A sala de reuniones de la Facultad de Antropología era oscura como una cueva. Al fondo brillaban las máquinas expendedoras de café, refrescos y unos sandwiches que prometían más de lo que podían ofrecer. Olía a ozono.

—¿Recordáis aquello que dijo Einstein? ¿Lo de que no sabía cómo sería la tercera guerra mundial pero que la cuarta la dirimiríamos a pedradas? Pues no ha hecho falta tercera guerra mundial. Ya veis.

La catedrática Sáenz se sentó en una de las puntas de la enorme mesa rectangular. Normalmente una docena de sillas rodeaban el tablero de patas de metal. Las recientes normas de prevención sanitaria regulaban un máximo de cinco asientos. Y muy separados.

La mujer se apartó los laterales de la melena pinzándola detrás de cada oreja. Se subió las gafas, que le colgaban en la punta de la nariz, hasta el entrecejo empujándolas léntamente con el dedo corazón de la mano izquierda. Preguntó de nuevo.

—¿Qué caracteriza la Prehistoria como era temporal? Iñigo, tú debes saberlo.

El profesor Iñigo Corral había escrito sobre el asunto en publicaciones especializadas. Sonrió antes de responder. Corral era de los pocos que se atrevía con los sandwiches del campus.

—Las ausencias. Sobre todo, la ausencia de textos escritos y de ciudades. Los alfabetos y el foro, ágora o plaza, determinan el salto de nuestra especie a la Historia. Sus consecuencias son la decadencia de la transmisión oral de relatos y conocimiento por un lado...

Carraspeó, como solía cuando iba a expresar algo importante para él, antes de continuar tras una pausa.

—... Y la creación del concepto de ciudadanía por otro. Este concepto trasciende el de pertenencia a un clan o tribu para generar el sentimiento de compartir la urbe, es decir, un lugar permanente de intercambio de información, mercancías y relaciones, sometido a un conjunto normativo conocido. La capacidad de acumulación que permiten el texto y la ciudad posibilita desarrollos científicos, tecnológicos o filosóficos fuera del alcance de la transmisión oral y la estructura tribal. Creo que eso es lo más importante.

Los otros cuatro asintieron. La doctora Laura Martínez se aguantaba las ganas de salir a fumar. Buscaba aliados con la mirada. Pero Corral remachó sus argumentos.

—En las edades Moderna y Contemporánea, aunque también en menor medida en la Antigua y Media, esa acumulación y sistematización de conocimiento permitió establecer certidumbres, sobre todo en las personas ubicadas en el Hemisferio Norte. Poco a poco, la generalización del acceso a los alimentos, a la energía, al agua y los sistemas sanitario y educativo, provocaron la extensión y consolidación de un sensación social de certidumbre vital.

Laura, experta en religiosidad antigua, aportó lo suyo.

—Además, Iñigo, desaparece la figura del chamán o la pitonisa que ejerce de intermediario entre las fuerzas ocultas que manejan el destino. Así procuraban alejar el espectro de la muerte, la enfermedad o cualquier otra desgracia provocada por genios o fuerzas para ellos invisibles. También conseguían la protección necesaria para preservar viajes, amores, negocios o expediciones de cualquier tipo. No hace falta que os aburra con ejemplos. Aunque a Iñigo seguro que le gustaría.

La catedrática Sáenz golpeó la mesa con la palma de la mano. Sus lentes volvieron a escurrirse hasta la punta de la nariz hasta oscilar peligrosamente. Las subió al instante. Y habló.

—Habéis dado en el clavo. Por todo esto se puede afirmar que el estallido de la crisis del coronavirus ha sumergido a gran parte del planeta en una Nueva Prehistoria. No hagáis muecas de extrañeza. Pensadlo: se ha evaporado la percepción social de certidumbre vital; la ciencia se ha visto impotente para preservar las certidumbres de seguridad sanitaria y esperanza de vida frente al fantasma que recorre las calles señalando puertas y llevándose personas por decenas de miles.

Callaron. Era cierto. Corral sumó datos.

—Ha desaparecido la letra impresa. Diarios y revistas, en sus versiones de papel, circulaban con dificultad. Los centros educativos de todo tipo, incluso el nuestro, última reserva de la imprenta, han optado por la transmisión de conocimientos de manera no presencial; la vía telemática ha sepultado ya a los libros, cuadernos, lápices y bolígrafos.

Sáenz se incorporó asintiendo con la cabeza y caminó en torno a la mesa al ritmo de sus palabras.

—¿Os dais cuenta? Vivimos una era en la que la letra escrita puede considerarse residual. Su lugar lo han ocupado los mensajes, relatos y contenidos trasmitidos de modo audiovisual o únicamente sonoro. ¿A través de la radio y televisión? También. Pero, principal y exhuberantemente, mediante redes sociales y de mensajería on line. Prolijos discursos de nuevos chamanes y pitonisas han ocupado un espacio antes casi monopolizado por la comunicación institucionalizada. Como cuando nos sentábamos en torno a hogueras.

Al escuchar la palabra pitonisa, Laura Martínez se sintió legitimada para meter baza.

—Sí, Itzi, la explosión del coronavirus y el fracaso de las certidumbres establecidas han causado, además, el arrasamiento de la ciudad. Las infraestructuras y los espacios públicos, foro, ágora o plaza, permanecen, pero carentes de función. Las personas no las usan por pánico al espíritu invisible y maligno. Las relaciones se reducen de nuevo al clan familiar. Y, como mucho, a la tribu de iguales al que se accede a través de llamadas o quedadas on line en redes sociales o aplicaciones de vídeo grupal. Es una perspectiva apasionante.

Se levantaron los cuatro profesores. Abandonaron la sala, camino a las aulas, discutiendo acaloradamente acerca de la hipótesis de Sáenz: la nueva prehistoria. Únicamente permaneció sentado el becario del departamento, Aitor. Su móvil se estremeció sobre la mesa. Acaba de llegar un mensaje de voz.

Pensó que el teléfono era como un bifaz musteriense de sílex. Pulido, brillante, cabe en la mano. Resulta imprescindible. Sirve para buscarse el sustento y es un instrumento de prestigio. Cayó en la cuenta de que, con un palo de selfie, se parecía mucho a un hacha prehistórica. Con el palo largo, una lanza.

Fue a la máquina a por un sandwich. Pagó con el sistema de transferencia monetaria del móvil.

La ciencia se ha visto impotente para preservar las certidumbres de seguridad sanitaria y esperanza de vida frente al fantasma que recorre las calles

Los centros educativos han optado por la transmisión de conocimientos de manera no presencial. La vía telemática ha sepultado a libros, cuadernos y bolígrafos