo de los nervios cuando veo que no se toman notas a mano, sino que se apuntan en un documento digital. O cuando las notas de una reunión son tomadas en un dispositivo móvil en lugar de anotarlo en una agenda, para que luego éstas puedan ser sintetizadas. ¿Cuánto estarán afectando estas decisiones de nuestro día a día al desarrollo de los cerebros de nuestros hijos e hijas?

Por todo ello, debemos entender que no podemos permitirnos que en nuestro sistema educativo estos estudios no se tengan en cuenta. Máxime, sin un proyecto educativo de Estado. Cada vez que veo a un niño o niña escribiendo en el iPad -que lo pone muy fácil para escribir-, pienso en ello. Si a edades tempranas ya estamos así, ¿qué pasará cuando lleguen a la universidad?; ¿estamos teniendo en cuenta todo esto para construir nuestros modelos formativos?

La propia Editorial Rubio, con la que crecimos muchos aprendiendo durante los veranos escritura y cálculos básicos, se ha digitalizado. Su línea digital va muy bien económicamente, al parecer. Lo que aquí deberíamos pensar no es tanto en las inexorables leyes de mercado, sino en la propuesta de valor que hace un ejercicio de escritura o de matemáticas a nuestros más jóvenes. Es un debate tecnológico recurrente: ¿nos estamos guiando por la facilidad de uso o por la aportación que hace la tecnología? ¿Realmente entendemos todas las consecuencias que nos traen las alternativas digitales?

Es probable que dentro de unos años vivamos una regresión a la media. Como ha pasado con Kodak, que revive su fotografía en papel, o con los discos de vinilo, dentro de unos años podríamos recuperar la escritura manual en nuestras agendas frente a las alternativas móviles. Pero quizás sea tarde para alguna de las partes de nuestros cerebros. Mejor si tratamos la educación con más evidencias.