EL tipo podía ser un vendedor de seguros o el dependiente de una sastrería. Entornó con precaución la puerta de la habitación 505 del Grand Hotel Savoy de Budapest. Un hombre vulgar, de mediana altura, edad media, cabello castaño, bigotito entrecano, traje gris, camisa blanca y corbata y zapatos negros. Podía ser cualquiera. O nadie.

Se sentó lentamente, tirándose de la pernera del pantalón al doblar las rodillas y alisando la arruga de cada muslo después con las palmas de las manos, con un gesto exacto, como si se tratara de un ritual. Tomó asiento en la silla frente a la otomana tapizada en raso florido que ocupaba el otro, que era corpulento, casi obeso, prácticamente calvo, abotargado, con ojeras. Unos calcetines, arrugados, a rayas marrones y anaranjadas, asomaban entre su basto calzado y los desgastados dobladillos del pantalón azul.

-¿Wilson? -farfulló en perfecto inglés el recién entrado.

-Sí. ¿Es usted Tokarev? -respondió el otro en un idioma que quería ser el de Shakespeare pero tenía demasiado Goethe.

-Así es. Mi enlace en la zona me avisó que usara la clave 358Zav y el procedimiento Lobo Marino cuando me encontrara con algún problema serio. Y aquí estoy.

-¿Le importa que fume? -preguntó Wilson encendiéndose un grueso habano con su Ronson dorado de imitación sin aguardar respuesta-. ¿De qué se trata?

-¿Ha estudiado mi ficha?

La contestación de Wilson se limitó a un parpadeo de condescendencia mientras admiraba las cenizas y el humo del habano que se consumía entre sus dedos.

-En ese caso conoce que me reclutaron cuando estudiaba ingeniería en la universidad. Ni siquiera me lo pensé. Quería servir a mi país. Eran tiempos difíciles. Al principio me encargaron misiones sencillas. Una vigilancia. Contactar y ganarme la confianza de un radical para sonsacar información a través de conversaciones triviales.

El rostro de Wilson empezó a pasar del aburrimiento a la somnolencia. Miró al Danubio más allá de los visillos, pasando lento y terroso junto al edificio del parlamento, cansado de ver la barriga de decenas de puentes. La vida es como el Danubio.

-Cuando me licencié me buscaron una tapadera al otro lado del telón de acero. Mi mujer sería la mejor coartada. La conocí en la facultad. Todo indicaba que yo había cambiado de bando por amor. Aquello simplificaba mucho mi trabajo. Me proporcionó acceso a proyectos vitales para el enemigo ¿Sabe? Pasé muchos microfilms, y hasta algunos planos, con riesgo de mi vida. Claro que, cuando uno trabaja como espía, respirar presenta riesgos.

El que decía llamarse Tokarev remató la frase con una sonrisilla nerviosa y un gesto que buscaba complicidad. Wilson se repantingó en la otomana y se sujetó la cabezota con la mano libre del puro. Parecía que arrancaría a roncar de un momento a otro.

-Lo impensable ocurrió al sexto año. La polícia política del enemigo me contactó. Fueron noches de mucha tensión. No sabía qué hacer. Nada podía decirle a mi mujer, porque empecé a sospechar que ella era agente de control del gobierno. Pensé que, si rechazaba la propuesta de redactar informes para ellos, me investigarían a fondo y detectarían mi verdadera identidad. Por eso acepté.

Tokarev se detuvo. Una pausa dramática perfecta. Agarró y Wilson por las solapas. Y lo sacudió.

-¿Entiende en qué situación me encontraba? ¿Comprende?

Wilson afirmó con un pesado vaivén de su enorme y pelado cráneo.

-Desde entonces llevo cerca de quince años viviendo como agente doble. Paso información de unos a otros y otros a unos. Ignoro cómo he podido sobrevivir. Ciertos días tomo pastillas para dormir. Si no, las tomo para mantenerme despierto. Jamás puedo relajarme. Mido lo que digo por teléfono. Calculo las calles por las que camino. Estudio las terrazas en las que sorbo un café. Controlo las relaciones con quienes creen ser mis amigos. Temo hablar en sueños. Y vigilo los sueños de mi esposa. ¿No le parece una tragedia? Aunque no imagina usted qué es lo peor.

Nueva pausa dramática. El bigotillo entrecano de Tokarev temblaba. Todo indicaba que rompería llorar. Se sonó. Respiró hondo. Parpadeó.

-Lo realmente horrible es que ignoro quién soy en realidad. Desde los 19 años me convertí en otros para poder cumplir con mi tarea. Y llevo tres lustros presentando dos caras opuestas o dos agencias enemigas. No sé quién soy. Me han robado mi identidad o la posibilidad de desarrollar una. Es horrible. ¿Cuál es mi vida real? Quiero regresar. Volver a casar y salir de todo esto. Me lo merezco. ¿No cree?

Cuando levantó la mirada para buscar los ojos de Wilson, Tokarev se encontró la Makárov PM nueve milímetros del otro apuntándole justo en la frente. El primero de los tres plop fue lo último que escuchó.

Insospechadamente rápido para su corpachón, Wilson envolvió el cuerpo en la alfombra sobre la que había caído el muerto junto con varios enormes ceniceros de mármol que decoraban la suite. Cerró el canelón de alfombra, fiambre y pesadas piedras con una brida en cada extremo. Lo lanzó por la ventana. Tokarev se hundió en el Danubio como una roca. Por eso las reuniones convocadas por la clave 358Zav y el procedimiento Lobo Marino se citaban en la 505 del Hotel Savoy de Budapest. La ventana quedaba sobre el río. Y la gerencia aceptaba pagos en concepto de compensaciones por alfombras, ceniceros y silencio.

Quienes recurrían a ella lo ignoraban, pero la clave 358Zav y el procedimiento Lobo Marino, es decir la solicitud de retorno, suponía lo mismo que solicitar la ejecución. A los agentes se les exigen resultados, no dudas filosóficas. Alias Wilson era el mejor ejemplo. Lo único que sabía decir en inglés era "¿Es usted fulano?", "¿De qué se trata?" y "¿Le importa que fume?". Ni siquiera entendía el idioma. Ni papa. Eso le facilitaba las cosas. Lo suyo era solucionar problemas serios. Para eso le llamaban. Los dos bandos.