EN 1997, Robert Jensen, profesor e investigador de la Universidad de Harvard, se propuso estudiar y explicar los efectos de la disponibilidad de información. Por aquel entonces, todo el planeta hablaba de las novedosas y revolucionarias tecnologías móviles, que abrían nuevas oportunidades. Su hipótesis de partida era que tener información aumentaría el rendimiento de los mercados y el bienestar de las sociedades.

Para ello, hizo un estudio con los pescadores de la costa Malabar al norte del estado de Kerala, en la India. En esta comunidad, antes de la aparición de las tecnologías digitales y de la difusión de la información de manera masiva y social, los pescadores elegían por intuición los mercados en los que vender sus capturas. En esta época pre-internet, eran muchos los sectores que funcionaban sobre la experiencia y la intuición. Las ineficiencias eran considerables. Los precios eran bajos allí donde había mucha concentración de pescadores. Y muy altos en otros mercados donde había menos pescadores. La alternativa era arriesgarse a ir a otro mercado. En sociedades con falta de medios para la conservación, esto implicaba tener que devolver al mar toda la pesca del día. Y por lo tanto, todos los ingresos.

En 1997 llegó la telefonía móvil al estado de Kerala. Para el año 2000, la cobertura llegó hasta los 25 kilómetros mar adentro. De esta manera, los pescadores comenzaron a llamar incluso antes de llegar a la costa. Así, pasaron de ser solo pescadores, a ser también comerciales. Llamaban a los mercados, hasta que localizaban el mejor precio. Durante el periodo de estudio de esta investigación, el conjunto de pescadores que comenzó a moverse por nuevos mercados pasó de ninguno a un tercio de los mismos. La diferencia de precios entre mercados, desapareció. El volumen de pescado que era devuelto al mar (desechado), cayó en picado. El beneficio de los pescadores se incrementó una media del 8%. Los precios al público de las sardinas bajaron una media del 4%. Productores y consumidores, ganaron. Cifras que permitían recuperar la inversión del teléfono móvil en dos meses.

Suelo contar esta historia en mis cursos para enfatizar una parte revolucionaria que ha traído esta era digital: la difusión de información sin límites. La conclusión del profesor Jensen fue clara: “La información hace que los mercados funcionen, y a través de ellos mejora la riqueza de todos“. Todavía hoy en día hay sectores que luchan contras las inexorables leyes de la difusión de información. Las tecnologías digitales -dispositivos móviles, Internet, etc.- han ayudado a desarrollar nuevos mercados -locales y globales- más eficientes, reduciendo o eliminando el efecto de las asimetrías de información entre los participantes. Como siempre, habrá perdedores a corto plazo, pero seguro que triunfaremos entre todos y todas a medio plazo.

Si bien hay mercados que se han transformado con esta revolución de la información, creo que sí tenemos un “pero” a todo ello: la gran cantidad de información. Esta economía de la abundancia que trae la digitalización nos ha inundado de información. En lugar de desarrollar nuestras competencias críticas, nos ha sobreexpuesto información. Que a veces nos bloquea. Y devalúa el valor de la lectura cualificada.

Y es que la escasez también tenía sus placeres. Me acordaba de todo ello estos días en mi pueblo. No queda ni un solo quiosco. Recuerdo hacer colas para descubrir novedades. Hoy en día Twitter, Amazon o Instagram, nos permiten descubrir libros en cualquier momento y comenzar su lectura en décimas de segundo. El valor del tiempo se ha acelerado. Y quizás, devaluado en varios aspectos. La dificultad de acceso tenía su atractivo: se devoraba y saboreaba la lectura de otra manera. Quizás algún día haya una regresión a la media, y recuperemos el valor del descubrimiento paciente.

Pasaremos a la historia como la primera generación que conoció la escasez y la abundancia de información: el Homo Digitalis. Espero que nos dé tiempo aún a disfrutar ambas eras.