E aquí, ante nosotros, la figura de un artista polifacético, de un hombre que dejó huella en su tiempo, por mucho que el transcurrir de los años haya difuninado su recuerdo. No se puede definir en un plisplás. No en vano, fue un hombre culto y buen conocedor de los discursos artísticos de su tiempo. Diletante y curioso, Guezala destacó por la gran variedad de estilos y tendencias que practicó. Fue pintor, grabador, ebanista, autor y coleccionista de ex libris, diseñador gráfico, escenógrafo y figurinista teatral, erudito filatélico y heraldista. Pero, sobre todo, dedicó una gran parte de su desbordante energía, desde la presidencia de la Asociación de Artistas Vascos, a la animación cultural de Bilbao, así como al compromiso de promover el arte vasco y divulgar en la Villa los lenguajes de la vanguardia.

¿Quieren hacerse una idea de su calidad? Pueden visitar el museo de Bellas Artes de Bilbao, donde se expone su obra La puerta giratoria o Retrato de Begoña de la Sota pintura que representa una experiencia insólita del arte español de entreguerras, y es la obra cumbre de la producción de Guezala. Pese a su tardía fecha de ejecución, cuando ya la vuelta al orden había influido en el arte europeo, el artista experimenta con formas ligadas al futurismo y recursos derivados del cubismo, con los que ya estaba familiarizado, sobre todo a través de su faceta de diseñador gráfico. En el cuadro, donde una joven entra en el hotel Carlton de Bilbao para participar en una fiesta de la Asociación de Artistas Vascos, el personaje carece de protagonismo, y son la puerta giratoria y el movimiento que genera los que dictan la acción. Todo un logro.

Fue uno de los miembros fundadores en 1911 de la Asociación de Artistas Vascos, una agrupación modélica que reunió en sus filas a lo más destacado y renovador de la plástica vasca y fue la efectiva impulsora del despegue cultural y artístico de Bilbao. A partir de entonces, su biografía artística estuvo íntimamente ligada al desarrollo de esta entidad, hasta el punto que poco podría decirse de él si no es a través de la intensa actividad que desplegó en su seno. Unas grandes dotes de organizador, su conocimiento del arte contemporáneo, unidos a su gran simpatía personal y a su habilidad para las relaciones sociales avalaron su constante presencia en las juntas directivas de la Asociación.

A la manera de un creador de imagen, diseñó, tanto para la Asociación como para otras entidades culturales y deportivas, carteles, menús, programas y catálogos y fue el responsable gráfico de la revista Arte Vasco (1920). En los años veinte y treinta, realizó trabajos de escenografía para los dos festivales organizados por la Asociación en el Hotel Carlton (1927), las veladas teatrales de la Sociedad Pizkundia (1930) y para las obras de sus amigos Alejandro y Manuel de la Sota, Amanecer en tiempo de Navidad (1928) y Kardin (1931).

El arte le corría por las venas, de eso no cabe duda alguna. Hubo un un punto dee inflexión en su vida. Iniciada la Guerra Civil, colaboró con el Gobierno vasco en la salvación del patrimonio artístico y se exilió a París donde trabajó como directivo y escenógrafo en el grupo de folklore vasco Eresoinka. A su regreso a Bilbao en 1941, abandonó toda actividad artística y se refugió hasta su muerte en el estudio de la filatelia de la que atesoraba una importante colección y por la que recibió numerosos premios y medallas, una de ellas concedida por la publicación de su trabajo en 1936 El seis cuartos de 1850. Para entonces, Antonio yaera un hombre de referencia en el arte vasco, un tipo al que los avatares de la guerra y los tiempos oscuros que le sucedieron le llevaron al olvido. Recordarlo es de ley.

Fue, entre otros, fundador de la Asociación de Artistas Vascos, agrupación que reunió en sus filas a lo más renovador del arte vasco

Colaboró con el Gobierno vasco en la salvación del patrimonio artístico y se exilió a París donde impulsó el grupo Eresoinka