Señorial en su arquitectura, que ofrece un museo gratis en sus calles, Palermo, capital de Sicilia, es también mezcla de tradiciones y muestra una vida en ebullición que embriaga al turista con colores, aromas y sabores en sus mercados y restaurantes.
Palermo es una ciudad repleta de iglesias, monumentos y obras artísticas de gran valor, que la dotan de un porte señorial y aristocrático que contrasta con el sabor popular de sus barrios, siempre animados y ruidosos, con puestos en cada esquina.
La guinda del pastel la pone un clima indulgente, más disfrutable ahora que en estío, un mar muy bello y una gran tradición culinaria: pasta y los cannoli –envoltura crujiente y relleno cremoso– de postre.
Ciudad con vistas al Mediterráneo y hospedaje de conquistadores y dinastías de razas diferentes a lo largo de su historia, de los normandos y árabes a los bizantinos, se divide en cuatro barrios. En todos ellos, los palacios y las iglesias te asaltan en cada recorrido por el entramado urbano, creando un conjunto único donde los mercados se han convertido en iconos de la ciudad. Su color y vitalidad contrastan con el carácter riguroso de los numerosos edificios nobles y monumentos, muchos Patrimonio de la Humanidad.
Visitas obligadas
Resulta obligado visitar el Palacio de los Normandos, hoy sede de la Asamblea Regional y la residencia real más antigua de Europa. El mercado de Ballarò se puede considerar el heredero del zoco, que ocupaba estas calles durante la dominación árabe y en el que sigue evocando esa atmósfera, entre el olor a fritura de los stigghiole de carne y las voces de los vendedores.
Además, se debe conocer su teatro; la catedral, construida en 1185 y reflejo de una interesante mezcla de estilos arquitectónicos; la iglesia de Sª M.ª dell’Ammiraglio, del siglo XII; Piazza Bellini, con su perímetro diseñado por arquitecturas de estilos y épocas diferentes y distantes, o Piazza Pretoria, con la monumental fuente llamada “de la vergüenza”.